Buenaventura del Charco Olea

Psicólogo sanitario, psicoterapeuta, profesor universitario y autor de 'Te estás jodiendo la vida'
El autor de Te estás jodiendo la vida, Buenavetura del Charco, huye como de la peste del buenismo y los manuales de autoayuda, y con un lenguaje crudo, callejero y repleto de tacos intenta concienciarte de la importancia de ser tú mismo.
Buenaventura del Charco
“Empezar a hacer las cosas por congruencia, porque me nace, porque me gusta, porque es mi manera de ser, es lo único que va a hacer que consigamos disminuir nuestra tendencia a la perfección y esa frustración permanente con la que convivimos”

26/10/2023

“Creo que la mayoría de los psicólogos y gurús del movimiento positivo proyectan una imagen como de figura impasible a la que nada le afecta, que siempre tiene la respuesta a todo, que es una mezcla entre joven Jedi y Dalái Lama; y a mí me parece que esto no ayuda a la gente. Si yo soy una persona que se altera, que tiene ansiedad, imperfecta, es difícil poder identificarme o sentir que va a empatizar conmigo una persona que aparenta ser perfecta. La autenticidad es imprescindible si queremos que un encuentro humano sea eficaz”, explica al teléfono el psicólogo y psicoterapeuta granadino Buenaventura del Charco. Y esa apuesta por la autenticidad sobrevuela su nuevo trabajo, Te estás jodiendo la vida (Ediciones Martínez Roca), un libro en el que huye como de la peste del buenismo y adopta un lenguaje crudo, callejero y repleto de tacos para concienciar a sus lectores de la importancia de ser uno mismo y sentirse satisfecho con quienes somos para escapar del peligroso mensaje que, según su opinión, nos ha colado la sociedad exitocéntrica en la que vivimos: “Nos han colado que la felicidad depende de los objetivos y que la autoestima depende de nuestra productividad, de nuestras virtudes y capacidades. Con lo cual, si yo estoy mal significa que yo estoy fracasando en la vida, que es culpa mía, que hay algo en mí que es disfuncional, torpe, indigno. Así que estar triste ya no es simplemente una emoción desagradable, sino que además se convierte en una evidencia de nuestro fracaso”.

PUBLICIDAD


“Todo el mundo entiende que no puedas o no tengas ganas cuando tienes fiebre, pero no cuando tienes ansiedad, pena o lo que cada vez es más frecuente, que a veces la vida te canse y te parezca que no tiene mucho sentido. Eso hace que todos llevemos la procesión por dentro, en silencio culposo por no saber muy bien qué contar y porque todo Dios parece estar bien con sus vidas”, escribes. Creo que esta reflexión desgrana a la perfección uno de los grandes males de nuestra sociedad instagrameable: parece que siempre tenemos que estar bien.

Portada "Te estás jodiendo la vida"

Para mí hay una doble vertiente en esto. Hay una parte de tristofobia, de cómo el nihilismo actual ha hecho que huyamos de todo lo que parezca aversivo o desagradable. Cuando yo empecé con esto, veía desde fuera la industria de la autoayuda y sentía que era como un engañabobos, que se parecía a la psicología real lo mismo que el porno al sexo real. Me parecía que era como la fantasía, pero me di cuenta de que tenía un lado muy dañino, porque lo que se está consiguiendo es privar a la gente del derecho al malestar. Antes te pasaba una putada y tenías el consuelo de la gente, el derecho a estar mal. Ahora, si estás mal, eres una persona tóxica.

“Es llamativo que la autoestima haya sido un concepto que ha calado tanto, cuando muchas grandes figuras de la psicología hablaron en contra de él”

Y luego hay otra parte que viene de un mensaje perverso que nos han colado: que la felicidad depende de los objetivos y que la autoestima depende de nuestra productividad, de nuestras virtudes y capacidades. Con lo cual, si yo estoy mal significa que yo estoy fracasando en la vida, que es culpa mía, que hay algo en mí que es disfuncional, torpe, indigno. Así que estar triste ya no es simplemente una emoción desagradable, sino que además se convierte en una evidencia de nuestro fracaso. Por eso fingimos ser felices, para hacer creer que funcionamos en una sociedad exitocéntrica.

PUBLICIDAD

En una “sociedad exitocéntrica” como la que citas el éxito personal está en el centro; pero el éxito solo cuenta si lo puedes mostrar en redes y te pueden aplaudir por ello. Es muy perverso todo, ¿no?

¡Claro! Al final te dicen: “sé tu mejor versión”. ¿Pero por qué tu mejor versión es la más productiva? ¿Por qué no es la más solidaria, la más acorde a tus valores, la más descansada, la que necesita menos cosas para ser feliz? ¿Por qué entendemos que el bienestar y la felicidad tienen que ver con el rendimiento? Esta es una idea perversa porque es deshumanizadora, ya que es tratar al ser humano como si fuese una vaca lechera, que vale más cuantos más litros produce. Esa idea podría tener sentido para el mundo laboral o para el mundo académico. Yo, por ejemplo, a mis alumnos que estudian más los valoro más a nivel académico. ¡Pero no puedo llevar esa valoración académica a su valoración como individuo y ser humano!

PUBLICIDAD

¿Cuánto daño han hecho a nuestra salud mental y cuánto han contribuido a esta sociedad exitocéntrica Instagram y otras redes sociales de lo cuqui?

Desde luego mucho, pero tampoco quiero demonizar a las redes sociales, que creo que son un buen reflejo de la sociedad que tenemos y de los valores sociales predominantes. Si en vez de vivir en una sociedad exitocéntrica viviésemos en una sociedad que pone en el centro la solidaridad, Instagram estaría llena de gente haciendo voluntariado.

“Al final, si dejo de disfrutar, si no descanso, si continuamente me siento frustrado porque no llego a lo que quiero, si me siento un mierda porque no soy capaz, ¿cómo no voy a deprimirme? Lo llamativo sería que no me deprimiera”

Sí que es verdad, no obstante, que creo que las redes sociales actúan un poco a modo de catalizador de los valores dominantes. Es decir, el hecho de mostrar esa galería de personas de éxito ha exacerbado un proceso de exitocentrismo que ya existía.

PUBLICIDAD

Escribes que “nos dejamos la puta vida” en intentar ser nuestra mejor versión, en “salir de nuestra zona de confort”, en darnos caña para intentar hacerlo todo más y mejor. Parafraseando el título de tu libro, sin ser conscientes de ello, ¿nos estamos jodiendo la vida?

Totalmente. Al final de lo que habla el libro es de cómo nos convertimos en nuestros propios verdugos y en nuestros jueces más crueles. Jugamos a ser el jinete que fustiga al caballo para que el caballo corra sin darnos cuenta de que también somos el caballo. Es una especie de síndrome de Estocolmo de la sociedad de consumo por el que acabamos dándole la razón al secuestrador y participando de manera activa en nuestra propia explotación. El filósofo surcoreano Byung-Chul Han dice que el éxito de la sociedad de consumo es que ha conseguido que nos autoexplotemos y que a eso le llamemos realización.

PUBLICIDAD

Las trampas del perfeccionismo y la autoexigencia

Escribes que el perfeccionismo y la autoexigencia “son dos variables que se han instalado en nuestra vida de forma transversal, en una especie de denominador común o chapapote que lo impregna todo”. ¿Cuánto tienen que ver este perfeccionismo y esta autoexigencia con esa permanente sensación de insatisfacción que comentas?

Absolutamente todo. Nadie quiere no valer, nadie quiere no ser feliz, pero como nos hacen sentir poco válidos y como se ha instaurado ese mensaje de que la valía de un individuo depende de sus atributos, de sus competencias y de su productividad, la única manera en ese contexto de conseguir el amor propio, el amor de otros y, por extensión, la felicidad, es el sobreesfuerzo continuo y la búsqueda de la perfección.

“Desde el momento en el que deseas la aprobación de todo el mundo, ya no eres libre”

En ese contexto de perfeccionismo y autoexigencia hablas también del mantra de la autoestima, a la que tú defines como una trampa.

PUBLICIDAD

Es llamativo que la autoestima haya sido un concepto que ha calado tanto, cuando muchas grandes figuras de la psicología hablaron en contra de él. Al final la cuestión es que la autoestima no promueve el amor incondicional, sino un amor condicionado. Te dicen: “para tener buena autoestima tienes que ver tus cosas buenas, que tus cosas buenas sean más que las malas”. Si pasas ese examen, si cumples esas condiciones, entonces puedes quererte. De esta forma, la autoestima nos empuja a la autoexigencia y al perfeccionismo.

¿Cómo nos afecta y cuánto pagamos por esa búsqueda permanente de perfección?

Yo creo que pagamos un precio muy alto. En primer lugar, en sintomatología, porque la búsqueda de la perfección nos lleva a la insatisfacción continua, a no disfrutar de las cosas –porque ya solo busco el resultado, no que me guste lo que hago o lo disfrute–. Un ejemplo claro es que ya no vale con correr, sino que tengo que bajar mi tiempo. Al final, si dejo de disfrutar, si no descanso, si continuamente me siento frustrado porque no llego a lo que quiero, si me siento un mierda porque no soy capaz, ¿cómo no voy a deprimirme? Lo llamativo sería que no me deprimiera. Si todo el tiempo me estoy metiendo presión, si soy mi verdugo 24 horas al día, si me paso el día corriendo para intentar llegar a todo, ¿cómo no voy a tener ansiedad?

“Tenemos un miedo evolutivo al rechazo y el problema es que el mensaje que está dando la sociedad actual y la psicología, en vez de ayudarnos a calmar ese miedo, lo que está haciendo es apagar el fuego con gasolina: si consigues ser tu mejor versión, no te va a rechazar nadie”

Pero más allá de la sintomatología y de la salud mental, me preocupa todo esto en términos filosóficos, esa deshumanización que hace que el ser humano ya no valga nada, que solo sea una herramienta, que nos vendamos en internet a través del postureo como si fuésemos un producto, la pérdida de libertad que estamos experimentando… Hoy ya no puedes decidir si haces algo o no, ¡lo tienes que hacer, tienes que salir de tu zona de confort, tienes que dar todo tu potencial! Es una obligación. Además, desde el momento en el que deseas la aprobación de todo el mundo, ya no eres libre.

Congruencia y sencillez para dejar de jodernos la vida

Contra la autoexigencia y la búsqueda incesante de la perfección, recetas aceptación incondicional y autocompansión. ¿Por qué nos cuesta tanto aceptarnos y ser compasivos con nosotros mismos?

Porque nos da miedo que otros no nos quieran. Sé que suena un poco cursi, pero el ser humano tiene una necesidad de amor. En la prehistoria, si a ti te echaban de una sociedad, morías. Necesitabas al grupo. En nuestro cerebro más profundo esa idea del rechazo como peligro de muerte sigue muy vigente. Por eso nos atormenta tanto cuando alguien nos rechaza o nos critica, aunque racionalmente entendamos que no es tan grave. El problema es que el mensaje que está dando la sociedad actual y la psicología, en vez de ayudarnos a calmar ese miedo evolutivo al rechazo, lo que está haciendo es apagar el fuego con gasolina: si consigues ser tu mejor versión, no te va a rechazar nadie.

También destacas el valor de la congruencia.

En el libro digo que el rechazo es el precio de la libertad. La congruencia sirve para dos cosas: por un lado, para desvincularnos del resultado. Es decir, la única manera de salir de esto es dejar de estar agobiado con la idea de si estoy pasando el examen o no, dejar de estar centrados únicamente en el resultado. Es decir, un fin de semana no puede ser bueno porque has hecho muchas cosas, sino porque has hecho lo que te apetecía hacer.

“Empezar a hacer las cosas por congruencia, porque me nace, porque me gusta, porque es mi manera de ser, es lo único que va a hacer que consigamos disminuir nuestra tendencia a la perfección y esa frustración permanente con la que convivimos”

Empezar a hacer las cosas por congruencia, porque me nace, porque me gusta, porque es mi manera de ser, es lo único que va a hacer que empecemos a disminuir esa tendencia a la perfección y esa frustración permanente. Por otro lado, el mirar lo que ocurre dentro de nosotros, nuestras emociones, nuestros valores, es lo que nos hará libres, coherentes con lo que sentimos.

Por último, dedicas un capítulo “a todo eso de lo que ya no se habla, pero que influye más en nuestra felicidad y bienestar que lograr no sé cuántas mierdas”: descansar, tener una rutina agradable que merezca la pena vivir, ver a la gente a la que queremos y contarnos cómo nos va… En un mundo en el que “hacemos más cosas que nunca, nos divertimos más que nunca, logramos más que nunca, pero no descansamos una polla”, ¿parar, aburrirse o no hacer nada pueden ser actos revolucionarios?

Totalmente. No hacer nada es una huelga. Pero eso antes solo era aplicable a lo laboral. Ahora podríamos hablar de una huelga con el modo de vida que llevamos, un “no voy a entrar en esta tiranía”. Yo reivindico el volver a tener tiempo para no hacer nada, para la conversación, para el café con el amigo, para estar con uno mismo.

Etiquetas:

PUBLICIDAD

PUBLICIDAD