Alberto Soler y Concepción Roger

Psicólogos especializados en crianza infantil y autores de 'Niños sin etiquetas'
Etiquetar a nuestros hijos afecta a su desarrollo y a la percepción que tienen de sí mismos. Alberto Soler y Concepción Roger, autores de 'Niños sin etiquetas', explican cómo podemos evitarlas y minimizar el uso del verbo ser.
Alberto Soler y Concepción Roger, psicólogos
“Puede ocurrir que los niños se acaben comportando de acuerdo a la etiqueta que les hemos puesto; justo el efecto contrario del que probablemente querríamos los padres”

25/06/2020

Como dicen en la cubierta del libro, Alberto Soler y Concepción Roger están casados y tienen tres hijos con quienes pasan (y disfrutan) todo el tiempo que pueden. Pero además de padres son psicólogos (Concepción doctora en Psicología), codirectores del Centro de Psicología Alberto Soler y del videoblog Píldoras de Psicología; y ahora coautores de un segundo libro, Niños sin etiquetas. Cómo fomentar que tus hijos tengan una infancia feliz sin limitaciones ni prejuicios (Paidós, 2020) en el que indagan en las etiquetas que más utilizamos los padres y madres para calificar a nuestros hijos y el impacto que estas pueden tener en su desarrollo y en su autopercepción. Reconocen Soler y Roger que es difícil escapar al uso de las etiquetas, pero explican que más que por evitarlas por completo, el trabajo de padres y madres debería pasar por “ser más conscientes de su uso, intentar no abusar de ellas, suavizarlas y, en la medida de lo posible, minimizar el uso del verbo ser”. Porque, como aseguran, si un niño dice una mentira, no es un mentiroso; y si tiene un capricho, no quiere decir que sea un caprichoso. “No es justo que por cada pequeña falta les vayamos colgando carteles luminosos señalando la falta, comentando la jugada con unos y otros, y elevando a la categoría de problema lo que de otra forma quizá no tendría demasiada importancia”, afirman.

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Alberto Soler y Concepción Roger, autores de 'Niños sin etiquetas'

En la introducción del libro hacéis referencia, a propósito de un polémico tuit de Julio Basulto, a la facilidad con la que admitimos frases de padres hacia sus hijos como “¿eres tonto o qué?” o “no te atrevas a llevarme la contraria”. Algo que de ningún otro modo aceptaríamos, por ejemplo, si fuesen dirigidas de un hombre hacia su mujer o de un jefe a su empleado. ¿Por qué esta diferencia de criterio? ¿Por qué damos por válido con los niños lo que no admitiríamos en otras circunstancias y con otras personas como protagonistas?

Concepción Roger (CR): Seguimos pensando que nuestros hijos son nuestros en el sentido de propiedad, y pensamos que podemos hacer con ellos lo que queramos. Esto hay gente que lo dice así, con todas las letras, y muchos otros que lo hacemos sin pensarlo demasiado. Es lo que nos sale cuando actuamos en modo automático, normalmente porque es la forma en la que nos han tratado a nosotros de pequeños y eso es luego lo que nos sale, sobre todo cuando estamos cansados o nerviosos. 

Seguimos pensando que nuestros hijos son nuestros en el sentido de propiedad y que podemos hacer con ellos lo que queramos

Pero la mayoría de las personas, cuando se paran a pensarlo, porque se dan cuenta ellos mismos, o porque alguien se lo hace ver, se dan cuenta de que no es justo y que no está bien tratarles así. No es algo difícil de entender, lo difícil es cambiarlo.

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Mi sensación es que, por suerte, este tipo de actitudes hacia los niños se van reduciendo, pero no sé si lo suficiente. ¿Creéis que sigue imperando mucho el “a mí me gritaban y me pegaban y no me pasó nada”?

Alberto Soler (AS): Nosotros también queremos creer que está habiendo un cambio en este sentido, pero es verdad que depende de dónde mires. A veces vivimos en una burbuja con nuestras redes, podcast, medios, libros y conferencias afines a nuestro enfoque y tenemos el espejismo de pensar que todo el mundo piensa como nosotros; pero como decía Julio en ese polémico tuit, a veces solo hay que sentarse un rato en la playa o en el parque para escuchar un montón de expresiones demasiado agresivas o autoritarias dirigidas a los niños. Supongo que hemos avanzado bastante en este sentido, pero todavía tenemos mucho camino que recorrer.

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¿Por qué cuesta tanto escapar a la forma en que hemos sido criados y repetimos conductas de nuestros padres que seguramente cuando éramos niños nos molestaban y nos dañaban?

CR: Porque es la forma en la que tenemos cableado el cerebro. Aprendemos de la experiencia y estos aprendizajes modifican físicamente el cerebro. Podríamos decir que nuestras infancias nos han esculpido el cerebro de una determinada forma. Aunque siempre podemos cambiar y mejorar, lo que hemos aprendido de pequeños deja una huella importante que nos va a influir mucho el resto de la vida, y especialmente en nuestra forma de criar.

Niños etiquetados: consecuencias para su desarrollo

Un ejemplo de ese trato muchas veces despectivo (y por desgracia normalizado) hacia los niños son las etiquetas. Que si es desobediente, que si es un tirano, que si es celoso, que si es muy nervioso… ¿Por qué tenemos esa tendencia a etiquetar a los niños y niñas?

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AS: Lo hacemos con las niñas y niños, como lo hacemos con los mayores y con cualquier cosa. Son simplificaciones que hacemos para manejarnos con tanta información como tenemos a nuestro alrededor. Esto es normal que ocurra, nos ocurre a todos y nos va a ocurrir, por mucho que nos empeñemos en evitarlo. Porque el cerebro funciona así.

A veces solo hay que sentarse un rato en la playa o en el parque para escuchar un montón de expresiones demasiado agresivas o autoritarias dirigidas a los niños

CR: El problema es que no es lo mismo etiquetar cosas o personas, y tampoco es lo mismo hacerlo con niños o con personas mayores. También es diferente si estas etiquetas las usan los padres o cualquier otra persona. Aplicadas a las cosas pueden tener su utilidad y no nos tenemos que preocupar por sus sentimientos, su autoconcepto o autoestima. Pero si hablamos de personas (y especialmente en el caso de la infancia) deberíamos ir con más cuidado cuando hablamos con ellas, o cuando hablamos de ellas con otras personas. Porque muchas veces hablamos de los niños como si no se estuvieran enterando, pero lo que suele ocurrir es que tienen siempre “la antena puesta”, especialmente cuando detectan que estamos hablando de ellos.

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Viendo la selección de etiquetas que hacéis en el libro creo que hay varias que a todos los padres y madres se nos habrán escapado alguna vez. Pienso en desobediente, tirano o consentido, por ejemplo. A ver si va a resultar que, al final, esas etiquetas solo definen comportamientos más o menos normales en los niños…

CR: ¡Claro! Eso es lo que pasa muchas veces, que nos enfadamos con ellos y les acusamos de malas formas por actuar simplemente como niños. A veces nos molestan conductas normales de los niños, por el hecho de serlo, y muchas otras por comportarse de acuerdo al contexto que nosotros mismos hemos creado.

Lo que hemos aprendido de pequeños deja una huella importante que nos va a influir mucho el resto de la vida, y especialmente en nuestra forma de criar

AS: Vivimos todos de forma acelerada e impaciente, pero les decimos que no tienen paciencia y que tienen que aprender a esperar. Nos damos todos los caprichos, pero les acusamos de no tener suficiente tolerancia a la frustración. Nos pasamos el día gastando dinero y comprando cosas, pero luego son ellos los materialistas y consumistas. Y muchas veces ocurre además que lo que esperamos de los niños es muy distinto de lo que luego queremos ver en los adultos.

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Dedicáis un capítulo del libro al peligro que encierran, precisamente, esas etiquetas. ¿Cuáles son las principales consecuencias que puede tener ese etiquetado para el desarrollo del menor?

CR: El principal problema es que se ponen fácilmente, pero luego cuesta mucho quitarlas. Los niños y adolescentes están formándose unas ideas sobre el mundo y sobre ellos mismos a partir de sus experiencias, pero también a partir de lo que les llega de sus personas significativas. En este proceso de construcción de identidad y autoestima, lo que les decimos los padres tiene una influencia muy importante, ya que los niños pequeños no cuestionan lo que les decimos los padres. Si mis padres dicen que soy malo o un caprichoso, será porque lo soy. Si dicen que soy un glotón o muy miedoso, ya sé qué es lo que tengo que hacer. Así, puede ocurrir que los niños se acaben comportando de acuerdo a la etiqueta que les hemos puesto. Justo el efecto contrario del que probablemente querrían los padres cuando les hablaban en estos términos.

Como es imposible agradar y gustar a todo el mundo, mejor ser coherente con los propios valores y actuar en consecuencia en la crianza de nuestros hijos

Conocidos los riesgos, surge la pregunta del millón: ¿cómo evitar esas etiquetas? ¿Cómo lograr no etiquetar a nuestros hijos cuando nos enfadamos con ellos o cuando hablamos con otros adultos sobre ellos?

AS: Evitarlas del todo es difícil, porque es la forma que tenemos de simplificar la realidad. Más que evitarlas por completo, deberíamos ser más conscientes de su uso, intentar no abusar de ellas, suavizarlas y, en la medida de lo posible, minimizar el uso del verbo ser. Si tú hijo ha dicho una mentira: ha dicho una mentira, no es un mentiroso. Si tiene un capricho, pues tiene un capricho, no es un caprichoso. Todos hemos dicho alguna mentira en algún momento y todos tenemos caprichos a veces.

Si tú hijo ha dicho una mentira: ha dicho una mentira, no es un mentiroso. Sí tiene un capricho, pues tiene un capricho, no es un caprichoso

No es justo que por cada pequeña falta les vayamos colgando carteles luminosos señalando la falta, comentando la jugada con unos y otros y elevando a la categoría de problema lo que de otra forma quizá no tendría demasiada importancia.

El sentimiento de culpa en padres y madres

Lo curioso es que esas etiquetas con las que marcamos a nuestros hijos cargan de alguna forma sobre nuestra mochila, porque asumimos que, si son así, algo habremos hecho nosotros mal en su educación. ¿Son las etiquetas también una fuente de culpa para padres y madres?

CR: Probablemente sí. Por lo general los padres, y especialmente las madres, solemos tender a culparnos por todo lo malo que les pueda pasar a los hijos, y también por sus posibles faltas o errores. Está bien que nos preocupemos por ellos, que les queramos proteger y cuidar, pero también tenemos que entender que son personas diferentes a nosotros y que serán como tengan que ser. Nosotros nos tendremos que esforzar por ofrecerles nuestra mejor versión de nosotros mismos, pero no podemos asumir responsabilidades y culpas que no nos corresponden.

Las etiquetas se ponen fácilmente, pero luego cuesta mucho quitarlas

Hablando de padres y madres: me ha gustado que dediquéis el epílogo a los “padres y madres etiquetados” porque lo cierto es que de unos años a esta parte parece que la moda es esa: etiquetar a los padres. Ahí están las madres helicóptero, las madres tigre, los padres sherpa, etcétera. ¿Son estas etiquetas una reducción al absurdo, una exageración en la que de una u otra forma cabemos todos los padres y madres?

CR: Pues parece que hay un poco de las dos cosas. Desde luego las descripciones de estos términos parecen un poco caricaturescas, pero a la vez todos podemos vernos reconocidos en algunas de estas actitudes. En referencia a estas formas de “hiperpaternidad” la autora española que defiende estos términos dice que “todos somos hiperpadres”. Puede que tenga razón, no lo sé. Probablemente haya cosas de la forma actual de criar que a nuestros padres o abuelos les puedan parecer extravagantes o exageradas, pero muchas veces estos cambios no son más que reacciones a los cambios que ha habido en el contexto en el que nos ha tocado criar. Si “todos somos hiperpadres” igual es por algo. Quizá no es tanto una excentricidad individual, como una reacción a un contexto poco favorable a los niños. De forma similar a lo que ocurre con los niños, si el origen del problema está en el contexto, es injusto poner el peso de la culpa en los padres.

Decís que es imposible no relacionar ese creciente etiquetado de padres y madres con la devaluación que ha experimentado la maternidad y la paternidad. ¿Creéis que está poco valorado hoy en día ser madre o padre y lo que implica esa tarea?

AS: Las tareas de cuidados, y especialmente la de cuidado de los niños, no están apenas reconocidas ni valoradas socialmente. Estamos a la cola de Europa en las prestaciones de permisos por maternidad (no ocurre así en el caso de los padres), también quedamos mal posicionados si comparamos el dinero dedicado a otras ayudas a las familias, como las ayudas para gastos de vivienda o las ayudas directas por hijo a cargo. Tampoco es fácil para los padres conjugar los horarios de los trabajos con el cuidado de los hijos o el poder cuidarles cuando se ponen enfermos.

Las tareas de cuidados, y especialmente la del cuidado de los niños, no están apenas reconocidas ni valoradas socialmente

Estas dificultades hacen que muchas veces las mujeres pidan reducciones de jornada o incluso renuncien a sus trabajos por no poder conciliar las exigencias laborales con el cuidado de los niños. Pero en nuestro contexto solo se reconoce y remunera el trabajo fuera de casa. Si te quedas en casa para cuidar a tus hijos renuncias al sueldo, a la proyección laboral, las cotizaciones de cara a la jubilación... además, probablemente luego lo tengas más complicado para reincorporarte al mercado laboral. Realmente es una apuesta arriesgada. Sí lo valorásemos más no sería tan difícil todo para las familias y probablemente no tendríamos uno de los peores índices de natalidad de Europa. En eso sí que somos campeones.

Muchas de esas etiquetas acaban afectando seguro a la forma de criar de muchos padres, que no hacen cosas que harían por miedo a ser considerados helicóptero, agenda o manager. ¿Qué consejos daríais a padres y madres para vivir su paternidad y maternidad siendo ajenos a esas etiquetas?

CR: Les recordaría que en cuestiones de crianza les van a criticar hagan lo que hagan, así que mejor hacer lo que a uno le deje más tranquilo; y que acepten que los demás tengan sus propias ideas y que estas probablemente no coincidan con las nuestras. Como es imposible agradar y gustar a todo el mundo, mejor ser coherente con los propios valores y actuar en consecuencia, independientemente de lo que puedan decir o pensar los demás. Si hay algunas opiniones importantes en este sentido, serían si acaso la de la criatura en cuestión y la del otro progenitor. Más allá de estas, las demás opiniones no deberían pesar demasiado en nuestra formar de criar.

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