Los trastornos de ansiedad y depresión se han incrementado en niños y adolescentes, llegando a afectar a entre el 10 y el 20% de la población infantil. Por este motivo, los especialistas insisten en la importancia de un diagnóstico precoz que permita instaurar cuanto antes el tratamiento más eficaz, con el fin de mejorar la calidad de vida de los jóvenes pacientes y, sobre todo, para evitar que estas patologías puedan volverse crónicas y continuar durante la edad adulta.

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Según explica el Dr. Jesús García Pérez, pediatra miembro de la Sociedad Española de Pediatría Extrahospitalaria y de Atención Primaria (SEPEAP), los síntomas que presenta el niño que sufre alguno de estos trastornos varían significativamente dependiendo de su propio carácter, su desarrollo cognoscitivo y emocional, la influencia de su entorno y, por supuesto, su herencia genética. Sin embargo, es frecuente que manifieste síntomas físicos como dolores de cabeza o abdominales, sensación de ahogo, palpitaciones, náuseas o vómitos, temblores; y también síntomas psicológicos como angustia, preocupación injustificada, miedo, problemas para mantener la atención o falta de concentración, apatía, inquietud, alteraciones emocionales como hipersensibilidad o irritabilidad excesiva…

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Existen una serie de factores de riesgo que pueden propiciar que los niños sufran trastornos de ansiedad, como la separación o divorcio de sus padres, o un mal ambiente familiar con frecuentes discusiones en presencia del niño y falta de respeto entre los progenitores, enfermedades o adicciones (alcohol, drogas) de los padres, y mala situación económica de la familia, entre otros. Aunque a cada niño le afectarán de forma diferente dependiendo de su carácter y su capacidad de adaptación.

Los trastornos de ansiedad más frecuentes en niños y adolescentes son: el trastorno de ansiedad por separación, en el que el paciente muestra una angustia exagerada por el hecho de separarse de sus padres; el trastorno de ansiedad generalizada, que se caracteriza por una preocupación injustificada y prolongada en el tiempo sobre las actividades cotidianas y las relaciones sociales; y las fobias, que son temores excesivos ante determinadas situaciones, que condicionan al afectado impidiéndole llevar una vida normal (miedo a la oscuridad, a los monstruos, al colegio, a las enfermedades, a no ser aceptado socialmente, a hacer el ridículo…).

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Depresión en la infancia

Los niños pueden sufrir depresión desde muy pequeños, y al tratarse de una enfermedad que tiende a volverse crónica, es fundamental que el pediatra sea capaz de identificarla y diagnosticarla cuanto antes, para minimizar el impacto que puede tener en el desarrollo del niño, y mejorar el pronóstico a largo plazo.

En los más pequeños es especialmente difícil diagnosticar este trastorno psiquiátrico y el especialista necesita contar con la colaboración de los padres, sobre todo si el niño no tiene todavía la capacidad de expresar verbalmente sus emociones y sentimientos.

Son frecuentes síntomas como dolores de cabeza o abdominales, sensación de ahogo, palpitaciones, náuseas o vómitos, temblores, angustia, preocupación injustificada, miedo, falta de concentración…

Los síntomas varían mucho de un niño a otro, y dependen además de la edad que tenga, y del desarrollo emocional y cognoscitivo que haya alcanzado. En edad preescolar, pueden aparecer signos como: falta de interés, tristeza, irritabilidad, crisis de llanto, alteraciones del sueño y falta de apetito. En la edad escolar, los padres deben estar alerta si el niño presenta llanto injustificado, hiperactividad o lentitud motora, tristeza, pesimismo, baja autoestima, problemas de concentración, dolor de cabeza frecuente, disminución del rendimiento escolar, ansiedad, sentimientos de culpa…

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Fuente: SEPEAP

Actualizado: 2 de septiembre de 2021

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