Mariela Michelena

Psicoanalista y autora de ‘Mujeres que lo dan todo a cambio de nada’
La psicoanalista Mariela Michelena acaba de publicar un nuevo libro dedicado a las mujeres que no han sabido jugar bien sus 'cartas' en el amor, y que enseña cómo cambiar de 'juego' para no repetir errores.
Mariela Michelena
“El síndrome de Cenicienta es cuando el hombre viene con su zapatito y tú tratas de adaptarte a él. Las mujeres somos capaces de sacrificios innombrables que cercenan lo que somos, lo que hemos conseguido, con tal de encajar en el zapatito”

06/02/2015

Con Mujeres que lo dan todo a cambio de nada la psicoanalista Mariela Michelena cierra la trilogía que empezó con Mujeres malqueridas (La Esfera de los Libros, 2010) aunque, como admite la autora, su primer objetivo no fue escribir tres libros, pero fueron tantas las mujeres que se sintieron identificadas con las historias que contaba y que por fin pudieron ponerle nombre a lo que sentían y sufrían, que empezaron a llegarle miles de correos de distintas partes del mundo, y ella decidió “rendirles un homenaje” a todas sus lectoras seleccionando algunas de las cartas que recibió para confeccionar con ellas esta nueva obra. “No hay un perfil de mujer malquerida. Tras atravesar el calvario todas se parecen, pero cualquier mujer, desde la más independiente a la más mosquita muerta, si no está atenta, puede convertirse en una mujer malquerida”, explica Mariela durante la presentación de su nuevo libro. Y afirma que para salir de una relación amorosa destructiva o sin futuro lo primero es reconocer que tienes un problema, y añade “yo coloco la responsabilidad en los hombros de cada quien. Que ellos son unos cafres, pues allá ellos, pero ¿por qué tú sigues ahí? Esa es la pregunta que cada quien tiene que contestar”.

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Mujeres que lo dan todo a cambio de nada

Dices que hay más mujeres malqueridas que hombres malqueridos, ¿podría tener esto que ver con el instinto maternal? ¿No estarían en realidad actuando un poco como madres las mujeres ‘que lo dan todo a cambio de nada’?

Yo me preguntaba por qué estamos las mujeres tan dispuestas a sufrir por amor, y qué es lo que nos hace tan vulnerables, tan dispuestas a entregarnos, a perdernos por el otro. Y se me ocurrió que eso tiene que ver con la vena maternal. En los seres humanos no hay nada que sea instintivo u obligatorio. Los animales se mueven por instinto, siempre tienen las relaciones exactamente en la misma forma, pero los humanos no, los humanos estamos muy atravesados por la cultura y, en esa medida, no hay tal cosa como un instinto maternal, pero sí una inclinación básica con la que tú puedes hacer lo que te parezca. Puedes tener hijos, o no tenerlos, puedes tener un hijo y regalarlo o darlo en adopción, o puedes tener un hijo y matarlo, porque esas cosas también pasan. Puedes no tener hijos y, no obstante, rebosar instinto maternal y ser la madre de todas tus amigas, de tus compañeros de trabajo y, sobre todo, del marido. Nos encanta hacer del marido un bebé. En la mayoría de los casos en los que vemos el sufrimiento por amor hay esta entrega incondicional, esta disposición a perdonar una y otra vez, esta preocupación por que el otro esté bien, una disposición a que el otro esté cómodo y bien olvidándote de ti misma…, que son cosas que hace una mamá.

Simone de Beauvoir pensaba que nosotras sufríamos por amor y nos entregábamos con esa desesperación porque dependíamos económicamente de los hombres, pero ya no dependemos económicamente de los hombres y seguimos haciendo cualquier cosa con tal de no perderlos. Entonces hay algo en nosotras, algo en lo femenino, que tiene una cierta disposición a una entrega desmedida. Y ese algo tiene que ver con la maternidad, que nos hace transformar al señor de 40 años con bigote en nuestro bebé.

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No solo es la maternidad, pero lo subrayo porque es un elemento universal que vale a la gran mayoría, y luego está lo particular, que es la historia personal de cada quien, y cómo cada quien repite modelos que ha vivido, pero no modelos culturales, sino vivencias personales. Como digo en el libro el ser humano es el único ser en la naturaleza que tropieza dos veces en la misma piedra. Y nosotras tenemos pasión por la piedra, porque una cosa es que tropieces dos veces con la misma piedra, y otra que le cojas cariño a la piedra y tropieces con ella una vez y otra. Cuando algo se repite cabe pensar que hay algo personal en la historia individual que necesita aflorar y que no se ha podido elaborar, y que en esa búsqueda de elaboración hay una repetición ciega que tiene que ver con la historia infantil, con el inconsciente, con las cosas que quedaron grabadas en el inconsciente y de las que somos solamente víctimas. Por eso a veces elegimos una y otra vez el mismo tipo de hombre; con otro tamaño, con otra talla, con distinto color, pero con una forma de funcionar parecida.

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Se dice que el último en enterarse de un engaño sentimental –unos cuernos, hablando coloquialmente– es precisamente el engañado, y parece que lo mismo ocurre con otros problemas de pareja; de hecho, un capítulo de tu libro se titula ‘cuando le ocurre a mis amigas lo veo con cristalina claridad’. ¿Por qué no lo vemos entonces cuando nos ocurre a nosotras? ¿O acaso es que no queremos verlo?

Sí, se nos ponen los pelos de punta y pensamos ‘cómo es posible que fulanita haga esto’, ‘desde luego es tonta, yo nunca habría…’. Esa es la diferencia entre la teoría y la realidad; la teoría todas la tenemos clarísima. Y ¿por qué no nos damos cuenta? Porque hay una cosa que se llama negación, y negamos las cosas que no concuerdan con lo que nosotros queremos escuchar o queremos saber. Es muy probable que él o ella te esté dando todas las pistas posibles, como un paciente mío al que yo sabía que la mujer le era infiel por lo que me contaba –y yo a la mujer no la conocía de nada–, pero a él no le daba la gana de enterarse. Y lo mismo con otra paciente que llegó al límite de que las amigas –que lo sabían– se reunieron con ella para contárselo y ella se ofendió muchísimo. E incluso una vez le pilló unos mensajes subidísimos de tono en el móvil, y después estaba orgullosísima porque ahora delante de ella apagaba el teléfono. Eso se llama negación, no querer enterarse, y hay una parte de la persona que sabe, porque no es tan tonta ni tan ingenua como hace ver, pero convive con otra parte que no se quiere enterar, y gana esta parte.

En la mayoría de los casos en los que vemos el sufrimiento por amor hay esta entrega incondicional, esta disposición a perdonar una y otra vez, esta preocupación por que el otro esté cómodo olvidándote de ti misma…, que son cosas que hace una mamá

Bueno, en el caso de que esta persona sea feliz viviendo así, no habría por qué discutir su elección…

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Claro, pero lo de la infidelidad todavía, tú puedes hacer la vista gorda y ‘ojos que no ven corazón que no siente’, y tomártelo con una cierta dignidad y pasar; eso es una alternativa, es una opción, lo que pasa es que hay maltratos ante los que es muy perjudicial cerrar los ojos. La infidelidad es menos perniciosa que otro tipo de maltrato, pero hay cosas peores que también se justifican y se pasan por alto.

En el caso de la sumisión en el pecado llevamos la penitencia porque el deseo es lo único que se alimenta del hambre, no de la saciedad, y para mantener vivo el deseo tiene que faltar algo, no sirve el aquí te lo doy todo, yo soy toda tuya

Tipos de relaciones y amores de otra talla

¿Qué características suelen ser las que se repiten con más frecuencia en las relaciones de las mujeres que te han contado su historia?

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Yo hablo de tipos de relaciones que se repiten. Está la intermitencia, las relaciones on&off, es decir, relaciones que empiezan, que terminan, que son montañas rusas de grandes pasiones, grandes peleas, grandes broncas, lo dejamos para siempre jamás, y con unas reconciliaciones espectaculares. Y en nombre de esas reconciliaciones todo vale la pena y todo se perdona. Estas relaciones que empiezan y terminan una y otra vez, más que una relación son un pecado. Hay algo allí que no funciona y que no va a funcionar nunca, porque no es verdad que él va a cambiar, ni es verdad que tú vas a cambiar.

Otra es la impostura, lo que yo llamo el síndrome de Cenicienta, que es cuando el hombre viene con su zapatito y tú tratas de adaptarte a él. En el cuento de los hermanos Grimm una de las hermanastras de Cenicienta se corta los dedos de los pies para entrar en el zapato, inútilmente, y la otra, al ver que esto no funciona, se rebana el talón para entrar en el zapato, también inútilmente. Las mujeres, con tal de entrar en el zapato que el otro nos presenta, somos capaces de sacrificios innombrables que cercenan lo que somos, lo que hacemos, lo que hemos conseguido, con tal de encajar en el zapatito.

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Otra es la sumisión que, como su nombre indica, es decir a todo que sí. Y llega un momento en el que –y esto no sucede de la noche a la mañana– vamos haciendo pequeñas renuncias que nos parecen intrascendentes. ‘A él no le gusta que lleve falda, ¿y qué mas me da? La vida no es si llevas falda o si llevas pantalones’. ‘Él prefiere que lleve el pelo recogido, pues me lo recojo ¿por qué molestarle si a mí me da igual?’ ‘Le fastidia que quede a cenar con mis amigas, pues quedo a comer y así evito que se preocupe’… Y vas cediendo pequeños terrenos hasta que un buen día no te reconoces en el espejo. Y lo has hecho porque has querido. En el caso de la sumisión en el pecado llevamos la penitencia porque el deseo es lo único que se alimenta del hambre, no de la saciedad, y para que haya deseo tiene que faltar algo, tiene que haber algo escondido. Y eso es lo que mantiene vivo el deseo, no ‘aquí te lo doy todo, yo soy toda tuya’, porque eso es una madre.

Otra es la adicción, que forma parte de este tipo de relaciones en las que da igual el tiempo que haya pasado entre un encuentro y el siguiente, porque el efecto es como el del primer whisky en un alcohólico. Y yo el único consejo que doy es el de ‘no al primer café’.

Otra cosa muy importante es el tema de la autoestima, y es que a mí no me parece que el origen de una mujer malquerida se encuentre en una baja autoestima, sino en todo lo contrario, en una autoestima mal entendida. En una persona que se cree capaz de soportarlo todo, capaz de perdonarlo todo, capaz de tolerarlo todo. No sabemos decir ‘no quiero o no puedo’. En Facebook no existe un ‘no me gusta’, pero en la vida tiene que haber un punto en el que uno pueda decir ‘no me gusta’. Pero si crees que decir ‘no puedo’ da una imagen de fragilidad… empiezas a decir síes donde tenías que haber dicho noes, y empiezas a enfundarte en zapatos imposibles y en vestidos de otra talla. Son amores de otra talla, y a lo mejor a otra mujer le va estupendo con este señor, pero a ti te va fatal.

¿Qué consejo darías para reconocer los signos que indican que esa personas no es adecuada para ti, que esa relación no va a ir bien, y alejarse así cuanto antes de alguien que no te conviene?

Al principio de la relación hay cosas muy difíciles de detectar porque las dos personas que se encuentran no existen, son cada una producto de la imaginación del otro, ya que el enamoramiento hace que tú idealices a la otra persona y que la otra persona te idealice a ti. Así que cualquier defecto que detectes en ese momento lo vas a reinterpretar a favor del ser amado.

Pero hay dos cosas muy importantes y que sí se pueden ver en seguida. Una es la reciprocidad, el que lo que tú das sientas que se te retribuye, es decir, que el otro está dispuesto a dar tanto como das tú. Por supuesto que siempre hay que renunciar a cosas para la vida en pareja. La vida en pareja supone compartir y no vas a encontrar a alguien al que le gusten exactamente las mismas cosas que a ti, que quiera las mismas cosas que tú…, y siempre hay una renuncia, pero esa renuncia no debe recaer solamente en un lado del terreno de juego, sino que debe de repartirse más o menos equitativamente. Y lo otro es la comodidad. Si tú no te sientes cómoda en tu relación, si sientes que tienes que desempeñar un determinado papel y que tienes que cumplir ciertas expectativas, algo falla. Por ejemplo, he escuchado a pacientes decir ‘si estamos en el coche y hay un atasco y llueve, yo me siento culpable de que esté lloviendo’. Eso se llama miedo, y lo contrario del miedo es la comodidad. Si no te sientes cómoda en la relación porque te parece que te tienes que portar de una cierta manera, que tienes que aplacarlo y contentarlo, hay algo que no funciona. Uno se tiene que sentir cómodo, cómodo en tu vida, cómodo de ser la mujer que eres, con la profesión que tienes, con la vida social que llevas, con las amigas que has elegido… Habrá cosas a las que cada uno deba renunciar, pero si tengo que decir dos cosas que te puedan servir como signos de alarma serían la comodidad y la reciprocidad. Y, sobre todo, no hay que pensar en que esto es cuestión de tiempo y él va a cambiar, una trampa en la que solemos caer.

La vida en pareja supone compartir y siempre hay una renuncia, pero esa renuncia no debe recaer solamente en un lado del ‘terreno de juego’, sino que debe de repartirse más o menos equitativamente

El momento clavo y las cartas que te da la vida

En el caso de que una mujer se considere malquerida y decida romper la relación, ¿Es mejor que pase el duelo en soledad, o que siga el consejo de ‘un clavo saca a otro clavo’…?

Lo que yo llamo el momento clavo tiene que ver con postergar el duelo con la excusa de ‘un clavo saca otro clavo’. El duelo por una separación es una cosa horrible, espantosa, y dolorosísima, y muchas personas no son capaces de tolerar ese ‘dolor de desierto’ que supone la separación, no son capaces de pasar esa pena sin compañía y buscan inmediatamente a alguien que calme la angustia. No soportamos el dolor, y recomiendo por eso mi libro Me cuesta tanto olvidarte (La Esfera de los Libros, 2012) porque es un libro que honra el dolor y los momentos duros que también forman parte de la vida. Como dije recientemente en una entrevista ahora parece que está prohibido sufrir y que tenemos que estar todos contentos y felices, como si la vida fuera estupenda y maravillosa… Y, si no, te dicen ‘piensa en positivo’. O sea, no tenemos espacio para el dolor, para el sufrimiento, para la pena, eso no se lleva. Entonces, el momento clavo es el momento en el que te aferras a un clavo ardiendo, a lo primero que te pasa por delante, y eso te consuela por un tiempo. Incluso hay relaciones que pueden durar muchísimo tiempo y son relaciones clavo, y en algún momento se manifiestan como tales. Por ejemplo, los hombres llevan muy mal estar solos y solapan una relación con otra. Como les cuesta mucho atravesar solos cualquier espacio de soledad, generalmente se buscan relaciones clavo, y las mujeres tenemos que estar muy atentas a no ser el clavo del otro, porque los clavos tienen un único destino que es terminar con un martillazo en la cabeza. Y es muy probable que si hacemos de clavo el otro nos use para acompañarse, y seamos la típica que se hace cargo de los hijos, lo cuida a él porque ‘pobrecito, su mujer lo dejó y él es tan bueno’, y de pronto el pobrecito va y se enamora de otra porque ahora sí ha pasado el duelo.

El momento clavo es cuando te aferras a lo primero que te pasa por delante y eso te consuela por un tiempo, y las mujeres tenemos que estar muy atentas a no ser el clavo del otro, porque los clavos tienen un único destino que es terminar con un martillazo en la cabeza

Yo creo que hay que poder atravesar el duelo a solas, aunque es tan difícil que hay que respetar que cada quien lo haga como pueda. No hay normas, porque una separación de amor es un duelo en toda regla, es como si se te hubiera muerto alguien con la diferencia de que no hay rituales. Cuando alguien se te muere, la gente te acompaña, te da el pésame y se preocupa por ti porque saben que se te murió una persona cercana y que lo estás pasando fatal, mientras que cuando tu pareja te deja te dicen ‘bueno, la vida sigue, vamos de compras, vamos de viaje, entra en Meetic…’.

Explicas en tu libro que, según Freud, cuando un cierto tipo de relaciones se repite y parece que tenemos un imán para atraer desgracias, deberíamos intentar descubrir cuál es la experiencia traumática que estamos repitiendo sin darnos cuenta mientras culpamos al destino o a los demás de lo que nos ocurre. ¿Pueden ayudar tus libros a descubrir por qué a veces nos empeñamos en cometer los mismos errores en el amor?

El subtítulo del libro es ‘juega bien tus cartas en el amor’, y elegí la palabra cartas porque son cartas lo que he recibido de las lectoras, pero también porque es verdad que la vida te reparte unas cartas: te da un sexo, un lugar de nacimiento, una familia, una cultura, te pone en un colegio, te da unas amigas…, y lo importante es lo que cada quien hace con las cartas que le tocó jugar. El objetivo del juego no es lamentarnos por nuestra pobre suerte, por las cartas horribles que me tocaron, sino saber cuál es la mejor manera en la que yo puedo jugar esas cartas. Tú no eres responsable de un montón de cosas que te ocurren, pero sí eres responsable de otro montón.

Yo no doy consejos porque nadie los sigue –la gente hace lo que puede–, pero estos libros permiten a cada cual pensar sobre su situación; son espejos en los que uno se puede mirar, con los que la gente se puede sentir acompañada y preguntarse cosas a sí mismos. Si hay alguna característica que se repite en mis libros es que yo ‘no echo balones fuera’, es decir, que cada quien, de alguna manera, tiene una cierta responsabilidad en lo que le ocurre, y que lo único que te puede hacer cambiar es que tú ‘tomes cartas en el asunto’.

Si hay alguna característica que se repite en mis libros es que yo no echo balones fuera, porque cada quien, de alguna manera, tiene una cierta responsabilidad en lo que le ocurre, y lo único que te puede hacer cambiar es que tú tomes cartas en el asunto

El objetivo de mis libros es que las mujeres malqueridas se pregunten qué pueden hacer ellas para cambiar la situación en la que están, y descubran qué las ha llevado a ella. Que se pregunten sobre su vida, su historia, por qué están dispuestas a darlo todo, y si es verdad que es a cambio de nada, o están esperando mucho más que todo, y después cuando no les dan lo que esperan sienten que no les vino nada. Y que también se cuestionen por qué darlo todo, por qué dar más de lo que se les pide. El objetivo es que cada mujer mire su cartas, vea las que le tocaron y se pregunte ¿cómo las juego? ¿Estoy repitiendo una historia? ¿Estoy enfrascada en algo imposible? ¿Estoy insistiendo en algo que no tiene futuro? Eso es jugar bien las cartas, porque siempre tienes que contar con que tienes un jugador delante que tiene las suyas propias, y que no todo está bajo tu control. Solo tienes en tus manos la posibilidad de jugar tus propias cartas, de jugar una u otra, de pasar en un momento determinado y decir ‘esta ronda no la juego’, o de apostarlo todo a una carta que crees ganadora y después resulta que no porque el otro tiene un as bajo la manga.

Aprender a pedir

¿Y de qué actitudes asociadas generalmente al sexo masculino deberíamos aprender nosotras?

PEDIR. ¡Los hombres saben pedir muchísimo! Nosotras no sabemos pedir porque eso nos parece una ordinariez, y tendríamos que pedir más. Aunque en realidad el problema es que las mujeres no pedimos una cosa, sino dos: pedimos lo que queremos más que el otro lo adivine. Decimos ‘yo no quiero nada’, mentira cochina. Y es que vamos de super heroínas y de sufridoras, y jugamos la carta del sumo sacrificio, de la abnegación absoluta, de sentirnos por encima del otro.

La gente siente que pedir ayuda es un signo de debilidad, pero es un signo de fortaleza porque implica que te has dado cuenta de que tienes un problema y has decidido ‘poner toda la carne en el asador’ para resolverlo

Las mujeres también tenemos que aprender a no poder, a delegar, tenemos que soportar la posibilidad de decir ‘no, no puedo más, esto no lo puedo hacer, de esto no me puedo hacer cargo, necesito que me ayuden’.

Una vez leí que si cuando pensabas en tu pareja en vez de sonreír o sentirte bien, con frecuencia te producía angustia o ansiedad, era el momento de plantearte seriamente la ruptura. ¿Ayuda el psicoanálisis a salir de una relación destructiva?

Lo primero que tienes que hacer es salir de la negación, que es lo que te permite decir ‘no es para tanto, no es tan grave, no es tan serio…’ Lo primero, por tanto, es darse cuenta de que uno tiene un problema. Al principio uno recurre a lo que tiene más cerca, los libros de autoayuda, las amigas, el tarot, los horóscopos, los programas de televisión, los foros de Internet, la propia fuerza de voluntad… A lo mejor alguna de estas cosas te ayuda y te sirve, pero si ves que esto no es suficiente y sigues atascado ahí, creo que hay que ser lo suficientemente valiente como para pedir ayuda profesional. La gente siente que pedir ayuda es un signo de debilidad, pero es un signo de fortaleza porque implica que te has dado cuenta de que tienes un problema y has decidido ‘poner toda la carne en el asador’ para resolverlo.

Yo coloco la responsabilidad en los hombros de cada quien. Que ellos son unos cafres, pues allá ellos, pero ¿por qué tú sigues ahí? Esa es la pregunta que cada quien tiene que contestar. Yo digo que cuando alguien se encuentra con una situación como esta dice ¿qué he hecho yo para merecer esto? Y las amigas le dicen ‘tú nada, tú lo has hecho todo perfecto. Él es malo, malo, malo’. Y cuando llegas a un psicoanalista y le preguntas ¿qué he hecho yo para merecer esto? el profesional contesta ‘siéntate, que te lo vamos a decir’, ‘vamos a ir viendo qué es lo que has hecho tú para llegar a la situación en la que estás’. Porque eso es lo único que podemos cambiar, al otro no lo podemos cambiar, al otro no podemos pretender transformarlo.

Un nuevo estudio ha revelado que aunque el 92% de los jóvenes españoles considera inaceptable la violencia machista, a uno de cada tres sí le parece aceptable –o inevitable– controlar a su pareja, impedir que vea a su familia o amistades, o incluso impedirle que trabaje o estudie. ¿Qué opinas?

El que uno de cada tres diga que es normal ya me parece que a ese es para meterlo preso de entrada, pero el problema es que los otros dos, o las otras dos, no lo aceptan, no lo reconocen, pero al final lo hacen. No te puedes imaginar la cantidad de feministas que están encerradas en situaciones humillantes. El problema no es tanto el que reconoce abiertamente que piensa así, sino que estas cosas se deslizan sin que te des cuenta, y empiezas a aceptar cosas porque son nimias y comienzan pasito a pasito, y eso es lo que me parece a mí que es la trampa y que es importante de discriminar, y que tiene que ver con lo que te decía de que nosotras no pedimos, no ponemos nuestras cartas sobre la mesa, y no hablamos abiertamente de lo que queremos, de lo que nos gusta y de lo que no nos gusta.

¿Y qué se puede hacer para evitar caer en la trampa?

Empezar a decir lo que me gusta y lo que no me gusta. Peguntarme primero si eso me gusta y, si no es así, decir claramente ‘esto no lo quiero' y 'por aquí no paso’. Conozco un caso de una jovencita que tenía un noviecito en Italia y quería algo un poco más comprometido porque ella está portándose bien aquí. Y habló con él y él le dijo, ‘ah, no te preocupes, entonces yo salgo por ahí pero no me lío con nadie’. O sea, que ella lo pidió, y él otro aceptó con menos complicación de lo que ella se imaginaba. Hablo de jovencitos, pero si tú no pides, ¿por qué el otro va a adivinar lo que quieres? Lo mejor es que los dos estén de acuerdo en qué tipo de relación quieren tener. Y, si no quieren lo mismo, punto final. No pienses que lo vas a cambiar porque no lo vas a cambiar. A lo mejor en algún momento se enamora locamente y es un hombre perfectamente fiel, formal, y muy enamorado de su mujer, pero le tendrá que llegar el momento cuando le llegue, no antes.

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