Jordi Gil Martín

Psicólogo especializado en trauma, psicoterapeuta, constelador familiar, autor de ‘Aprende a cuidar de tu niño interior'
El psicólogo Jordi Gil, autor de 'Aprende a cuidar de tu niño interior', nos anima a conectar con nuestro yo niño para cicatrizar las heridas de la infancia, y despejar así el camino para alcanzar una vida adulta plena.
Jordi Gil Martín
“El tipo de infancia y de adolescencia que tuvimos es la gran influencia de nuestra vida, pero esa influencia se puede compensar”

19/01/2023

“Mi propia infancia marcó mi vida durante años y solo a través de la toma de conciencia y del apoyo de distintos aliados he podido transformar mi dolor infantil en una riqueza personal que me permite disfrutar de la vida”, escribe en la introducción de Aprende a cuidar de tu niño interior: cómo cicatrizar las heridas de la infancia para alcanzar una vida adulta plena (Diana) el psicólogo Jordi Gil. Es el suyo un volumen que parte de su experiencia –la personal y la profesional– para acercar a los lectores una guía para reencontrarse con el niño maravilloso (el niño antes de la herida) sin renunciar a aprovechar los valiosos aprendizajes que puede dejarnos el dolor y el sufrimiento que alimentan al niño herido. Y es que, como afirma este experto especializado en terapia individual y psicología del trauma, que desde 2005 codirige el centro Gestalt Salut Psicoteràpia de Barcelona, la infancia “es la gran influencia de nuestra vida”, pero eso no significa que esa influencia, sobre todo cuando es negativa, no se pueda compensar. “Tiene remedio”, afirma. Eso sí, ese remedio implica un trabajo personal importante. ¿Estamos dispuestos a hacerlo?

PUBLICIDAD


‘El niño es el padre del hombre’, titula el prólogo Francesc Miralles, citando al poeta británico William Wordsworth. ¿La infancia nos marca de forma irremediable?

Portada "Aprende a cuidar de tu niño interior"

El tipo de infancia y de adolescencia que tuvimos es la gran influencia de nuestra vida. Nos condiciona y nos influencia mucho, pero también te digo que esa influencia y ese condicionamiento se pueden compensar. Tienen remedio. Pero para ponerle remedio hay que hacer un trabajo de conciencia, de esfuerzo y de atención. Y no siempre estamos dispuestos a ello.

Es habitual escuchar esa frase manida de que nunca debemos perder al niño que llevamos dentro. Entiendo, sin embargo, que si ese niño interior está herido, nos puede acabar condicionando para mal nuestra adultez.

PUBLICIDAD

Por supuesto. Pero antes del niño herido está el niño maravilloso o el niño divino (dependiendo del enfoque terapéutico que utilicemos), así que el objetivo debería ser recuperar a ese niño maravilloso o divino que existió antes de la herida; y tener en cuenta que el niño herido también tiene cosas que aportarnos.

“El hecho de haber sufrido durante nuestra infancia también nos puede hacer más humanos, más compasivos, más empáticos”

Al final el hecho de haber sufrido también nos puede hacer más humanos, más compasivos, más empáticos. Nunca hay que olvidar ese obsequio que nos hace el niño herido.

Se pueden sacar aprendizajes de ese niño herido.

Sí. Se puede sacar más luz, más claridad. Quien ha sufrido en la infancia y ha hecho un trabajo de conciencia posiblemente pueda ser un adulto más compasivo y más cuidador.

PUBLICIDAD

Autoconocimiento para identificar las heridas de la infancia

Hay experiencias traumáticas (violencia, agresiones sexuales, etcétera) que evidentemente hirieron al niño que fuimos y cuyas consecuencias nos lastran por mucho tiempo. Sin embargo, hay gente que puede que fuese herida en la infancia de una manera más sutil y no sea capaz de identificar esa herida. ¿Cómo podemos saber que nuestro niño interior está herido?

La forma de detectar las heridas parte de la observación: de observar qué tipo de situaciones me tensan en exceso, por qué me enfado mucho, por qué cosas tengo una respuesta emocional exagerada (ya sea ésta depresiva o eufórica), etcétera. Esas cosas que nos alteran más de lo que deberían nos pueden dar pistas de que quizás existen heridas de fondo que no han cicatrizado o que no hemos curado del todo. 

“Quien ha sufrido en la infancia y ha hecho un trabajo de conciencia posiblemente pueda ser un adulto más compasivo y más cuidador”

El autoconocimiento, señalas en el libro, es esencial para llegar al niño que llevamos dentro. ¿Tendemos a conocernos poco a nosotros mismos?

PUBLICIDAD

Hay un porcentaje de la población que tiene un interés muy claro en el autoconocimiento. Y después hay otras personas que no ponen el foco de interés en este aspecto, sino que van por otros caminos (el placer, el trabajo, el éxito…) que no necesariamente son mejores o peores. Hay distintos caminos y uno de ellos es el autoconocimiento. Sí que creo que a nivel generacional hay cada vez más gente que está en ese camino, pero creo que todos, como sociedad, deberíamos tener cierto interés en conocernos a nosotros mismos.

¿Qué nos perdemos sin ese autoconocimiento?

En parte se pierde un mayor bienestar y la posibilidad de tener una vida más plena. Al final, si yo tuve problemas con la socialización en grupo cuando era pequeño o adolescente, si no me conozco a mí mismo será difícil que nunca disfrute de las situaciones grupales. Esa cuestión que no he resuelto me va a boicotear siempre y me va a impedir alcanzar un mayor bienestar.

“Sin autoconocimiento nos estamos perdiendo un mayor bienestar y la posibilidad de tener una vida más plena"

Además de esto, el autoconocimiento tiene otros beneficios: mejora mucho las relaciones con los demás (tanto las grupales como las de uno a uno), te hace sufrir menos, tu sistema nervioso está más tranquilo, porque sabe cuáles son las fichas o los mecanismos que se activan en tu mente en cada momento; y por último hay una parte de una mayor libertad interior, que te hace estar menos sujeto y condicionado por las relaciones (ya sean de pareja, de amigos o de familiares). No te sientes tan obligado a hacer determinadas cosas, sino que te sientes con más responsabilidad y más libertad para decir no.

PUBLICIDAD

Curar al niño interior para no repetir

Dedicas un capítulo al proceso de curación de nuestro niño interior. ¿Cuáles dirías que son los pasos indispensables en ese proceso de curación?

El primero y fundamental es tomar conciencia de esas heridas y no minimizarlas. Es fácil caer en la tención de “tampoco fue para tanto”, “los niños son crueles, no hay que darle mayor importancia”, “mis padres hicieron lo que pudieron porque no sabían más”, etcétera.

“Ser padre también es responsabilizarse de nuestras propias heridas para proteger a nuestros hijos de ellas”

Y a partir de ahí el segundo sería ponerse en faena: ir a terapia, buscar libros que me ayuden con esa herida que siento que tengo. Estos dos pasos serían el principio del camino y en él es importante no negarse a sufrir. Habrá momentos malos, pero se saldrá mejor.

PUBLICIDAD

Entiendo que ese proceso de curación es esencial siempre, pero tengo la sensación de que es especialmente importante cuando uno se convierte en padre/madre.

Convertirse en padre o en madre te hace ver más claras las heridas de tu niño interior, te hace más consciente de que hay una serie de cables en tu interior que hacen chispas. La crianza te obliga a chequear un poco por dónde pasaste. Hay muchos casos de padres o madres que cuando empiezan a llevar a sus hijos a la escuela infantil, por ejemplo, de repente conectan con su propia experiencia con las guarderías. De alguna forma el pasado vuelve a través de lo nuevo, que es tu hijo.

“Se puede transformar el dolor que uno sufrió en luz para los hijos, convertir la herida en una riqueza”

De no llevar a cabo ese proceso de curación, ¿las heridas de nuestro niño interior pueden acabar hiriendo también a nuestros hijos?

Sí, absolutamente. Por eso ser padre también es responsabilizarse de nuestras propias heridas para proteger a nuestros hijos de ellas. Al final si uno es padre y, por ejemplo, se da cuenta, en la crianza de sus hijos, de que tiene un problema con el enfado o con la tristeza; subsanar ese aspecto le permitirá enfrentarse mejor a esas emociones, tanto a las propias como cuando esas emociones las experimenten sus hijos. Y de esta forma será capaz de dar a sus hijos una educación emocional mucho más óptima, dar a sus hijos, en definitiva, lo que él no tuvo para poder hacerles más felices.

Al final es transformar el dolor que uno sufrió en luz para sus hijos, transformar la herida en una riqueza.

PUBLICIDAD

PUBLICIDAD