Ángel Peralbo

Psicólogo clínico, autor de ‘Educar sin Ira’
¿Quién no pierde los nervios a veces con sus hijos? Ángel Peralbo, especialista en programas de terapia familiar nos enseña cómo controlar nuestras emociones para evitar o suavizar estas situaciones.
Ángel Peralbo, psicólogo clínico, autor de ‘Educar sin Ira’
“A mayor implicación emocional, más dificultades existen para actuar de manera estable y pensar razonablemente”

14/02/2012

Mucho trabajo, prisas constantes, tareas sin fin… los padres actuales viven el día a día como una contrarreloj que demasiadas veces se traduce en gritos, enfados y exasperación constante con los hijos, más si son adolescentes. Pero no resulta imposible evitar, o al menos, suavizar, estas situaciones, con un buen control emocional, tal y como nos explica Ángel Peralbo, especialista en programas de terapia familiar y problemas de la infancia y adolescencia y autor de numerosos manuales sobre educación como Adolescente indomable, o su más reciente Educar sin ira (La Esfera de los Libros, 2011).

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Educar sin ira

Enfados, gritos, amenazas… constituyen el día a día de muchos padres. ¿Realmente son evitables, o forman parte consustancial del proceso educativo?

Aunque es verdad que en los últimos años han crecido las desavenencias, los conflictos y los malos modos en familia, podemos asegurar que pueden decrecer. Se trata de entender que nos podemos esforzar en desaprender aquellas cuestiones que quizá aparecen de manera natural en el proceso educativo, pero que demostrado está que a lo que conduce es a problemas afectivos, reacciones negativas de unos y otros y menos eficacia en el ejercicio de la disciplina, entre otras pretensiones familiares.

¿Por qué si en otros ámbitos de nuestra vida somos capaces de controlarnos, nos cuesta tanto hacerlo con nuestros hijos? Parece que con ellos estamos a la que salta…

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A mayor implicación emocional, más dificultades existen para actuar de manera estable y pensar razonablemente y por lógica habrá más respuestas emocionales intensas. Los padres ven a los hijos como una prolongación de sí mismos y sus desobediencias, sus errores, sus envites a la autoridad, etcétera, lo viven como algo inadmisible que puede acarrear problemas mayores en un futuro y esto, a su vez, saca con urgencia lo peor de ellos mismos.

Otro aspecto fundamental es que cuantitativamente es con los vástagos con quienes se pasa más tiempo, desde la mañana a la noche y un día tras otro, lo que satura y expone a un mayor desgaste.

¿Y cuando son adolescentes y los desencuentros están a la orden del día?

Es una etapa donde las oportunidades para las diferencias se multiplican, por lo que si el repertorio habitual hasta ahora ha sido el enfado, las voces y las malas formas, entonces puede ser la guerra. Lo triste es que los padres pueden empezar a observar esas mismas conductas también en sus adolescentes, que aprendiendo por modelado, empiezan, si no lo han hecho ya, a ponerlas en práctica a estas edades, con lo que aumenta la dureza, el desgaste y la inseguridad en los propios padres.

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La adolescencia es el momento propicio para que se dé el gran cambio que no se ha dado cuando eran pequeños y unos y otros puedan poner en marcha el control de sus emociones. A los padres esto les permite mantenerse firmes a la vez que cercanos, lo que agradecen los adolescentes de manera especial.

¿A quién hace más daño un ataque de ira, una respuesta desproporcionada, al progenitor o al niño?

Algunos niños pequeños pueden no entenderla, otros pueden imitarla y otros pueden confundirla, llegando a mezclar en su cabeza el incumplimiento de normas o cualquier otra acción que pueda desembocar en ira, con consecuencias que en realidad están más en el plano de las emociones. Pero los que sufrirán con más intensidad y durabilidad por ello serán los padres, que corren el riesgo de sentirse arrepentidos e inseguros cuando creen que se han extralimitado.

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Además esto les generará inseguridad que en otros momentos puede que les lleve a ser demasiado laxos para intentar no pasarse y con ello les cueste quedarse en el punto medio.

Consejos educativos para los padres

Algunos ejemplos de recursos alternativos y eficaces a las desesperación, el enfado, el cachete…

Cuando estén enfadados, es necesario huir de la respuesta inmediata siempre y posponerla el tiempo necesario para poder calcularla y pensarla bien. Caer en la cuenta de que no hay prisa: los hijos ofrecen todos los días muchas oportunidades para seguir avanzando. Además, hay que encontrar aquella estrategia que más les desactive.

Son muy adecuadas las técnicas que producen un alivio más físico, como relajarse, que serán indicadas para personas que enseguida se tensan, se enfadan y alcanzan un ataque de ira de manera rápida; pero también es conveniente aprender a establecer consecuencias más eficaces y que no atenten contra el equilibrio de los padres, es decir, en vez de enfado o cachete, establecer una sanción inmediata que haga que el niño de manera coherente pierda algo positivo, como permanecer jugando en el parque, u obtenga algo negativo, como no salir a la calle en ese momento.

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Con adolescentes será importante también establecer estrategias para no entrar en su juego y así, cuando provoquen o hagan algo inadecuado, no mostrar la debilidad que supone que vean que consiguen desesperar a los padres.

¿Podemos aprenderlos a base de práctica o conviene consultar a un profesional?

Asistir a un profesional será necesario solamente en aquellos casos en los que las pérdidas de control se produzcan con demasiada frecuencia y se hayan deteriorado las relaciones en la familia o en las que no se consiga con normalidad que los hijos funcionen razonablemente bien: con las normas de la casa, con las obligaciones fuera, o con otras cuestiones problemáticas.

Pero el autocontrol de las emociones es algo que se puede aprender si los padres comienzan por observar cómo lo pierden y practican estrategias para hacerse cargo del mismo. Necesitarán ser disciplinados para asegurarse un entrenamiento sistemático y como oportunidades no les faltan, lo conseguirán seguro.

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Muchos padres afrontan la tarea de educar solos, con lo que exigencia es doble, ¿alguna recomendación?

El desgaste, el cansancio y muchas veces la sensación de no poder con todo, lo que hacen es aumentar considerablemente el desquicie, la ansiedad y las pérdidas de control. Lo primero que les recomendaría es que piensen que a pesar de todas las dificultades y de que no les quede más remedio, están ahí y lo están consiguiendo en cualquier caso.

Por lo tanto con mayor motivo necesitan estar en buenas condiciones emocionales y aunque al principio lo puedan ver como una tarea más, descubrirán que no es sino todo lo contrario: el descubrimiento de que poniendo sus emociones a favor, adquieren la energía que les falta. Además, para el autocontrol no es necesaria la participación de nadie más que la de ellos mismos.

Durante las vacaciones las tensiones con los hijos suelen aumentar, ¿lo mejor para atenuarlas?

Será importante tener en cuenta que al haber más tiempo para la convivencia son más las oportunidades para los buenos ratos, pero también para los malos, y recordemos que éstos generan mal ambiente, con lo que pueden eclipsar a aquellos. Lo mejor será detectar si hay elementos que se repiten y que van asociados a tensión y si es así, habrá que anticiparse y establecer cómo se van a resolver, con medidas previstas y sabidas por todos. Lo mejor es dejar las reglas claras.

Por otro lado será conveniente asegurarse de disponer elementos del día a día que permitan a todos disfrutar y tener el espacio que cada uno necesita. Es un momento propicio para disfrutar de nuevos aprendizajes como el autocontrol emocional y de proponérselo como una actividad estival más.

Un mensaje para padres que se sienten desesperanzados y fracasados.

Que se sientan así es natural al estar tan cerca de esas cuestiones que les preocupan y que no funcionan de manera adecuada en casa; pero no pueden confundirlo con lo que verdaderamente es el fracaso, que sólo se podría medir en un futuro, al cabo de una serie de años.

Es por ello que necesitan tener una visión de sus problemas más amplia, más distanciada, más ajustada a la realidad, que les permitirá, lo crean o no, hacer aún mucho por los problemas de sus hijos y los suyos mismos. Con la desesperanza pasa algo parecido, si de verdad no fuese únicamente consecuencia de cómo se sienten, no seguirían intentando hacer todo lo posible por salir adelante y la realidad es que nunca tiran la toalla.

Así, que intenten pensar que aún pueden y podrán, que pueden aprender a manejarse en esto de las emociones positivas, y descubrirán que no existe objetivamente ningún impedimento para conseguirlo.

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