Gregorio Luri

Autor de 'Mejor educados, el arte de educar con sentido común'
Gregorio Luri, experto en pedagogía, nos habla de su último libro, 'Mejor educados', en el que ofrece 'consejos de sentido común' a los padres que viven con excesiva tensión y responsabilidad la educación de sus hijos.
Entrevista Gregorio Luri, autor de 'mejor educados'
"El órgano educativo de nuestros hijos no es el oído, sino la vista; da igual los consejos que les demos, lo que realmente les va a educar es lo que nos vean hacer"

23/01/2014

Es un tópico que los padres desean lo mejor para sus hijos y quieren que sean felices, pero… ¿Cómo ser un buen padre? ¿Cómo saber que estás educando bien a tu hijo o que le estás dando lo que necesita? Gregorio Luri, gran experto en el mundo educativo y autor de Mejor educados, el arte de educar con sentido común (Editorial Planeta), asegura que “si queremos ser buenos padres a lo primero que tenemos que renunciar es a ser un padre perfecto”. Este pedagogo, padre de dos hijos, y que ha desempeñado su labor docente desde la escuela hasta la universidad, reivindica el amor de la familia y el sentido común como elementos claves a la hora de educar a los niños y adolescentes, evitando la presión a la que se ven sometidos muchos padres actuales, cuyo acuciante sentido de la responsabilidad les hace vivir la paternidad con una gran tensión que, además, transmiten a sus hijos. Como dice Luri “tener una familia normal es un chollo psicológico”, porque es el único ámbito en el que nos quieren por ser quiénes somos y “la familia normal no es la que hace todo bien, sino la que aprende de sus errores, que es muy distinto”.

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Portada 'Mejor educados'

No paran de editarse libros sobre educación, relaciones con los hijos, autoestima, qué hacer y qué no hacer para que los niños sean felices… ¿Qué aporta ‘Mejor educados’ y por qué recomendaría su lectura?

Hace cuatro o cinco años, yo que me dedico a leer y a estar al día de las cuestiones educativas, tuve contacto con la que probablemente es la escuela o la red de escuelas más elitista (cuyo nombre no diré para no hacer publicidad), que está extendida por diversos países, y que está concebida como una escuela de primera clase, en el sentido de que es muy elitista y muy cara, y están orgullosos de ambas cosas. Y un día me encontré con una conferencia que había dado uno de los pedagogos de la institución, que se titulaba ‘Consejos a los padres’, y me interesó mucho saber qué consejos darán a una gente que se gasta millonadas por llevar a sus hijos a esa escuela. Y cuando conocí los consejos, resulta que eran todos de sentido común, y de este tipo: ‘no te preocupes por estar continuamente entreteniendo a tu hijo, permite que se aburra, porque el aburrimiento es una ocasión para el aprendizaje’, o ‘no intentes saberlo todo, porque nadie lo sabe todo, pero intenta demostrarle que tienes curiosidad por aprender’. Y me dije, ¿por que no intentamos darles a los padres consejos de sentido común a un precio asequible? O, dicho de otra manera, igual lo que hay que reivindicar es el sentido común. Y aquí viene la cuestión, y es que creo que nuestro problema fundamental es que el sentido común se nos ha hecho sospechoso, y el síntoma más propio de nuestro tiempo es que no sabemos muy bien qué es, y yo trato de explicarlo en el libro.

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¿Podría ser también que nos cuestionamos todo demasiado?

Sí, yo lo veo bastante claro, y me parece que una posible explicación de lo que nos pasa, de esta hiperresponsabilidad, es que cuando los niños los traía la cigüeña, había la ventaja de que los padres no reducían su vida a ser padres, entre otras cosas porque los niños tenían también un ámbito de libertad en el que podían moverse. Los padres hacían de padre, trabajaban, hacían sus cosas…, y los niños, desde bien pequeños, iban al campo, hacían una cabaña en un árbol en el bosque, etcétera. ¿Que es lo que ha pasado ahora? Primero, que los hijos ya no los trae la cigüeña, sino tu programación personal, tú decides cuándo, programas su llegada, y como sientes que tu hijo es el fruto de tu decisión libre, la responsabilidad también se multiplica, y te sientes hiperresponsable. Segundo, que los niños se han quedado sin ámbitos de libertad en los que vivir su infancia autónomamente. Y es que ¿a dónde va un niño de seis años solo?, a ningún sitio, ¿y de diez?, a ningún sitio, ¿y de 14?, pues a alguno va, pero los padres los dejamos salir con miedo. Mientras que en los años 50 o 60, salían a la calle, porque vivían en la calle. Tenían su ámbito, sus aventuras… Ahora los padres tienen que hacerse cargo de las 24 horas de la vida de su hijo.

La diferencia entre los intereses espontáneos del niño y las demandas culturales de una sociedad tan compleja como la nuestra son cada vez mayores y, por lo tanto, los retos formativos son también cada vez mayores

Y al mismo tiempo, y el tercer elemento nuevo, es que la diferencia entre los intereses espontáneos del niño y las demandas culturales de una sociedad tan compleja como la nuestra son cada vez mayores y, por lo tanto, los retos formativos son también cada vez mayores. Quiero decir que en los años 50, 60, e incluso en los 70, era relativamente fácil pasar de la condición de niño a la condición de aprendiz y ganarte la vida. Hoy no. Hoy tienes que invertir muchos esfuerzos en la infancia, adolescencia y juventud para adquirir conocimientos que te permitan desenvolverte en una sociedad como la nuestra, y esto ha creado un tipo de paternidad nueva. Antes este panorama lo que digo es ‘esto es muy complejo, pero ante la complejidad no podemos responder con angustia, sino con cierto relajamiento y, sobre todo, con ironía’.

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Hijos de su tiempo

Hablando de retos formativos… hace 30 años era normal que en cada aula hubiera 40 niños (ahora creo que hay unos 25), y los padres no solían ayudar a sus hijos con los deberes por falta de conocimientos (y de Internet). En la actualidad, en España el 30% de los alumnos reciben clases particulares –sobre todo de matemáticas e inglés– para poder aprobar. ¿Dónde cree que está el fallo?

Las necesidades de aprendizaje son mayores cada vez. Vivimos en una sociedad del conocimiento. Y eso quiere decir que, entre otras cosas, hay que saber utilizar el conocimiento. Pero no puedes saber utilizar el conocimiento si no tienes conocimientos que te permitan discriminar lo valioso de lo que no es valioso. Eso hace que los padres sean muy conscientes de que no se puede perder el tiempo, y de que el niño que se queda académicamente atrás en una sociedad del conocimiento es un drama. Dicho de otra manera, cuando la sociedad estaba estratificada y había muchas posibilidades de pasar de la escuela a ser aprendiz, y formarte como tal, era relativamente fácil la transición. Ahora el periodo de aprendizaje es más complejo y, por lo tanto, la tensión es también cada vez más grande, y tiene su razón de ser. Hoy, incluso con una carrera, tus posibilidades de trabajo son reducidas. Y además, aunque acabes tus estudios muy preparado, eres consciente de que nunca acabas de prepararte, porque en una sociedad cambiante los conocimientos siempre están evolucionando, y ha cambiado radicalmente nuestra relación con el saber. Eso los padres lo saben, y hace que vivan con una tensión especial los problemas escolares de sus hijos, y si además asociamos este elemento a que tenemos unos porcentajes tan altos de fracaso escolar, pues los padres lo viven con angustia.

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Siguiendo con el tema del fracaso escolar, antes cuando un niño sacaba malas notas se consideraba que no se había esforzado lo suficiente, mientras que de unos años a esta parte la culpa es del maestro, de la escuela, de los padres, de la política educativa…

Sí, la culpa es de todos, pero más específicamente de los padres. Y no solamente de las notas, de todos los problemas sociales; sea el problema que sea, siempre se acaba apuntando a la escuela y a la educación. De los embarazos adolescentes, del consumo de drogas, del abuso de las tecnologías…, siempre se acaba con un ‘es que si los padres los educaran…’. Y los padres, que viven con una tensión enorme y no hacen otra cosa más que educar, se sienten señalados con el dedo como la causa de todos los problemas sociales, incluido el fracaso escolar de su hijo. Y nuestros padres y otros más antiguos sabían una cosa que nosotros hemos olvidado –y que nos da pánico recordar–, y es que un hijo, además de ser hijo de sus padres, era hijo de su tiempo, y que nadie puede controlar al cien por cien el futuro del progreso de su hijo. Entre otras cosas porque nadie puede programar los amigos de su hijo; es absurdo. A ti te podría gustar mucho que tu hijo fuese con Pepito, y resulta que va con Alejandrito, porque es el que le cae bien. Y en su vida la relación con sus amigos va a ser absolutamente determinante. Dicho de otra forma, hay un elemento azaroso e incontrolable en la educación de los hijos, que nuestros padres veían como un elemento real, y por eso a veces decían ‘qué hijo le ha salido’, mientras que un padre moderno no dirá nunca eso, sino que dirá ‘qué he hecho yo para tener este hijo’, a causa de ese sentido de la responsabilidad tan acuciante. Por eso digo en el prólogo, un poco provocadoramente, pero también para hacer pensar, que reivindico a la familia Simpson, y en particular a Homer Simpson, como modelo de padres.

Nuestros padres sabían que un hijo, además de ser hijo de sus padres, era hijo de su tiempo. Y que nadie puede controlar al cien por cien el futuro del progreso de su hijo

Afirmas que los adolescentes son cada vez más precoces sexualmente pero que, al mismo tiempo, el periodo de adolescencia se alarga hasta lo que antes ya se consideraba juventud. La falta de madurez y la precocidad sexual parecen una combinación un tanto peligrosa ¿cuál es la mejor manera de abordar con los hijos el tema del sexo?

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Puff… yo qué sé. Aquí no hay que confundir las buenas intenciones con la realidad. A mí me parece que no es bueno que los niños quemen etapas demasiado rápidamente, entre otras cosas. El sexo es divertido, y por lo tanto si los padres hablan en contra del sexo lo tienen muy negro. Si nuestros hijos viven en un ambiente en el que continuamente se les presenta que la mayor diversión de la vida es el sexo –y creo que el sexo es algo magnífico– entonces ¿tú qué vas a hacer? El elemento que me parece esencial es explicarles que si queman etapas demasiado rápido se van a quedar sin niñez, o sin pubertad, o sin adolescencia. Pero me parece que esa es una batalla, honestamente, que tenemos perdida. Las cosas están yendo en una dirección muy clara, y sobre todo en el caso de las niñas a los 13 años están comenzando a tener relaciones sexuales, y mientras hace unos años la virginidad era un valor, ahora muchísimos jóvenes la viven como una lacra o como un motivo de vergüenza. Y nos guste o no nos guste forma parte de los elementos sociales.

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A mí me gusta mucho una tradición árabe en la que se cuenta que un día, cuando el profeta Mahoma llegó a un pueblo, los nobles de ese pueblo fueron a quejarse de que los jóvenes eran ingobernables y de que no había manera de hacer carrera con ellos, y Mahoma les contestó ‘es que más que hijos de sus padres, son hijos de su tiempo’. Y eso tenemos que asumirlo, nuestros hijos son hijos de su tiempo, y eso nos lleva a enfrentarnos a situaciones nuevas con las herramientas que tenemos, que son pocas. Y no sabemos ni cómo tratar la educación sexual de los hijos adolescentes, ni sabemos cómo tratar su adicción a las nuevas tecnologías.

Un elemento de la buena educación en familia es el derecho de los hijos a tener unos padres tranquilos y relajados, o al menos con capacidad de ironía para reírse de sus meteduras de pata, que todos las vamos a tener

El derecho de los padres a no ser perfectos

¿Crees que el hecho de que muchas parejas tengan un solo hijo puede haber contribuido a la proliferación de lo que denominas ‘padres y madres helicóptero’?

En parte sí, pero sobre todo lo que está contribuyendo a eso es una concepción de que ser padre es ser un padre profesional, y yo lo que digo es que no hay tal cosa, y que como padres todos somos aficionados. Yo este libro no lo hubiera escrito nunca si no fuera porque ahora que ha pasado el tiempo, y mis hijos –un chico de 33 y una chica de 31– y yo hemos tenido nuestras broncas y nuestras crisis y los momentos de mala conciencia porque metes la pata mil veces, después de todo resulta que nos juntamos y lo pasamos bien, y somos capaces de reírnos de las veces que hemos hecho mal las cosas. Y he descubierto algo que para mí ha sido lo más esencial, que he influido más en mis hijos con todas aquellas convicciones que yo tengo y que pongo en práctica que con todos mis consejos. Es decir, los hijos aprenden de nuestras convicciones más que de nuestros consejos. Y los padres hiper tensos actuales están transmitiendo a sus hijos esa hiper tensión en la relación, más que los consejos que les están dando. Y me parece que un elemento de la buena educación en familia es el derecho que tienen los hijos a tener unos padres tranquilos y relajados, o al menos con capacidad de ironía para reírse de sus meteduras de pata, que todos las vamos a tener. A veces digo que la familia normal es aquella que vive sin estridencias sus neurosis. Y en el fondo no creo que haya una familia no neurótica. Quiero decir, que todos hemos gritado alguna vez a nuestra mujer delante de nuestros hijos, ya sabemos que no hay que hacerlo, pero resulta que tienes un mal día, o simplemente no te soportas ni a ti mismo. Otro día has llegado a casa reventado, te sientas en el sofá, y lo que te apetece es estar un rato haciendo zapping, y viene tu hijo a que le resuelvas unos deberes, y le dices ‘mira ahora no me apetece, porque quiero ver la tele’. Y esas cosas, que cuando las cuentas es como si diera una gran vergüenza, todos las hacemos.

Los hijos aprenden de nuestras convicciones más que de nuestros consejos

Esto es el derecho a la imperfección y el derecho a ser humanos, supongo.

Claro, y por eso hablo de los Simpson, porque los Simpson meten mucho la pata, pero tienen una gran virtud, y es que en cada capítulo comienzan de nuevo sin rencores. Hagan lo que hagan, en cada capítulo recomienzan de cero, y no con la memoria de los agravios pasados. Y eso me parece que es una gran fortuna. Y segundo, Homer está enamoradísimo de Marge, y Marge enamoradísima de Homer, y eso es lo que salva todo, el amor que se tienen. Y tercero, y me parece esencial, Homer es capaz de abandonar el bar de Mou por acompañar a su niña a un museo, a pesar de detestar los museos. Así que deberíamos parecernos un poco a ellos en estos aspectos. Yo a veces le digo a los padres si os consideráis mejor que los Simpson lo estáis haciendo de maravilla, y cuando les pregunto si son mejores o peores padres que los Simpson, se ríen, porque todos nos consideramos mejores, pero habría que analizarlo, y por eso les pregunto si son capaces de recomenzar cada día sin llevar memoria de los agravios pasados, pero eso es muy complicado, y resulta que no es así.

No existe la familia perfecta porque no existen los seres humanos perfectos. Y si queremos ser buenos padres a lo primero que tenemos que renunciar es a ser un padre perfecto. Y también hay que asumir que siempre estamos en fuera de juego, porque cuando tú crees que has entendido a tu hijo y que sabes tratar con él, va y te cambia. Como están creciendo continuamente, siempre vas un poco detrás de él. Y cuando intentas poner una norma, sabes que es siempre provisional y que la tendrás que acabar modificando a medida que tus hijos vayan cambiando. Y sin embargo a tus hijos se la tienes que plantear como definitiva y segura.

La familia es un chollo psicológico porque en ningún otro sitio nos quieren incondicionalmente por ser quienes somos

¿Cuáles son las claves para llevarlo bien?, pues yo lo tengo muy claro: para mí es el amor, el quererse de manera espontánea, y es más importante querer a tu hijo y que tu hijo sepa que lo quieres que preocuparte por ser perfecto. Y si tú has echado un día una bronca, si te has portado como un energúmeno, y tus hijos saben que eso es una anécdota de tu comportamiento, no pasa nada. A mí me parece que la familia es un ‘chollo psicológico’ porque en ningún otro sitio nos quieren incondicionalmente por ser quienes somos. En la sociedad nos valoran por lo que sabemos hacer, y eso nos gustará más o menos pero es así. Pero la familia es el único sitio en el que queremos a alguien por el hecho de ser nuestro hijo, y creo que eso, que es la principal virtud de la familia, es lo primero que tenemos que preservar, y me parece importantísimo que nuestros hijos se sepan queridos. Y una vez que se sienten queridos, si metemos la pata, pues la vamos a meter como la van a meter ellos, faltaría más.

Supongo que también la genética influirá en nuestro carácter, para bien y para mal, y que no todo va a ser culpa del ambiente y de la educación…

Los psiquiatras suelen decir que psicótico se es o no se es, pero que neuróticos somos todos. Y efectivamente, neuróticos somos todos, y el que diga que no es el peor de los neuróticos, porque es un neurótico sin saberlo. Y todos arrastramos nuestras neurosis personales, y nuestras fobias, y nuestras manías, y nuestros cansancios… y todos tenemos derecho a tener nuestro mal día. Y esto forma parte de la convivencia con nuestras imperfecciones y es lo que se llama ser humano, y no hay más historia.

Educación diferenciada y relaciones cibernéticas

En el libro evitas pronunciarte sobre la educación diferenciada, pero por los datos pareces estar a favor. Ser diferente no implica ser mejor ni peor, pero sí tener diferentes necesidades. ¿Por qué crees que en España ha suscitado tanta controversia el tema de la educación diferenciada?

Porque somos unos pueblerinos, te lo digo honestamente. Y nos parece que nuestras obsesiones son las obsesiones del mundo, y si estuviéramos más al tanto de lo que pasa en otros países veríamos que se trata de obsesiones particulares y que no las comparten los demás, ni mucho menos. Y en ese capítulo me interesaba sobre todo decir una cosa, y es que cuando tú tratas aquí de la educación diferenciada inmediatamente –y eso lo he visto por experiencia– te dicen ‘¿eres del OPUS?’ Y te preguntas como puede ser que aquí se plantee esta cuestión y resulta que en Berlín la educación diferenciada esté siendo defendida por mujeres del partido verde, o por mujeres socialdemócratas, o que Hillary Clinton esté defendiendo la educación diferenciada, al igual que muchas otras mujeres de Estados Unidos. Y como puede ser que en Nueva Zelanda, dentro de la escuela pública, tengas la posibilidad de elegir entre escuelas mixtas y escuelas diferenciadas. Será que nuestras obsesiones, igual son solo eso, y en el mundo hay otras alternativas y maneras distintas de plantear el problema. Entonces, no seamos dogmáticos, porque el mundo es mucho más amplio que nosotros y hay otras maneras de ver las cosas, y no tenemos que dar por supuesto que por el hecho de que a nosotros no nos gusten tengan que ser de un determinado color político ni ideológico. Eso es lo que he pretendido plasmar en el libro.

Yo he llevado a mis hijos a escuelas mixtas, y en principio me gusta la escuela mixta; ahora bien, no tengo argumentos para decir que en las escuelas que son solo para niños o son solo para niñas los niños educados en ellas sean unos monstruos sexuales o sean más violentos con sus parejas, o crezcan no sé cómo. Entre otras cosas porque hoy las posibilidades de relacionarte con el otro sexo son infinitamente mayores fuera de la escuela. Por lo tanto creo que hay que ser humilde, y hay que rechazar los dogmatismos. En educación los dogmatismos son malos, y lo que tenemos que hacer en todo caso es ser suficientemente espabilados como para aprender de nuestros errores y nuestros aciertos.

Hablando de nuevas tecnologías, los padres de adolescentes que ya están enganchados, difícil lo tienen pero ¿pueden hacer algo los padres de niños pequeños para prevenir que sus hijos se vuelvan adictos a las redes sociales y al móvil?

Yo esto lo he pensado y lo he discutido mucho, y creo que hay que diferenciar muy claramente entre el niño que no tiene amigos, solitario, que se encierra en su cuarto y toda su conexión con el mundo es a través de Internet, y el niño que tiene su grupo de amigos, con los que se junta y habla de lo que hace en Internet. Me parece que son dos situaciones totalmente distintas. Porque el primer caso –y algunos han hablado de botellón electrónico para referirse a él–, no es capaz de poner una distancia crítica entre lo que hace y el pensamiento, mientras que los otros tienen un amigo que les puede decir ‘oye, vigila qué es lo que estás haciendo’, aunque no lo comenten con los padres. Quiero decir que lo que me parece esencial es hacer todo lo posible porque nuestro hijo no sea un niño, solitario, sin amigos. Tenemos que hacer todo lo que podamos para que nuestro hijo crezca con amigos. Y a partir de ahí, como creo personalmente que las relaciones cara a cara son insustituibles, todo lo que pueda tener de relación cara a cara con sus amigos le servirá para relativizar lo que haga en Internet. Ahora, si no tiene relaciones cara a cara y sus relaciones con los otros son solamente las relaciones cibernéticas, creo que tenemos un problema importante.

Tenemos que hacer todo lo que podamos para que nuestro hijo crezca con amigos. Las relaciones cara a cara son insustituibles y le servirán para relativizar lo que haga en Internet

Esas relaciones cibernéticas, forman parte entonces del mundo que les rodea, son un elemento más.

Claro, nos guste o no nos guste, un joven hoy es más capaz de prescindir del coche que de su conexión a Internet. Eso es así. Yo cuando era joven y me independicé el único elemento imprescindible para mí era el equipo de música, y a eso dediqué el primer sueldo, para escándalo de mis padres. Nuestros hijos prefieren prescindir de otras cosas y disponer de una conexión a Internet, y eso forma parte de su tiempo. Y tenemos que ser conscientes de que cada generación comete sus propios errores. Ahora, precisamente por eso, los padres, aunque no sepamos muy bien cómo actuar, tenemos que estar allá, pero no tanto diciendo cosas como haciéndolas. Quiero decir, que si nuestro hijo nos ve que estamos absolutamente pendientes del teléfono móvil, y que estamos continuamente mirando lo que hay y lo que no hay, qué demonios de consejo le vamos a dar a él. Si nuestros hijos ven que cuando estamos hablando con alguien somos capaces de tener el móvil apagado, o al menos no responder, porque nos parece que es una falta de educación a la persona presente dejarla al margen por un ausente, o cuando estamos comiendo los móviles están apagados, o cosas de ese tipo, les estamos habituando a un tipo de convicciones. Dicho de otra forma: creo que el órgano educativo de nuestros hijos no es el oído sino la vista, y que da igual los consejos que les demos, porque lo que realmente les va a educar es lo que nos vean hacer.

También creo que la lectura es la única metodología que tenemos hoy para educar la atención. Me parece preocupante la incapacidad de nuestros escolares para mantener la atención concentrada en una actividad durante un tiempo largo, algo esencial en la educación. Como además creo que las competencias lingüísticas de nuestros hijos son clave esencial para su éxito en la escuela y se forman también, entre otras cosas, con el hábito lector, las conclusiones son fáciles de ver.

Usted afirma que ‘cada día inventamos un nuevo síndrome para poner nombres sofisticados al mal comportamiento’. Cada vez hay más padres amenazados e incluso agredidos por sus hijos, cuya conducta se define en este caso como ‘síndrome del emperador’. ¿Qué consejo les daría a estos padres a quienes el problema, obviamente, ya se les ha ido de las manos?

Rezar (risas). Te lo digo honestamente. A ver, es un poco triste pero es real. Se ven niños capaces de montar unas broncas enormes porque son incapaces de resistir o hacer frente a la más mínima frustración. Y claro, como los padres hemos estado obsesionados para que nuestros hijos tengan todo aquello que necesitan antes siquiera de formular su necesidad, luego hay grandes broncas por cualquier tontería. Y lo curioso es que muchas veces los padres se sienten culpables porque su hijo quería eso y no lo tiene. Es un problema muy importante que deja a los padres totalmente hundidos, con la autoestima por el suelo. Se pasa muy mal, y por eso creo que tenemos que ampliar los derechos del niño, y entre esos derechos hay que incluir el derecho a ser frustrado o el derecho a reprimir un deseo. Y pongo un ejemplo para entender lo que quiero decir: igual que el cocinero tiene que reprimir su deseo de comerse los ingredientes mientras está haciendo un pastel, porque si no reprime su deseo no hace el pastel, se trata de tener un orden en las prioridades. Y a nuestros hijos claro que hay que reprimirlos porque –aunque cuando digo esto me miran como si dijera una barbaridad– educar es reprimir, y eso no gusta a nuestra conciencia moderna, pero es así. Es decir, no todas las potencialidades del niño son buenas, porque el niño tiene potencialidades para robar, para mentir, para engañar, para no lavarse, para mil cosas. Por ello, hay que reprimir unas cosas para potenciar otras. Si no les decimos a los padres que educar es reprimir estamos engañándolos. Porque está esa idea –que me parece muy perniciosa– de que el niño es un ser bueno y que hay que dejar que se manifieste espontáneamente su bondad. El niño no es ni bueno ni malo, es un niño. Y puede ser muy cruel. Porque además esa imagen de una infancia feliz es un cuento chino. La infancia es muchas cosas, pero no necesariamente feliz, aunque haya momentos de felicidad en la infancia. Es una época complicada y compleja. Además, cuando uno va creciendo se da cuenta de que tener determinados hábitos está muy bien, y que aunque a todos nos gustaría quedarnos media hora más en la cama, acostumbrarte a levantarte a la primera cuando hay que hacerlo es lo mejor. Quiero decir que hay una cierta naturalidad en las relaciones que hemos perdido, porque estamos tan llenos de ideologías buenistas o de teorías buenistas, que tanta ideología nos está ocultando la realidad.

“Creo que tenemos que ampliar los derechos del niño, y entre esos derechos hay que incluir el derecho a ser frustrado o el derecho a reprimir un deseo” 

Precisamente en el libro dices que ‘no lastimarás la autoestima del niño parece ser el undécimo mandamiento’. Y tal vez muchas veces los padres temen reprender a sus hijos por una conducta inadecuada pensando que eso afectará a su autoestima…

El niño tiene que superar sus traumas y tiene que superar sus frustraciones porque eso es ser un ser humano, eso es vivir con los demás. Los demás no están para satisfacer nuestros deseos, en todo caso para gestionar nuestra convivencia en común. Pero los demás no tienen como función satisfacer nuestros deseos. Y eso, o se lo enseñamos desde bien pequeños, o si no van a acabar teniendo unas relaciones sociales en las que van a sufrir mucho.

Resumiendo, ¿cómo ser entonces buenos padres?

Básicamente, como te comentaba, entender que la familia es un chollo psicológico cuya característica esencial es ser el único lugar en el que somos queridos por lo que somos, mientras que la sociedad es el lugar en el que somos apreciados por lo que sabemos hacer y, la escuela, el lugar de transición de la familia a la sociedad. Creo que cada ámbito tiene que tener clara cuál es su misión, y no confundirse unos con otros. La solidaridad familiar me parece un milagro de la convivencia; el que puedas contar con tus padres cuando los necesitas es un lujo, y normalmente solo lo ves cuando te faltan. Una sensación de pérdida esencial e insustituible y es que, como todo en la vida, siempre descubrimos lo esencial cuando lo hemos perdido. La relación familiar hay que salvarla, y la familia normal no es la que hace todo bien, sino la que aprende de sus errores, que es muy distinto. Y hay que saber que por mucho que aprendas de tus errores vas a cometer errores nuevos. Además, en las relaciones humanas, e incluso con frecuencia, las mejores intenciones pueden tener resultados imprevistos negativos. La vida real no es un capítulo de una teoría, y no podemos decir ‘a mi hijo lo voy a educar de esta manera’, y llevarlo a cabo como si la vida fuese los ejercicios prácticos de esa teoría; las cosas no funcionan así. En la vida primero está la experiencia, y después nuestra capacidad para llevar la experiencia a la reflexión. Y ese es el papel de los padres, cómo llevar la experiencia a la reflexión.

Para no hacerlo mal, lo que habría que hacer es aprender a llevar lo que no hacemos bien con humor, porque si no te ves como esos padres absolutamente angustiados por ser padres perfectos. Y no existe esa cosa de ser un padre perfecto, porque no existe el ser humano perfecto.

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