José Carlos Ruiz

Doctor en Filosofía Contemporánea, profesor de la Universidad de Córdoba y autor de Filosofía ante el desánimo
La sociedad 2.0, el ideal de éxito o la ocultación del dolor afectan a la construcción de nuestra identidad, y la filosofía, como nos explica José Carlos Ruiz, puede ayudarnos a entender el mundo y a evitar la insatisfacción.
Entrevista a José Carlos Ruiz
“La privatización del dolor de la esfera de lo público está haciendo mucho daño. Tanto o más que esa publicidad constante y totalitaria de la felicidad y de los logros”

11/02/2021

Hay libros que analizan con tanta precisión la sociedad actual y el mundo en el que nos movemos que suponen un tortazo de realidad hasta el punto, incluso, de acabar su lectura desanimado aunque el libro se titule Filosofía ante el desánimo (Destino). “Yo lo titulé Filosofía ante el desánimo, que no contra el desánimo, porque es un libro para entender por dónde se filtra el desánimo en la construcción de la identidad”, explica a Webconsultas su autor, el doctor en Filosofía José Carlos Ruiz, cuya voz al otro lado del teléfono resulta familiar para quien escucha cada semana la imprescindible sección ‘Más Pláton y menos WhatsApp’ que conduce en el programa radiofónico La Ventana de la SER. En su nuevo libro, el profesor de la Universidad de Córdoba analiza de forma amena y asequible diversos pilares que se esconden tras la construcción de nuestra identidad y cuyos cimientos se han visto removidos por el terremoto del mundo 2.0, la autoayuda de andar por casa, el ideal de éxito que todo lo empapa y la ocultación del dolor y del sufrimiento. Para fortalecer de nuevo esos cimientos nada como el pensamiento crítico y construir una identidad sólida con ayuda de la Filosofía que, como nos explica José Carlos Ruiz, puede servirnos como una brújula para orientarnos en la creación de esa personalidad, en la lucha contra la insatisfacción permanente, y en volver a disfrutar de las experiencias sin la urgencia de acumularlas para vomitarlas de inmediato en las redes sociales.

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Filosofía ante el desánimo, entrevista a José Carlos Ruiz

Tu libro se titula ‘Filosofía ante el desánimo’, pero yo he acabado muy desanimado al leerlo, aunque para bien (si eso puede ser), porque ha sido un bofetón de realidad. Me he visto (a mí y a mi generación) muy representado en tus textos y no me ha gustado lo que veía de mí / nosotros.

(Risas) No eres el primero que me dice que ha acabado desanimado leyendo el libro. Yo lo titulé Filosofía ante el desánimo, no contra el desánimo. Y ese matiz es importante, porque no es un libro contra el desánimo, sino para entender por dónde se filtra el desánimo en la construcción de la identidad. Mi intención al final era poner un foco de atención para facilitar que la gente, que muchas veces no tiene tiempo, ni energía, y que llega al final del día exhausta, entienda el proceso de orientación a través del cual se están construyendo sus identidades. Si eso al final sirve como estimulante para que te des cuenta de que quizás lo que estás haciendo no te guste, pues eso ya cada uno que evalúe su vida y cómo la está construyendo.

Mientras más variedad se tiene a la hora de elegir, más libre es el sujeto en su elección; pero esa variedad es tan grande que bloquea el criterio de elección y te produce una insatisfacción muy grande

Pero, como digo, mi intención era ofrecer esas referencias de una forma asequible, para que luego cada uno haga sus propios juicios de valor. No buscaba que la gente se alegre y sea feliz, sino que tengan capacidad de análisis ante ese desánimo que se va filtrando poco a poco y que, como no te des cuenta, se convierte en algo crónico.

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¿Dirías que todos los factores que analizas en el libro y que nos llevan al desánimo nos han convertido en una generación de insatisfechos permanentes, de personas que nunca tienen bastante y nunca están conformes con lo que tienen?

Cada individuo es un mundo, pero sí que es cierto que a nivel social hemos aumentado el panorama de deseos. El bienestar ha aumentado la capacidad y la facilidad de acceder a deseos inmediatos, fáciles y perecederos. Puede que el hecho de que se haya aumentado la accesibilidad a esos deseos, porque la opcionalidad, hablando en plata, se ha multiplicado por un millón, haya generado que cada decisión que tomemos implique necesariamente siete mil caminos más que no vas a poder elegir. Y tú eres consciente de esos caminos que no eliges, lo que genera una insatisfacción mayor que otras veces en las que la opcionalidad es infinitamente menor.

Entrevista a José Carlos Ruiz, autor de ‘Filosofía ante el desánimo’

Esto se ha dado en llamar “la paradoja de la elección”: mientras más variedad pongas a la hora de elegir, más libre es el sujeto en su elección; pero llega un momento en el que esa variedad es tan grande que bloquea el criterio de elección y te produce una insatisfacción muy grande. Te conviertes en una especie de maximizador a la hora de seleccionar algo porque, como es lógico, quieres elegir siempre la mejor opción posible.

El mantra del ‘hombre hecho a sí mismo’ hace mucho daño, porque pone el peso de la responsabilidad exclusivamente en uno mismo

Porque además esta sociedad es muy tiránica. Por un lado, te dicen, como en un conocido anuncio, que tú no eres tonto como consumidor, es decir, que siempre eliges lo mejor, así que te tienes que mostrar muy satisfecho. Pero, por otro lado, cuando la opcionalidad se multiplica hasta el infinito, resulta que lo mejor siempre está por venir, por lo que es fácil que aparezca la insatisfacción.

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Tú propones para escapar de esa insatisfacción permanente la necesidad de crearnos una personalidad sólida.

Sí, aunque es muy complicado en el siglo XXI. Yo lo reconozco. Ya de por sí era difícil construir la personalidad a través de la forja del carácter, donde la solidez tenía mucho que ver con la cercanía y la nutrición que tú recibías de la gente que tenías a tu alrededor. Pero hemos ido rompiendo ese vínculo de cercanía que iba construyendo nuestra personalidad y sustituyendo nuestros referentes próximos por otros virtuales a los que nos acercamos a través de las pantallas. Es dificilísimo que así solidifique nada.

Tenemos que construir dos identidades distintas: la identidad real y la identidad virtual que nos acompaña toda la vida en forma de avatar. Eso es extenuante

Y a eso súmale que, por primera vez en la historia, tenemos que construir dos identidades distintas: la identidad real y la identidad virtual. Es decir, que como no teníamos bastante con el peso de construir nuestra identidad en este mundo, encima cargamos con el sobrepeso de construir una identidad virtual que nos va acompañando a todos los sitios. Hemos duplicado la atención, el tiempo y la intensidad en otra identidad que nos acompaña toda la vida en forma de avatar. Eso es extenuante.

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¿Y qué puede aportar la filosofía en la creación de esa personalidad y en la lucha contra esa insatisfacción permanente?

Yo creo que la filosofía siempre puede ejercer como brújula y ofrecernos los puntos cardinales desde los que empezar a orientarnos. Este mundo ha roto muchas barreras: ha quitado las secciones entre el tiempo de ocio y de trabajo, entre la intimidad y el exterior, hemos perdido la referencia histórica porque el pasado no nos interesa y el futuro tampoco… La filosofía nos ofrece la oportunidad de volver a ampliar el foco, nos aporta esa capacidad de ensanchar la mirada, de comprender la totalidad de esa identidad que construimos y no la sección única que a ti te interesa. Por eso creo que la filosofía se va a ir imponiendo en los próximos años por pura necesidad. La gente acude a la filosofía porque necesita comprender el mundo.

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La autoayuda mal entendida

Escribes que el lema “conócete a ti mismo”, tan manido hoy en día, “es la más cruel, rastrera, manipuladora y vil” de las sentencias que ha ofrecido la filosofía. ¿Por qué?

El “conócete a ti mismo” implica que tú eres algo estático y que se puede conocer, cuando en realidad somos seres dinámicos y es muy difícil llegar a una concepción de nosotros mismos. ¡Y encima te dicen que ese conocimiento de ti te va a aportar algo! Para mí es algo muy cruel porque pone el foco exclusivamente en ti. Y cuando tú estás constantemente poniendo el foco en ti, es muy problemático que salgas de ti para entender que la construcción del yo se hace en relación con los otros, y no en relación contigo mismo.

La filosofía se va a ir imponiendo en los próximos años por pura necesidad, porque la gente necesita comprender el mundo

Lévinas, en su disputa con Heidegger, decía que la verdadera libertad pasa justo por todo lo contrario, por liberarse de uno mismo, por dejarse fluir, porque no se trata tanto de ti, como de cómo te vas interrelacionando con el mundo, con los demás. Si pones el foco solo sobre ti el agobio y la presión son enormes y estás auto juzgándote constantemente. Eso no es sano.

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Yo este mantra lo veo un poco como todas esas otras frases manidas que también se han expandido por doquier de mano de coaches y sucedáneos, y a las que tú también te refieres en el libro: “sé el dueño de tu vida”, “toma la iniciativa”, “sé proactivo”, “persigue tus sueños”. La interiorización de estos mantras por parte de la sociedad, ¿es el mayor éxito del sistema capitalista/neoliberal?

Bueno, hay muchos éxitos del sistema. Para mí la verdad es que no es tanto la interiorización de estos mantras como otra cuestión que abordo en el libro y que me parece muy interesante del sistema capitalista: cómo ha conseguido imponer la tendencia frente a la moda. Es decir, ya no se trata tanto del mantra, como de decirnos que todos podemos participar de los mismos modelos de consumo y de entretenimiento. Antes las modas estaban seccionadas para un sector de la población y si tú no pertenecías a él, no te sentías interpelado por los anuncios. Sin embargo, por medio de las tendencias, el sistema ha conseguido que todo el mundo olvide su sector, su edad mental, su clase social, y quiera formar parte de las mismas. Ese para mí sí que es uno de los mayores logros del sistema: crear el consumidor universal.

El lema ‘conócete a ti mismo’ implica que tú eres algo estático y que se puede conocer, cuando en realidad somos seres dinámicos y es muy difícil llegar a una concepción de nosotros mismos

Mi madre, por ejemplo, a sus 75 años, lleva las mismas mallas que mis alumnas de 21 y hace Pilates en la misma clase. ¡Y ninguna se siente fuera de lugar! O mi padre lleva un smartwatch igual que el de mi amigo Raúl, aunque se llevan 40 años de diferencia. Y los dos llevan los mismos vaqueros y las mismas zapatillas de deporte. Se ha perdido la identidad, todo se ha hibridado, y si consigues que una tendencia se imponga, todo el mundo quiere ser parte de ella. Es el mayor logro del capitalismo, nos ha uniformizado como consumidores.

Te comentaba antes lo de los mantras porque tengo la sensación de que asumiéndolos nos hemos contagiado de esa idea tan norteamericana del “hombre hecho a sí mismo”, como si el éxito dependiese solo de uno mismo y no entrasen en juego otros factores como la condición social, la suerte, al azar o la injusticia. ¿Incrementa esto las posibilidades de sentirse un fracasado?

Por supuesto. El desánimo se cuela por ahí. Si te han dicho que tú puedes conseguir cualquier cosa y utilizan la excepción como ejemplo, poniéndote como referentes casos de gente que, al parecer, es muy igual a ti y que ha llegado al éxito, uno acaba asimilando una idea de éxito que no tiene nada que ver con su contexto y sus circunstancias; y, lo que es peor, pensando que puede conseguirlo también, que solo tienes que empeñarte y seguir 20 pasos, etcétera.

El mayor logro del capitalismo ha sido uniformizarnos como consumidores

Esa especie de autoayuda mal entendida hace mucho daño desde el momento en que pone el peso de la responsabilidad exclusivamente en uno mismo y olvida todos los demás factores que forman parte de la creación de una identidad. Te dicen que incluso la suerte se puede controlar, que el azar se puede dominar… Y no, no es tan sencillo. Poner el peso de la responsabilidad en una persona como si se hubiese criado de forma completamente autónoma es una falsedad, una idealización abstracta.

El impacto de las redes sociales en nuestra personalidad

En ‘Filosofía ante el desánimo’ abordas repetidamente el impacto que las redes sociales han tenido en la configuración de nuestra personalidad. A propósito de ello, mencionas conceptos como “reino de la personalidad” o “ideología de la personalidad”. Como dices, hoy ya no vale con conocerse a uno mismo, sino que además hay que exhibirlo públicamente en las redes.

Es una presión enorme porque, por un lado, las tendencias nos uniforman en los criterios de consumo emocionales y personales, pero, por otra parte, te dicen que tienes que ser una persona singular y hay una presión por salir de lo que llaman “el infierno de lo igual”. El sistema ejerce una especie de opresión para que tú por una parte funciones como alguien que está siempre actualizado dentro de los procesos de tendencia, pero por otra parte te dicen que tienes que destacar del resto con alguna singularidad.

La sociedad contemporánea te dice: si eres feliz cuéntanoslo, expón tus logros y compártelos con tus seguidores. En cambio, si estás dolorido, te dice: por favor, no lo hagas público, porque no queremos sentirnos mal

La presión a la que nos sometemos es tan grande, que al final puede pasar factura en la gente que no tiene el análisis crítico formado y no se da cuenta de cómo está filtrándose todo esto.

Y qué importante es esa capacidad de análisis crítico cuando uno se asoma a Instagram, por ejemplo, y la vida de todo el mundo es un éxito a todos los niveles (los mejores padres, los mejores trabajadores, la mejor familia, la mejor casa…). Es una presión añadida para quienes sentimos que no alcanzamos esos niveles de éxito o perfección.

¡Claro! Cuando tú fabricas un avatar para interactuar en la red, al final ese avatar interactúa poniendo la mejor cara de ti, idealizando tu yo, para que los otros piensen que tú funcionas de ese modo. Y al final si eso lo haces tú y lo hacen también los demás, todo lo que se van compartiendo son parabienes.

Al ‘bulímico’ emocional le han dicho que lo importante son las experiencias, así que su proyecto de felicidad pasa por acumular el mayor número de experiencias posibles

En el caso de Instagram la imagen es tan poderosa que lo que se busca es que la persona que ve esas imágenes sienta un estado de ánimo positivo, de forma que se publicita el logro, el proyecto y la felicidad. Y ahora voy a hacer una crítica a los medios de comunicación, porque se ha privatizado el campo del dolor y del sufrimiento. La sociedad contemporánea te dice: “si eres feliz, por favor, cuéntanoslo, expón tus logros, tus méritos, y compártelos con tus seguidores”.

¡Ay, ese verbo! “Compartir”.

El verbo compartir tiene una gran importancia porque si nos dijesen que exhibiésemos nuestros logros, que es lo que realmente hacemos en redes como Instagram, muy poca gente lo haría, ya que al verbo exhibir lo seguimos dotando de una concepción negativa. Pero el dolor ni se comparte ni se exhibe, el dolor se ha convertido en algo privado que tiene que gestionar uno mismo. “Y por favor no lo hagas público, porque no queremos sentirnos mal”. Como si el dolor, la muerte o el daño no existiesen en la vida. Esa privatización del dolor de la esfera de lo público está haciendo mucho daño. Tanto como esa publicidad constante y totalitaria de la felicidad y de los logros, que es un elemento de presión bárbaro.

Otra de las consecuencias de la omnipresencia de las redes es lo que denominas “bulimia emocional”: acumulamos y acumulamos experiencias para compartirlas en redes, pero apenas las disfrutamos, porque “casi” se han convertido en una “obligación”, una experiencia más que tachar de la lista de pendientes.

Al bulímico emocional le han dicho que lo importante son las experiencias, así que se ha embarcado en un mundo en el que su proyecto de felicidad pasa por acumular el mayor número de experiencias posibles. Y, claro, en una sociedad en la que todos son listas de cosas por hacer y de cosas hechas, la gente se lanza en tromba a consumir experiencias. Pero nadie les dice que lo importante no es consumir experiencias para vomitarlas enseguida compartiéndolas en la red; nadie les dice que así se pierde el deleite, porque se elimina el concepto de placer y de disfrute al vivir una experiencia solo para compartirla, para vomitarla. Y luego te vas a por otra, y a por otra, y a por otra… Y no dejas tiempo al organismo para que las asimile.

“La seducción de las redes sociales es enorme y nos ha hecho perder la capacidad de encontrar belleza en lo real. Eso me parece muy triste”

Porque lo importante no es la experiencia, sino la sabiduría que puedes extraer de ella. Y esa sabiduría se pone en marcha cuando tú echas la vista atrás y haces un análisis de esa vivencia, cuando reflexionas; pero no lo hacemos porque estamos ya inmersos en el siguiente punto de la lista de experiencias por tachar. No dejamos tiempo para que lo vivido nutra nuestra personalidad.

Te preguntas qué pasaría si todo el tiempo y esmero que dedicamos a las redes sociales, lo dedicásemos al mundo real. Porque, al final, el tiempo que dedicamos a las pantallas es tiempo que “restamos a estrechar lazos” con las personas a las que queremos. ¿Cómo es posible que las redes sociales nos hayan hecho cambiar con tanta facilidad de prioridades?

Porque la seducción de las redes sociales es enorme y hemos perdido la capacidad de encontrar belleza en lo real, algo que me parece muy triste. Los criterios de atención viven una especie de síndrome de Estocolmo: sabemos que nos están secuestrando la atención, pero lo aceptamos y nos dejamos llevar. Por eso el criterio de lo real está perdiendo hegemonía.

Hablo en el libro de la mirada en vivo y en directo del otro, que cada vez nos importa menos porque cada uno vamos subidos en nuestro propio microcosmos virtual. La mirada del otro no la puedes controlar en la calle: va dónde le da la gana y mira lo que le da la gana. Pero en una red social tú diseñas tu perfil y puedes controlar la mirada del otro para que mire donde tú quieras que mire, cuando tú quieras que mire, y para que vea de ti lo que tú quieres que vea. Esta idea es muy seductora y no la puedes encontrar en el mundo real. Por eso mucha gente no quiere asumir el riesgo de la realidad y prefiere la seguridad del mundo virtual.

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