Álex Rovira

Economista, consultor, y coautor de 'La buena suerte' y 'Alegría'
Álex Rovira, coautor de 'La buena suerte', acaba de publicar 'Alegría', en el que nos invita a cultivar y transmitir esta emoción con la que –afirma– es posible cambiar el mundo. En esta entrevista nos da algunas pautas para ello.
Álex Rovira
"La alegría constituye los ladrillos de la felicidad, y se puede trabajar; es como la buena suerte, puedes crear las circunstancias para cultivarla, experimentarla y contagiarla"

05/10/2017

Aunque, como él mismo afirma, no es escritor, y su profesión es otra –empresario, economista, conferenciante y consultor– Álex Rovira ha publicado ya varios libros con gran éxito. 'La buena suerte', que escribió junto a Fernando Trías de Bes en 2004 y ha sido traducido a 42 idiomas, es probablemente el más conocido a nivel internacional, pero no el único. Ahora, ha decidido investigar sobre una emoción vital para los seres humanos, la alegría, y divulgar sus conclusiones en un libro del mismo título ('Alegría', Zenith, 2017) y del que es coautor junto a Francesc Miralles. Según nos explica, la alegría no es solo un antídoto contra la tristeza, sino una forma de ver la vida, de actuar, y de transmitir pensamientos y emociones positivas, con la que –asegura convencido– es posible cambiar el mundo.

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Portada 'Alegría'

¿Por qué has escrito un libro sobre la alegría? ¿Crees que la estamos perdiendo, o que no sabemos dónde encontrarla?

Son muchos los motivos por los cuales nace este libro; por un lado, la constatación de que, históricamente, se ha escrito sobre muchas otras emociones antes que la alegría. A lo largo de la historia se ha hablado mucho del miedo, de la tristeza, de la rabia, incluso de sentimientos que no son emociones, como por ejemplo la vergüenza. Y sobre la alegría apenas Montaigne habla de ella, Bergson, Sartre habla de ella, Nietzsche hace alguna referencia a ella…, pero no son tantos los que se atreven a abordarla porque, además, durante muchos años se ha considerado la alegría como algo banal o frívolo. Incluso dentro de lo que es el cuerpo contemporáneo de investigación psicológica no hay muchas investigaciones sobre la alegría, porque la psicología se ha orientado esencialmente al estudio de la patología.

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En segundo lugar porque, al observar el entorno, yo recuerdo –quizás con una lectura subjetiva y sesgada de mi realidad– que cuando era pequeño, o joven, había más alegría. Habría que saber en qué medida esto es objetivo, o no, pero lo he hablado con mis padres –mi padre tiene 85 años, y mi madre tiene 80 años– y también ellos dicen que "antes vivíamos con menos, pero había más alegría".

Y en tercer lugar, a través también de un proceso personal, y es que por diversas circunstancias en los últimos años he tenido que convivir con muchos duelos, con situaciones realmente trágicas de mi entorno más cercano, o a segundo nivel. Y llegó un punto en el que decidí escribir sobre la alegría por necesidad. Es decir, cuando se te suicida un amigo, cuando se te mueren varios parientes cercanos de cáncer, aunque supongo que estoy en un momento de mi vida en que por ciclo vital es natural –o es esperable– que pasen estas cosas, yo necesité empezar a escribir sobre la alegría porque la estaba perdiendo, aunque no estaba en depresión.

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A mí me gusta mucho caminar por la naturaleza, y allí encontraba un sosiego, y un día me embargó una profunda alegría sin objeto, lo que se puede llamar un momento de epifanía, muy difícil de explicar con palabras. Y fue entonces cuando tuve la clara vivencia de que la alegría no es solo una emoción, no es solo un sentimiento, no es solo un estado de ánimo, sino que es nuestra naturaleza esencial. Está ahí, agazapada. Y también me pareció muy interesante que la alegría sea el antídoto no solo de la tristeza, sino del desánimo, el pesar, la depresión, la inercia…, incluso del miedo; es un antídoto tan fuerte, y genera tantas hormonas –endorfinas, dopamina…–, que merecía mucho la pena ser investigada. Pero no lo hemos querido hacer en forma de ensayo científico, sino en un formato de divulgación para todo tipo de públicos, donde además al final de cada capítulo hay una invitación a convocar la alegría. También intentando que haya rigor, es decir, hay muchas fuentes en el libro y autores, a los que se hace una referencia muy suave porque está desarrollado en un tono epistolar con el que buscamos facilitar un encuentro con el lector. Son capítulos breves, cada uno con una idea muy clara, y en los que se abordan desde las alegrías pasivas –en cuanto a que las vives y eres objeto de ellas, como la naturaleza, los animales…– hasta las activas: el placer de aprender, o las alegrías sin objeto. Hemos querido abarcar todo el espectro de alegrías, pero evitando realizar una clasificación que pudiera asemejarse a un ensayo filosófico, porque se trata de un libro de divulgación que pretende llegar a todos los públicos.

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Dices que la tristeza es solo "el reverso de la alegría", y que "sin ese contraste viviríamos en una apatía parecida a la muerte". ¿Qué les dirías a los padres obsesionados por que sus hijos no estén tristes ni un minuto?

Si ese es el supuesto, es una impostura. He comentado con algunos amigos psicólogos y psiquiatras que vivimos en unos tiempos en los que se pretende tapar rápidamente, e incluso medicalizar, lo que antaño eran procesos naturales. Por lo tanto, yo les diría a esos padres que es importante escuchar la tristeza, y ver qué información aporta; de hecho, cuando los de Disney hicieron Inside out, aunque durante toda la película aparentemente la protagonista era la alegría, al final se da cuenta de que la tristeza tiene un rol fundamental, porque nos pone sobre aviso de lo que es esencial para la supervivencia, y si la alegría nos lleva a la filiación y al vínculo, a empoderar nuestra vida, y a aumentar la curiosidad y el deseo de estar con la otra persona, el amor, en definitiva –la alegría es la puerta al amor–, la tristeza nos informa de que algo no va, y por tanto hay que darle un espacio. Como decía Paracelso, el veneno siempre está en la dosis, y hay que tener cuidado con la tristeza, porque es un vicio, pero hay que saber escucharla, y hay que saber dialogar con nuestros hijos y averiguar por qué están tristes, porque si no lo que hacemos es tapar una emoción natural fundamental, que a la larga acabará saliendo por otro lugar. La frase "no estés triste" no tiene sentido, porque las emociones no dependen de la voluntad; son una pieza de información fundamental para nuestra evolución adaptativa y para nuestra adaptación coyuntural, y por lo tanto hay que saber escucharlas, porque negarlas acaba generando patologías. Las enfermedades psicosomáticas no son más que eso. La tristeza tiene un sentido, tiene una función adaptativa fundamental.

La frase "no estés triste" no tiene sentido, porque las emociones no dependen de la voluntad; son una pieza de información fundamental para nuestra evolución adaptativa, y negarlas acaba generando patologías

Fíjate que en el libro empezamos con el capítulo de la tristeza, y terminamos con el capítulo de la tristeza, dándole las gracias. Hay que saber vivir en esa ambivalencia, que es lo que nos hace humanos. Caer en un maniqueísmo, o en la negación de algo tan importante como la tristeza o el miedo, es poner en riesgo nuestra salud a todos los niveles, nuestra salud emocional, psicológica, mental, y física. Y la tristeza te hace valorar, y también existe una convivencia en la ambivalencia; por ejemplo, puedes estar en un duelo dándole el pésame a un amigo porque ha perdido a alguien amado y estar profundamente triste, pero en ese abrazo que os dais encontrar también la alegría. No son emociones excluyentes, y educar a nuestros hijos en eso es importante.

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¿Una infancia triste, puede llegar a determinar una vida sin alegría?

No necesariamente, pero en esos casos es conveniente llevar a cabo un trabajo de reflexión, de introspección, un trabajo de cuestionamiento. Las emociones se contagian; el entusiasmo se contagia, pero la depresión también, y en entornos familiares muy depresivos se crean caldos de cultivo que hacen que la persona se adapte a la negatividad. Yo soy muy partidario de los procesos de psicoterapia bien llevados con un buen profesional, porque pueden cambiar mucho el rumbo de la vida de una persona. Evidentemente, si en la infancia ha habido unas circunstancias de tristeza importantes, cuando somos adultos podemos de alguna manera trabajar ese guión, redefinirlo; hay muchas herramientas y muy buenos terapeutas, y vale la pena cuestionarse, salvo que la persona haya hecho de la tristeza su goce, es decir, que tenga un enganche a la melancolía. Eso no es bueno ni malo, mientras no perjudique a otros y haga su vida, pero es cierto que convivir con alguien con esa forma de comportarse ejerce un condicionamiento muy grande.

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Alegría no es igual a felicidad, pero ayuda a conseguirla

También dices que "no hay que confundir la alegría con la felicidad" pero, ¿se puede estar alegre y no ser feliz, o ser feliz sin estar previamente alegre?

Yo diría que la alegría constituye los ladrillos de la felicidad; es decir, la alegría es desnuda, es pura, te invade. Si yo te pregunto si estás alegre, me contestarás sí, o no, o tal vez en qué grado, pero lo tienes claro. Sin embargo, si en determinados momentos de la vida le preguntas a alguien si es feliz, se lo tiene que pensar. La alegría es inmediata, es evidente, está o no está. Y tiene diferentes grados, desde el júbilo, la exaltación, la euforia, la algarabía…, hay muchísimas palabras que tienen que ver con esta emoción: la delectación, la libido, la voluptuosidad, el regodeo, el alborozo, la algazara, el gozo…

La felicidad es algo mucho más polifacético, y para algunos tiene que ver con el amor, para otros tiene que ver con el sentido de la vida. Es más complejo, requiere una mayor reflexión, es mucho más poliédrico. La alegría es una emoción, y la felicidad es un constructo cultural. Una de las cosas que decimos en el libro es que la alegría se puede trabajar, es como la buena suerte, puedes crear las circunstancias para cultivarla, experimentarla, y contagiársela a los otros. Si solo esperas alegrías pasivas, aunque es cierto que puedes sentir alegría cuando tu equipo deportivo marca un gol, si no lo marca ese día, estarás amargado y triste. Y hay otra alegría que es la de practicar tu deporte favorito y compartirlo con tu hijo, o cocinar para tus amigos, o estudiar música y tocar el piano o hacer tus propias composiciones… Hay alegrías pasivas o pasiones, que diría Spinoza, y hay alegrías activas que son las que aumentan nuestro poder vital, y nos hacen más despiertos, más responsables, más solidarios, más conscientes…, y sobre todo nos permiten contagiar a otros, porque para mí lo más maravilloso que tienes es que se puede crear una epidemia de alegría.

¿Crees que hay personas capaces de transmitir alegría por su forma de ser y comportarse, incluso en los momentos difíciles?

Sin duda. Y de hecho en el libro cito a José el campesino, por ejemplo. Y mi abuela materna también era una fuente de alegría, y cuando escribía el libro pensaba muchas veces en ella, que era una persona alegre, que cantaba, que era muy cariñosa y absolutamente demostrativa, como en el capítulo de las caricias. Ella no juzgaba, era muy comprensiva y con una mentalidad totalmente abierta para su época, y siempre tenía una sonrisa en la boca. Y, sin duda, hay personas maravillosas, que desde la bondad y la generosidad elevan corazones, inspiran, acompañan y consuelan.

Hay personas maravillosas, que desde la bondad y la generosidad elevan corazones, inspiran, acompañan y consuelan, y aconsejamos rodearse de esas personas y evitar a aquellas que están todo el día emitiendo toxicidad

Aconsejamos, además, rodearse de esas personas, y evitar a aquellas que están todo el día emitiendo toxicidad, porque las hay. Y para eso ponemos el ejemplo de la fábula de la rana hervida, porque son situaciones en las que te vas cociendo sin enterarte. Yo mismo he pasado por un proceso similar hace poco, y llega un momento en que cuando estás a punto de cocerte del todo tienes que darte cuenta de que eso se puede trabajar, se puede hablar. Pero hay que intentar mantenerse alejado de las personas que solo te llaman para contarte desgracias (¿Sabes quién se ha muerto? ¿Sabes quién se ha separado?), y que siempre están resoplando y diciéndote que esto va a ser un desastre, que todo va a acabar fatal, que la crisis nos va a hundir a todos…

¿Existen entonces también los 'vampiros emocionales', aquellos que necesitan estar junto a personas más positivas o alegres para superar las dificultades o sentirse bien?

Sin duda, aunque yo creo que más que succionar o chupar la energía de los demás, lo que hacen esas personas es provocar emociones negativas continuamente, y una emoción deviene sentimiento, y un sentimiento puede devenir estado de ánimo. Y por eso quien siempre está contagiando tristeza te acaba generando el sentimiento de la tristeza, y luego te puede provocar el estado de ánimo de la tristeza, porque lo que diferencia emoción de sentimiento y de estado de ánimo, son tres cosas: la intensidad, la duración y la consciencia. Una emoción es fugaz, a veces pasa inconscientemente –no siempre–, y puede ser muy intensa. El sentimiento no es tan fugaz, dura más tiempo, puedes tomar clara consciencia de él, y su intensidad es menor porque incluso nuestro cuerpo no soportaría una intensidad emocional muy fuerte. Y el estado de ánimo se prolonga todavía más. Así que si estás con alguien que continuamente genera, o te invita a tener pensamientos que generen emociones negativas, acabas muy afectado.

Queremos invitar a la responsabilidad de generar alegría a la gente de nuestro entorno desde la amabilidad, la ternura, la escucha activa, la consideración, el diálogo, el respeto, la empatía…

Por eso lo que pretendemos con el libro –y no solo este, sino los que vendrán, porque queremos hablar de otros temas relacionados– es, primero, hacer una cierta pedagogía –muy amable, muy simple, sin ninguna pretensión académica– multidimensional de lo que es la alegría; en segundo lugar, tomar conciencia de que se pueden crear las circunstancias para que haya alegría, y finalmente invitar a la responsabilidad de generar alegría a la gente de nuestro entorno desde la amabilidad, desde la ternura, desde la escucha activa, desde la consideración, desde el diálogo, desde el respeto, desde la empatía, y desde tantas posiciones y gestos internos que podemos articular, porque no deja de ser una gimnasia. Yo estoy convencido de que si todos tuviésemos esta actitud y manera de comportarnos podríamos cambiar el mundo. Y, de hecho, yo escribo libros sin ser escritor, y siempre que me preguntan por qué lo he hecho explico que ha sido por el deseo de 'abrir el regalo juntos', es decir, con el objetivo de transmitir a los demás lo bonito que es, lo interesante que es, y proponerles que vayamos a explorarlo juntos. Y creo que es muy importante hacer esa pedagogía.

¿Qué consejos nos darías para empezar cada día con alegría y tomarnos los inconvenientes (como un atasco de tráfico, por ejemplo) con buen humor?

Un consejo muy simple es el ejercicio de la gratitud. No recuerdo quién dijo esta frase: "qué felices seríamos si supiéramos que ya somos felices". Y aunque no habla de alegría, sino de felicidad, me parece extraordinaria. ¡Cuántos motivos tenemos para la alegría que pasan inadvertidos! La gratitud de estar hoy sano, la gratitud de tener agua caliente en el grifo y un radiador que emana calor, la de tener a nuestros hijos sanos a nuestro lado, la gratitud de tener el sol que nos alumbra… Haces ese ejercicio y te das cuenta. Siempre digo que vivimos rodeados de obviedades obviadas, de secretos abiertos, y que la consciencia pasa por reconocer lo que es el ejercicio de la gratitud. Hay un cuento de Anthony de Mello que me encanta y que dice "maestro estoy desanimado, ¿qué puedo hacer?", y el maestro le dice "anima a los demás".

El segundo ejercicio que recomiendo es no ir atosigando, pero sí sonriendo a la gente, procurando ser amable y tratando de encontrar la palabra correcta; aquello que decimos en el libro: "si abrió, cierre, si le prestaron, devuelva…". Es muy sencillo, pero si todos articuláramos eso como un código de comunicación, te aseguro que habría menos enfermedades, habría mucha más creatividad, habría más espacio para el diálogo y la comprensión mutua, habría una musculación emocional mucho más fuerte. Al final de cada uno de los 30 capítulos del libro se incluyen esos ejercicios a los que invitamos: se trata de detenerse, reflexionar y, finalmente, actuar en consecuencia.

La alegría está aquí, y ahora

Dices que no es posible hallar la alegría ni en el pasado ni en el futuro. ¿No es entonces aconsejable recrear buenos recuerdos, o tener ilusión por lo que nos depara el futuro?

Sí, lo que queremos decir es que la alegría siempre se convoca en el presente. Y cuando tú traes un recuerdo al ahora, es en ese momento cuando estás alegre, porque la alegría está en el presente. En el futuro puede haber la ilusión, la esperanza –que es la alegría proyectada– o, en el otro sentido, la angustia anticipatoria. Yo a veces le digo a mi madre "mamá, te has pasado la vida preocupada por cosas que nunca llegaron a pasar". Eso es muy típico de una generación que sufría mucho por lo que podía pasar.

La alegría siempre se convoca en el presente. En el futuro puede haber ilusión, esperanza –que es la alegría proyectada– o, en el otro sentido, angustia anticipatoria

Y con respecto al pasado, fíjate que miras al pasado y puede haber gratitud, puedes evocar una memoria emocional positiva que ahora te trae alegría. E incluso en uno de los ejercicios se propone traer a la memoria circunstancias del pasado que superaste, y que recuerdes qué activos tenías que te permitieron superarlas, porque hoy puedes volver a necesitar utilizar eso como un anclaje, pero la alegría está en el presente. Además, el pasado y el futuro son las sedes de la enfermedad. A mí a veces me toca vivir momentos con mucho estrés, con mucha carga de responsabilidades, y la manera con la que consigo mantener la serenidad es siguiendo una norma: respondo, delego o tiro, pero no dejo nada pendiente nunca. Si tardo más de un día en responder es porque realmente no puedo y estoy, por ejemplo, en un vuelo intercontinental, pero cuando llega algo lo resuelvo inmediatamente, delego en otra persona, o si es un spam o yo lo considero así, lo elimino. Quiero decir que la alegría también pasa mucho por la disponibilidad, por la presencia, incluso por la aceptación de lo que hay, y por eso hay que gestionar el ahora; no nos preocupemos, actuemos –obviamente, en consecuencia–, porque vivir en esa angustia anticipatoria continua te secuestra de la presencia, y al final te acabas neurotizando completamente.

Dinamarca figura a la cabeza en el ranking de los países más felices, y parece que se ha llegado a la conclusión de que es porque disfrutan de las pequeñas cosas de la vida cotidiana. ¿Por qué crees que en España, a pesar de nuestro clima, paisaje, gastronomía… no sucede lo mismo?

El clima es fundamental, pero también la cohesión social, la no corrupción, la fiabilidad de las instituciones, el diálogo social, la solidaridad, el estado del bienestar. Los daneses se sienten más amparados. Con dolor –físico, moral, emocional, mental, con dolor en la dignidad…– no puede haber felicidad; con dolor es imposible. Es cierto que aquí tenemos actores como el clima, y como muchos otros, pero también hay que tener en cuenta los contextos políticos, y eso marca mucho. Fíjate que en los países escandinavos tienen una cultura sobria, una democracia muy madura, una solidaridad muy alta. Y también una escala de valores en la que el que es valorado no es esa persona sin oficio ni beneficio que sale en un reality, y que luego por enseñar las tetas en el Interviú o por decir un exabrupto en público, se convierte en una personalidad. No, en esos países los referentes culturales son personas que tienen un conjunto de valores y virtudes, y son admirados por sus realizaciones y por su generación de alegrías activas a los demás. Y si los medios de comunicación no tienen una intervención por parte de quien lo tendría que hacer, que es el Estado, que introduzca una cierta dignidad en los contenidos que se transmiten a los niños y a los adultos, los malos modelos sociales de referencia pueden generar perversiones culturales muy fuertes.

Hay que gestionar el ahora; no nos preocupemos, actuemos, porque vivir en esa angustia anticipatoria continua te secuestra de la presencia y te acaba neurotizando

¿Y qué cambiarías tú de nuestra sociedad?

Yo creo que la palabra clave, y no solo en la sociedad española, sino en cualquier sociedad, es cultura. Y para crear una cultura hace falta trabajar la inteligencia emocional y social –las actitudes–; la inteligencia lógica y racional –los conocimientos–; la inteligencia práctica y operativa –las habilidades–; la inteligencia creativa y espiritual –los compromisos–; la inteligencia ética y moral –la transparencia. Y la combinación de esas cinco variables crea una cultura: una cultura de sujeto, una cultura de grupo, una cultura de nación…, da igual, una cultura. Pero la cultura implica una movilización integral de las capacidades de un ser humano, su pensar –sabiduría–, su sentir –fortaleza–, su actuar –templanza–, y la integración de todas ellas en coherencia, consistencia y congruencia, que se llama justicia o integridad. Justicia si es un colectivo, e integridad si es un sujeto. Hay que hacer un trabajo multidisciplinar, y eso es un desafío que lleva tiempo y, desde luego, la implantación de un sistema educativo en el que haya un pacto sobre cómo queremos educar a nuestros hijos.

Creo que en la última crisis ha habido una parte de la población que se ha hecho menos ingenua, más solidaria y más crítica, y otra que no, pero en esa dialéctica viviremos siempre como especie

Decía Gandhi que si un dirigente es corrupto es un fiel representante de quienes lo han votado. Es muy triste, porque las personas que realmente son decentes tienen mucha resistencia a meterse en el terreno político porque saben que el percal es complicado. Lo que no se cambia por convicción se cambia por compulsión, y yo siempre vengo diciendo –ya en 'La buena crisis' (Aguilar, 2012) lo dije– que toda crisis es una oportunidad para aprender y para integrar nuevas maneras de hacer, de aprender y de dialogar, y que cuando eso no se produce vienen crisis todavía más fuertes.

Yo creo que en la última gran crisis ha habido una parte de la población que se ha hecho menos ingenua, más solidaria y más crítica, y que hay otra que no, y que si volviera a haber una burbuja del tipo que fuera entraría a jugar y a reventarla. Pero en esa dialéctica viviremos siempre como especie; es inherente a la especie que haya personas con lucidez, con bondad, con capacidad de reflexión y de aprendizaje, y otras a las que les dé exactamente igual. En esa sístole y diástole viviremos siempre por definición, porque la dualidad es inherente a la existencia en cualquier lugar y nivel. Es decir, ya los taoístas decían que tu sangre circula por el cuerpo porque hay una sístole y hay una diástole, y el oxígeno circula por tu cuerpo porque hay una inspiración y una expiración. Día y noche, rotación, Ying Yang, hay una dialéctica de fuerzas opuestas que genera una síntesis hegeliana aparentemente evolutiva, y yo creo mucho en ese principio. Aunque si no hubiera un cierto equilibrio, ya no estaríamos aquí hablando. Se trata de encontrar ese equilibrio entre el yo y el nosotros.

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