José Antonio Marina

Experto en inteligencia y creatividad
El profesor José Antonio Marina nos habla del proceso de aprendizaje –posible a cualquier edad–, la educación del talento y la creatividad desde la infancia, y los tres deseos que son el motor de nuestros actos.
José Antonio Marina, experto en inteligencia y creatividad
“Los docentes tenemos que tener la sabiduría suficiente para poner a cada niño un tipo de tarea en que sienta que triunfa, porque una vez que ha sentido esa experiencia va a querer repetirla; ya ha picado el anzuelo de la educación”

04/12/2013

El filósofo José Antonio Marina, experto en educación, inteligencia y creatividad, y promotor de la Universidad de Padres on-line –un proyecto pedagógico que nació con el objetivo de apoyar a los padres en la tarea de educar a sus hijos–, desarrolla su principal labor de investigación en el estudio de la inteligencia, centrándose en los mecanismos de la creatividad que, según explica, también precisa de un aprendizaje. Así, según el profesor Marina “todo cerebro sano tiene capacidades creativas, pero el talento es la inteligencia capaz de elegir bien las metas, de movilizar los conocimientos, y de gestionar las emociones, de tal manera que se acerque a conseguir esas metas”. Y añade que “el talento no está al principio, está al final de la educación”. Hablamos con el profesor sobre el proceso de aprendizaje –posible a cualquier edad–, los tres deseos que –afirma– constituyen el motor de nuestros actos, y la creatividad y sus posibles ‘efectos secundarios’.

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En palabras sencillas, ¿qué es la neurociencia y cuáles son sus aplicaciones en la educación?

La neurociencia es el tipo de la neurología que va más allá de la estricta fisiología, y estudia cómo se estructura el cerebro, cuáles son sus creaciones, cuáles son sus posibilidades, cuáles son sus límites. Y esos conocimientos que han progresado de una manera espectacular en los últimos 15 años se han aplicado a la clínica, pero no se han aplicado a la educación, sobre todo porque los lenguajes de la neurología y los lenguajes de la educación son muy diferentes, y no ha habido un trasvase fácil. Ahora estamos cambiando esa tendencia, y dándonos cuenta de que la educación es fundamentalmente la ciencia del aprendizaje, y que para conocer los mecanismos del aprendizaje tenemos que acudir a la neurociencia; y creo que va a salir una colaboración realmente muy eficiente, ya que la neurociencia es la única ciencia optimista que hay, porque cada vez que hace un nuevo descubrimiento lo que descubre es que nuestras posibilidades, y las posibilidades del cerebro, son todavía mayores de lo que creíamos. Lo que tenemos que hacer es aprovechar esa buena noticia, y aplicarla para el beneficio de la gente joven, no tan joven, y muy mayor. Porque la neurociencia se ocupa del aprendizaje en todas las edades, y ahora sabemos que las personas, incluso aunque sean muy ancianas, siguen teniendo capacidad, no solo de aprender, sino también de regenerar parte de sus neuronas. De manera que son buenas noticias.

Las personas, incluso aunque sean muy ancianas, siguen teniendo capacidad, no solo de aprender, sino también de regenerar parte de sus neuronas

Precisamente yo había leído que a partir de los 40 años el cerebro se deterioraba…

El cerebro es una maquinaria muy compleja y potentísima. Por ejemplo, cuando nacemos, nacemos con las mismas neuronas que en teoría vamos a tener siempre, pero con más enlaces de los que necesitamos; de manera que después de nacer hay todo un proceso en el que se reducen los enlaces, las sinapsis, porque tenemos demasiados y sobran, y entonces se van fortaleciendo los circuitos que sí necesitamos y utilizamos, porque si mantuviéramos tal cantidad de enlaces, se haría demasiado difusa la actividad. De manera que hay un proceso de moldeamiento, de escultura del propio cerebro.

Creíamos que la gran edad del aprendizaje eran los primeros años de vida, pero ahora sabemos que hay una segunda edad de oro del aprendizaje, que está aproximadamente entre los 13 y los 18 años

Otra de las sorpresas que nos ha dado la neurociencia es que creíamos que la gran edad del aprendizaje eran los primeros años de vida, pero ahora sabemos que hay una segunda edad de oro del aprendizaje, que está aproximadamente entre los 13 y los 18 años; es decir, que muchos de los trastornos, de las perturbaciones, de las inquietudes que vemos en los adolescentes, no las explicamos como lo hacíamos hasta ahora diciendo: ‘es que están invadidos de hormonas, y las hormonas les descomponen…’ No, es que su cerebro cambia completamente en este momento, se encuentran con un cerebro más reducido y mucho más eficaz, y tienen que aprender a conducirlo. Yo a mis alumnos siempre suelo decirles que ellos han aprendido a conducir un ciclomotor, y ahora de repente se encuentran al volante de un Ferrari; y estar al volante de un Ferrari tiene una cosa muy buena, que es muy potente; pero también tiene una cosa muy mala: como no sepas conducirlo, te pegas contra la primera pared que encuentres. De manera que a partir de ese momento hay que convencerles de que tienen que sacar su carnet de conducir el propio cerebro. Y generalmente lo entienden muy bien –y no solo por la metáfora–, porque se dan cuenta de que ellos son los que van a tener que definir, decidir y orientar su aprendizaje, y como digan que no aprenden, ya podemos hacer los de fuera lo que queramos, que no van a aprender, y si deciden que van a aprender, entonces se les puede facilitar una de las experiencias más grandiosas del ser humano, que es darse cuenta de que está progresando, y esa es nuestra gran baza educativa.

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La motivación es la clave

Siguiendo con el tema de la educación, en su opinión, ¿cómo se podría mejorar nuestro sistema educativo?, ¿qué se puede hacer, tanto en la escuela como en casa, para motivar a los niños y adolescentes?

Ahora se habla mucho acerca de la motivación. Sabemos que todos, pequeños, medianos y grandes, nos movemos solo por tres grandes deseos,  y aunque pensemos que tenemos 500, en realidad son tres: uno es que queremos pasarlo bien, otro es que necesitamos ser reconocidos y queridos –tener una vinculación social–, y lo tercero que necesitamos es sentir que progresamos. No podemos pensar que el niño va a desarrollar una motivación y un amor por las ecuaciones de segundo grado, no, porque no le interesan. Cuando hablamos de motivación, solemos querer decir ‘a ver si conseguimos que ese niño haga una cosa que a él no le interesa, pero me interesa a mí’. Y eso es la motivación. Y la única solución que tenemos es averiguar cómo eso que me interesa a mí, como profesor, o como padre, consigo enlazarlo con algo que le interesa al niño. Y al niño solo le interesa pasarlo bien, o ser reconocido, o sentir que progresa. Lo que tenemos que hacer entonces es enlazar cualquier contenido educativo con esos tres deseos. Y algunas veces será ‘mira, si te lo aprendes te doy un premio’ (eso vale poquito, pero vale); otras veces será ‘si lo haces te voy a aplaudir’; y otras veces será ‘mira, voy a diseñar tu proceso de aprendizaje de tal manera que sientas que vas progresando’. Por eso, todos los niños tienen el derecho de tener la experiencia de éxito merecido alguna vez en su vida escolar. Porque hay niños que salen de la escuela sin haber tenido una impresión de éxito. Tiene que ser merecida, y cuando algún compañero mío dice, ‘bueno, pero es que hay niños tan torpes que…’ No, no. Nosotros, los docentes, tenemos que tener la sabiduría suficiente para poner a cada niño un tipo de tarea en que sienta que triunfa, porque una vez que ha sentido esa experiencia, va a querer repetirla; ya ha picado el anzuelo de la educación.

Al niño solo le interesa pasarlo bien, o ser reconocido, o sentir que progresa. Lo que tenemos que hacer para motivarle es enlazar cualquier contenido educativo con esos tres deseos

Uno de los mitos que usted desmonta en su artículo ‘La educación del cerebro’ es el que dice que solo utilizamos el 10% del cerebro. Si ya lo utilizamos todo, ¿podremos al menos mejorar su rendimiento?

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Sí, podemos mejorarlo, y a cualquier edad, aunque con metodologías distintas. Por ejemplo, la memoria, la capacidad de aprender cosas, es mucho mayor en general en el niño y en el adolescente. Los adultos, sin embargo, aprenden más porque son capaces de dirigir de una manera más eficiente su memoria. Un ejemplo es lo que se conoce como la paradoja del experto; en teoría, cuando pensamos que la memoria es como una especie de almacén, creemos que si una persona tiene el almacén muy lleno, como en el caso de un experto en alguna materia, le va a costar más trabajo encontrar algo en su interior, que es lo que ocurriría si buscamos en un almacén abarrotado. Sin embargo, el experto encuentra y recuerda mejor todo lo que tiene que ver con su especialidad, porque la memoria consiste en introducir algo nuevo dentro de una red con muchos enlaces, y así vamos a poder llegar a ese núcleo por muchos caminos, y lo vamos a encontrar mejor. Al niño le tenemos que enseñar a que haga esa especie de redes de memoria, porque él espontáneamente a lo mejor no lo hace, y no es capaz de conectarlas. Los adultos en cambio, aunque en teoría tengamos menos capacidad de recordar, podemos tener una memoria mucho más eficiente, porque sabemos colocar las cosas; conocemos las técnicas adecuadas, y una es la repetición, pero otra consiste en enlazar cada nuevo aprendizaje con lo que ya sabemos, y eso nos facilita recordar.

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Creatividad: ventajas y ‘efectos secundarios’

Usted es especialista en inteligencia y creatividad, ¿todas las personas son creativas? Es decir, ¿con la creatividad se nace, o es necesario educarla?

Todo cerebro sano tiene capacidades creativas, pero si hablamos de talento, y es un concepto que a mí sí me gusta manejar, el talento es la inteligencia capaz de elegir bien las metas, de movilizar los conocimientos, y de gestionar las emociones, de tal manera que se acerque a conseguir esas metas. El talento no está al principio, está al final de la educación. Cuando un niño nace, nace en realidad con un cerebro cuya última gran mutación fue hace unos doscientos mil años, en el pleistoceno. La maravilla es que en un periodo asombrosamente corto, que es 10 o 12 años, ese cerebro prehistórico se convierte en un cerebro moderno porque empieza a reestructurarse, asimilando lo que la humanidad ha tardado doscientos mil años en inventar, por ejemplo el lenguaje. Y cuando un niño aprende el lenguaje lo que está aprendiendo no es un modo de comunicarse, sino un modo de gestionar su propio cerebro.

Cuando un niño aprende el lenguaje lo que está aprendiendo no es un modo de comunicarse, sino un modo de gestionar su propio cerebro

Voy a poner un ejemplo: en el lenguaje hay un emisor, hay un receptor, y hay un mensaje. Eso explica porque estamos hablando tú y yo. Lo que no explica es por qué todo el mundo se está hablando constantemente a sí mismo. Todos nos hacemos muchas preguntas: ¿qué voy a hacer mañana?, ¿qué hice ayer?, ¿me casaré, cambiaré de empleo…? ¿Quien hace la pregunta? Yo. ¿A quién? A mí. ¿Quién sabe la respuesta? Yo. ¿A quién se la voy a dar? A mí. ¿Para qué una cosa tan complicada? Pues porque hemos aprendido a manejar nuestra memoria a través del lenguaje, y si no nos hacemos preguntas, no sabemos buscar los contenidos en nuestra memoria. Y aunque las preguntas no estén formuladas muy minuciosamente, es una clave lingüística que nos permite dirigir la memoria.

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Siempre que hacemos proyectos tenemos que utilizar la memoria. No puedo hacer proyectos para el verano que viene sin utilizar la memoria, porque ‘verano que viene’ no es una imagen, es un concepto lingüístico. De manera que una de las cosas que aprende un niño y que cambia el cerebro con el que ha nacido es el lenguaje. Aprende a regular las emociones, aprende lo que antes se llamaba voluntad y ahora llamamos funciones ejecutivas, aprende a bloquear unas ocurrencias y a estimular otras… El niño nace con la misma función de prestar atención que los animales; es decir, que cuando un estímulo es muy fuerte capta su atención, y necesita aprender a poner él la atención en algo que en principio no le interesa y, por tanto, rompe el proceso normal de atención, que pasa de ‘algo ha llamado mi atención’ a ‘voy a poner atención en eso porque me interesa conocerlo mejor’. Y al final de ese proceso es cuando podemos empezar a hablar de talento, o también de capacidades creativas del niño.

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Hay muchas culturas, de las que tenemos estudios estupendos, que son incapaces de pensar en posibilidades; por ejemplo, existen estudios en los que se preguntaba a los beduinos: ‘si fueras a vivir a la ciudad, ¿qué tal te encontrarías?’. Y contestaban ‘como no voy a ir a vivir a la ciudad…’ ‘Ya sé que no vas a ir, pero ponte en el caso’. ‘No, porque como no voy a ir…’ Y no comprendían lo que era imaginar posibilidades, solo sabían manejar las informaciones que tenían en tiempo real; por ello, no se puede pensar que ellos vayan a tener ningún tipo de creatividad, porque son incapaces de descubrir posibilidades en las cosas. Todavía hay tribus en Australia y en Brasil que viven en un estado neolítico, porque durante su educación no se han puesto en funcionamiento capacidades que en teoría tienen, pero que no han desarrollado, y se han quedado literalmente en un periodo prehistórico.

En su ponencia de 2010 para ‘El ser creativo’ usted dijo que crear y resolver problemas es la base de la civilización humana, y que toda actividad creadora está resolviendo algún tipo de problema. La actual crisis económica global, un gran problema derivado de un sistema económico inventado por los seres humanos, ¿tiene algo de positivo?, ¿está resolviendo algo?, ¿es necesario pasar por estas crisis periódicamente?

Yo creo que la capacidad creadora del ser humano casi siempre resuelve un problema pero, al mismo tiempo, plantea otro. Por ejemplo, cuando apareció el tren se resolvió el problema de la comodidad, pero aparecieron los accidentes ferroviarios. Muchas veces, innovaciones que son buenas producen efectos que no se habían previsto, y que no se sabe qué hacer con ellos, y como ahora se ha acelerado la innovación, aparecen más efectos no queridos que no sabemos cómo controlar. Un problema serio, además, es que nos hemos acostumbrado a hablar de la innovación pensando que es siempre buena, y hay innovaciones que son absolutamente destructivas, y una parte importante de la crisis económica actual procede de innovaciones financieras que no tienen ‘ni pies ni cabeza’, que son innecesarias y destructivas.

Creo que la capacidad creadora del ser humano casi siempre resuelve un problema pero, al mismo tiempo, plantea otro

Cuando aparece todo el sistema de las subprime parece que se va a poder disponer de tal cantidad de dinero que todos los negocios van a ir bien, porque el riesgo, si lo divido en partes muy pequeñitas, nunca va a ser un riesgo relevante: pero entonces se empiezan a producir una especie de bucles que volvían continuamente sobre el mismo riesgo. Y claro, si un riesgo pequeñito lo multiplicas mil veces, se hace un riesgo mil veces mayor. Y entonces se produce una especie de colapso que no se habían esperado. En este momento el problema que tenemos económicamente que resolver es que los conceptos clásicos de la economía no son suficientemente potentes para abarcar la complejidad del sistema económico actual; es decir, que estamos desarmados de teoría y, por tanto, nadie se explica lo que ha pasado ni sabe qué hacer.

Durante muchos años nos han estado mareando con que Greenspan era el genio de las economías nacionales, el que sabía manejar toda la economía, y sin embargo de repente estaba diciendo ‘no entiendo lo que ha pasado’; pues si no lo entiende usted, a ver dónde estamos. Y efectivamente el problema es que no tenemos instrumentos conceptuales lo suficientemente potentes para poder comprender qué es lo que pasa en la economía. Antes se decía ‘si hay un periodo de inflación baja, no es compatible con un periodo de subidas en el producto interior bruto’, y sin embargo ahora está pasando todo al tiempo; están pasando cosas que los economistas clásicos no creían que fueran posibles. Efectivamente necesitamos un tipo de creatividad que nos permita inventar conceptos económicos, modelos económicos, con la suficiente potencia para que expliquen lo que ha pasado y permitan prever el futuro. 

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