Dra. Vanesa Fernández

Doctora cum laude en Psicología, experta en psicoterapia para adolescentes y adultos y autora de ‘Padres que echan humo'
La Dra. Vanesa Fernández, psicóloga experta en relaciones familiares y autora de ‘Padres que echan humo’, nos da estrategias para afrontar la adolescencia de los hijos, estableciendo vínculos sanos sin quemarnos, pero sin dejar de poner límites cuando es necesario.
Dra. Vanesa Fernández
“La conducta de un adolescente está profundamente determinada por su contexto. Lo que fue adecuado o común en nuestra época puede no tener ningún sentido hoy, y viceversa”

3 de julio de 2025

Todas las personas situadas en la adultez hemos recorrido antes el bosque tenebroso de la adolescencia. Recordarlo no siempre es fácil, pero lo más complicado quizás sea comprender que los contextos de los que hemos partido los unos y los otros son muy diferentes. “Lo que fue adecuado o común en nuestra época puede no tener ningún sentido hoy, y viceversa. Cada generación vive en un marco social, emocional y tecnológico distinto”, nos dice Vanesa Fernández. Doctora en Psicología, docente universitaria e investigadora, experta en emociones y relaciones familiares, que acaba de publicar Padres que echan humo (La esfera de los libros, 2025), un libro que ofrece información y claves sobre una etapa que, aunque es natural, supone en muchas ocasiones un desafío para las familias. La clave para la experta, colaboradora habitual en Webconsultas y autora del podcast ‘Regadera de emociones, es llegar a ella provistos de información, una buena dosis de flexibilidad y la convicción de seguir marcando límites firmes para acompañar a los hijos y las hijas en su propio camino. Por supuesto, entendiendo siempre que cometeremos errores. “Los padres que están presentes se van a confundir, se van a equivocar, tienen que aceptar ese error, admitirlo y aprender del mismo”, nos recuerda Fernández. El pensamiento perfecto para aligerar la pesada mochila que muchas veces cargamos.

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¿Nos da miedo la adolescencia?

Portada del libro "Padres que echan humo"

Uf, yo creo que sí, que muchos padres temen la llegada a la adolescencia… No tiene muy buena prensa.

¿Debemos temerla?

Te diría que no, que lo que hay que hacer es prepararse a través de la información y de la adquisición de herramientas, de estrategias específicas para actuar en el supuesto caso de que haya problemas con tu hijo adolescente. Pero la adolescencia es una etapa más en la que hay cambios que son esperables y que deben sucederse, que son buenos, que es positivo que aparezcan y que no tiene que ser siempre problemática.

¿Qué es lo que ocurre? Pues que hay muchas personas a las que no les gusta salir de su zona de confort y, claro, la adolescencia supone una adquisición de nuevas pautas educativas, adaptarte a un nuevo personaje que ya es ese niño. Porque ese niño o esa niña que tú tenías delante ya no es un niño o una niña, es un chico o una chica con sus propias ideas, con el que hay que pelear ciertos límites, con el que hay que readaptarse a las normas…

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Cuando tú te informas, te abres a nuevas herramientas y te permites flexibilizar, la adolescencia deja de ser algo que temer y se convierte en una etapa a la que dar la bienvenida.

¿Cómo crees que ha cambiado la manera en la que nos enfrentamos a la adolescencia de los hijos y de las hijas las distintas generaciones?

El principal cambio que ha habido respecto a cómo nos enfrentamos a la adolescencia tiene que ver con el propio cambio del sistema educativo. Antes era mucho más directivo, más exigente, más inflexible y ahora, sin embargo, no. En general, desde que los niños están en el colegio hay muchísima más flexibilidad a nivel de educación y eso también se vive en las familias.

También hay un mayor interés por la educación emocional con los hijos, por los hijos y bueno, pues eso digamos que ha supuesto un cambio importante, sobre todo la rigidez en la educación, que antes era mucho más autoritario.

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Hay un mayor interés por la educación, pero no sé si nos hemos pasado...

Claro, cabe aquí preguntarse qué es lo que está pasando, que ahora que estamos más pendientes de la educación de los adolescentes, de su estado emocional, parece que están respondiendo peor y hay problemas más graves. Esto tiene que ver con que, en algunos casos, se está confundiendo una educación más flexible y emocional con no poner límites y dejar que el adolescente haga lo que le dé la gana.

Eso está generando un problema, al que se suma un mundo cada vez más complejo, donde el impacto de las redes sociales los expone a una cantidad de información que no siempre saben cómo gestionar.

Mencionas las redes sociales, ¿de qué forma están reconfigurando el vínculo entre padres e hijos en la adolescencia?

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Las redes sociales son muy importantes, pero más que en la relación entre padres e hijos, están impactando directamente en la adolescencia misma. Están cambiando su forma de socializar: se habla incluso de una 'generación muda', porque prácticamente ya no utilizan el teléfono para hablar. Se comunican por WhatsApp, por Instagram, e incluso muchas veces solo a través de fotos; ya ni siquiera escriben.

Esto modifica profundamente su manera de relacionarse, pero también entraña ciertos riesgos. Como te decía, acceden a una cantidad de información –imágenes, vídeos, mensajes– que muchas veces no están preparados para procesar. Su cerebro aún está en desarrollo, especialmente el lóbulo frontal, que es el encargado de regular los impulsos y tomar decisiones. Por eso, este tipo de exposición puede tener un impacto importante en su bienestar emocional y en su desarrollo.

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Cómo apoyar a tus hijos adolescentes

Dices que tendemos a patologizar comportamientos y emociones. ¿Qué señales deberíamos aprender a diferenciar entre un malestar típico adolescente y una alerta real de sufrimiento emocional?

Lo que marca la diferencia no es tanto la presencia de malestar, que es esperable en la adolescencia, sino la interferencia que ese malestar provoca en la vida del adolescente o en su entorno. Es decir, es normal que durante esta etapa haya cierta irritabilidad, comportamientos menos adecuados, una actitud más egocéntrica, o una tendencia al aislamiento. Todo eso forma parte del proceso.

Podcast: Regadera de emociones

por Vanessa Fernandez

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El problema aparece cuando ese malestar se intensifica: cuando el adolescente se encuentra realmente mal, se aísla en exceso, tiene dificultades para controlar sus impulsos, muestra reacciones de ira desproporcionadas, empieza a tratar mal a quienes le rodean o a sí mismo –por ejemplo, a través de una mala alimentación o hábitos desajustados–. En esos casos, ya no hablamos de una adolescencia simplemente intensa o compleja, sino de una situación en la que el malestar interfiere significativamente con su bienestar y funcionamiento diario. Es ahí cuando lo que era esperable se convierte en una señal de alarma que no debemos ignorar.

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¿Cómo influye la forma en la que vivimos nuestra propia adolescencia en la relación que establecemos con nuestros adolescentes?

La forma en que vivimos nuestra propia adolescencia influye, sin duda, en la relación que tenemos con nuestros hijos. Muchas veces, sin darnos cuenta, proyectamos nuestras experiencias y asumimos que ellos van a sentir y vivir lo mismo que vivimos nosotros. Pero esto es un error. La conducta de un adolescente está profundamente determinada por su contexto. Lo que fue adecuado o común en nuestra época puede no tener ningún sentido hoy, y viceversa.

Cada generación vive en un marco social, emocional y tecnológico distinto, por lo tanto, no podemos juzgar ni acompañar desde el “yo, a tu edad…”. Eso no significa que no podamos recurrir a nuestros recuerdos para empatizar o comprender mejor ciertas emociones. Al contrario: hacerlo puede ser muy útil, siempre que no perdamos de vista que nuestros hijos no están viviendo nuestra historia, sino la suya propia.

¿Estamos preparados para aceptar que nuestros hijos no sean quienes imaginamos? No sé si las expectativas juegan malas pasadas en la relación que establecemos…

Pues esto depende mucho de cada persona y de su capacidad para acoger el cambio. Hay quienes son muy rígidos, muy exigentes, que proyectan en sus hijos lo que ellos no pudieron ser. Para esas personas, la adolescencia suele ser especialmente difícil. La adolescencia, por naturaleza, desafía nuestras expectativas y pone a prueba nuestro control. Y un adolescente necesita, por encima de todo, sentirse aceptado por su familia.

Aunque se muestren autosuficientes y den la impresión de que pueden con todo, en realidad son profundamente vulnerables. Por eso, la manera en que los adultos afrontamos esta etapa –con apertura o con resistencia– marca una gran diferencia en la calidad del vínculo y en cómo se vive el proceso dentro de la familia.

¿A menudo no se sienten aceptados por sus familias?

Los adolescentes necesitan saber que estás ahí, disponible, por si te necesitan. No se trata de agobiarles ni de estar encima todo el tiempo, sino de ofrecer una presencia tranquila, que les dé seguridad. Y la mayor ayuda que se les puede dar es aceptarles tal y como son.

Aceptar no significa aprobar todo lo que hacen. Puedo aceptar a mi hijo como persona –con sus fortalezas, sus dudas y sus contradicciones– y al mismo tiempo marcar límites claros si su comportamiento no es adecuado. Pero esa aceptación incondicional es lo que más sostiene emocionalmente a un adolescente. Y no siempre es fácil, especialmente para quienes tienden a proyectar en sus hijos lo que no pudieron ser o hacer ellos mismos.

También hablas de la necesidad de “interpretar la realidad”. ¿Cómo se hace eso cuando estás emocionalmente desbordado?

Para poder interpretar la realidad de forma adecuada en esta etapa es fundamental escuchar nuestras emociones: saber qué sentimos, ponerle nombre, comprenderlo. Pero también cuestionarnos. Las emociones, aunque válidas, a veces distorsionan la realidad. Por eso necesitamos también activar el pensamiento: parar, observar, analizar. Preguntarnos con honestidad: ¿Qué está ocurriendo objetivamente? ¿Qué me estoy diciendo yo sobre esto? ¿Qué historia me estoy contando que me lleva a reaccionar así? Ese diálogo interno es clave para no dejarnos arrastrar por automatismos y poder responder, en lugar de simplemente reaccionar.

¿Y cómo se lleva a la práctica?

Una forma muy útil de saber si nuestra interpretación de lo que ocurre está ajustada es imaginarnos que lo grabamos con una cámara. Si pudiéramos ver esa escena de forma objetiva, sin filtros, ¿coincidiría con lo que estamos sintiendo y con cómo estamos actuando? Esa es la clave: seguir una secuencia que nos ayude a interpretar la realidad de la manera más constructiva posible.

Primero, observar qué está pasando realmente. Después, identificar qué me estoy diciendo sobre eso, qué emociones me despierta, y finalmente, cómo estoy actuando en consecuencia. Este esquema –lo que pasa, lo que me digo, lo que siento y cómo actúo– es una herramienta básica para salir del piloto automático emocional y responder con más consciencia y equilibrio.

Burnout en padres y madres: evita la manipulación emocional

Tu libro se titula ‘Padres que echan humo’, entiendo que te refieres a que están “quemados”. ¿Qué es el burnout en madres y padres de adolescentes? ¿Cómo se manifiesta?

El burnout en padres y madres de adolescentes es un estado de agotamiento físico y emocional relacionado con el estrés constante que supone cuidar a un hijo en esta etapa. Se manifiesta con síntomas como cansancio extremo, ansiedad, falta de interés, insomnio, dolores físicos y una desconexión afectiva hacia los problemas del adolescente. A diferencia del estrés laboral, del que se puede descansar o alejarse temporalmente, en la crianza no es posible ‘escapar’, lo que agrava la situación.

¿Qué papel juega la culpa aquí?

Está muy relacionado. Ocurre que muchos padres sienten culpa por no estar a la altura, se sienten inseguros, incluso incompetentes, y esta combinación aumenta su malestar. Además, los adolescentes suelen percibir esa culpa y, a veces, utilizan el chantaje emocional como forma de manipulación para conseguir sus demandas, y todo esto al final añade una tensión extra en la dinámica familiar.

Del chantaje emocional hablas también en el libro. “Al igual que cualquier tipo de violencia, el chantaje emocional debe estar completamente desautorizado por los padres”, escribes. ¿Cómo lo reconocemos y qué podemos hacer frente a él?

Bueno, el manejo del chantaje emocional en la adolescencia requiere, sobre todo, de firmeza y de una comunicación clara. Cuando un adolescente reacciona mal porque no cedes a sus demandas, es fundamental explicarle el motivo de forma tranquila y firme, asegurándole que esa negativa no afecta el cariño que le tienes, ni se extiende a otras áreas de su vida.

Por ejemplo, en consulta hace poco trabajé con una madre cuyo hijo de 14 años quería que su amigo le cortara el pelo. Ella no estaba de acuerdo y, tras negarse, el chico dejó de hablarle y le dijo que era una mala madre, que le amargaba la vida. Siguiendo mis recomendaciones, la madre respondió así: “El motivo por el que no te dejo que te corte el pelo tu amigo es porque no me parece adecuado. Si quieres, podemos ir juntos al peluquero y yo te pagaré el corte profesional. Tienes que entender que no puedo ceder a todo lo que pides”.

Cuando el adolescente argumentó que otros amigos lo habían hecho, la madre explicó: “No me meto en lo que hagan otros, pero yo he decidido que esto no es algo en lo que voy a ceder. No lo hago para molestarte, sino porque creo que es lo mejor para ti. Y en otras ocasiones sí he cedido cuando me lo has pedido”. Este tipo de respuesta clara y firme, que diferencia entre cariño y límites, es clave para manejar el chantaje emocional. La madre también añadió: “Puedes decírmelo todas las veces que quieras, pero esta es mi decisión”.

Por un lado, poner límites y ser firmes, pero, por otro, ¿sabemos pedir perdón a nuestros hijos cuando nos equivocamos?

Aquí vuelvo a las habilidades que deben desarrollar los padres de hijos adolescentes, hay quienes aún no las tienen, pero deberían adquirirlas. Si queremos que nuestros hijos aprendan buenas habilidades para la vida, debemos enseñarlas con el ejemplo. Pedir perdón cuando nos equivocamos es fundamental, ya que así ellos entienden que equivocarse es parte del proceso y no pasa nada

Muchos padres no lo hacen porque es que se mezclan cosas; o sea, igual que antes decía que la educación emocional la confunden con la falta de límites, pues a veces piensan que, si están pidiendo perdón, están mostrándose inferiores, y nada que ver.

¿Cómo podemos cultivar la confianza cuando sentimos que estamos perdiendo el control?

Pues aceptando nuestros errores, aceptando que muchas veces a base de esos errores, de esas confusiones que tenemos, estamos ganando experiencia. A todos los padres de hijos o hijas adolescentes que se sienten frustrados les diría: ¿Sabéis quién no se equivoca? La persona que no está presente. Claro, ese ni se equivoca, ni aporta; es decir, el que deja a los hijos y la educación de sus hijos adolescentes en manos de otras personas, ni se siente culpable, ni se siente frustrado. Ahora, no hay relación, y luego se encuentran verdaderos desconocidos.

Los padres que están presentes se van a confundir, se van a equivocar, tienen que aceptar ese error, admitirlo y aprender del mismo.

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