Aarón Fernández del Olmo

9 de mayo de 2025
El cerebro humano es una máquina perfecta que funciona de forma extremadamente sincronizada. No somos conscientes, pero para realizar cualquier acto cotidiano, como caminar, hablar, hacer la compra o leer, en nuestro cerebro se llevan a cabo un sinfín de procesos y conexiones que lo hacen posible. Sin embargo, cualquier daño cerebral, ya sea provocado por un traumatismo, un ictus o un tumor, puede romper esa perfecta sincronización y dar pie a asincronías, fallos en la cognición y reajustes que pueden llegar a trastocar por completo nuestras vidas y las de quienes nos rodean. “El cerebro es flexible y la función principal de esa flexibilidad es ayudarnos a adaptarnos a un mundo que es cambiante, pero cuando el cerebro falla, los que nos tenemos que adaptar a él somos nosotros”, explica el neuropsicólogo Aarón Fernández del Olmo, experto en enfermedades neurodegenerativas, trastornos del neurodesarrollo y daño cerebral adquirido, y divulgador en este campo en su Instagram, X (Twitter) o Youtube (Neuro Psico Cosas), que en su libro El cerebro es un cabrón (Kailas) recorre las historias de pacientes que tuvieron que aprender a vivir de forma diferente debido a lesiones cerebrales o enfermedades neurológicas que cambiaron por completo el funcionamiento de sus cerebros.
En su irónico y simpático prólogo, Ramón Nogueras habla sin pelos en la lengua de “neuromierdas”. ¿Se han inventado muchas “mierdas” para intentar explicar el funcionamiento de un órgano tan complejo y desconocido como el cerebro?

¡Sí! Históricamente lo que siempre ha ocurrido es que se han intentado encontrar teorías, ideas y terapias en torno a lo que se conocía del cerebro en ese momento. Te pongo un ejemplo muy antiguo. En el siglo XIX se desarrolló una técnica, llamada frenología, por la cual se planteaba que uno podía deducir cómo era el comportamiento, las virtudes y los defectos de una persona a través de un examen de palpación del cráneo. Es una técnica que estuvo muy extendida y la gente se hacía análisis frenológicos.
Hoy nos parece una auténtica barbaridad, claro, pero en esa época era ciencia puntera. Eso es lo que pasa también ahora muchas veces con la neurociencia, que tenemos muchísima información, pero a veces se malinterpreta, se llega a ideas que no son correctas, a teorías que no tienen ninguna base real y que se alejan mucho de lo que realmente dicen los estudios. Por eso hay tantos mitos sobre el cerebro.
¿Cuál es tu “neuromierda” favorita?
Existe una teoría que se desarrolló entre las décadas de los 70 y de los 90 del pasado siglo en base a estudios sobre cerebros que habían sido divididos a través de una operación que separaba el cuerpo calloso de los dos hemisferios. Se llegó a la conclusión de que los dos hemisferios hacían cosas distintas. Eso es cierto: el hemisferio izquierdo y el derecho procesan informaciones relativamente diferentes.
Tenemos muchísima información sobre neurociencia, pero a veces se malinterpreta, se llega a ideas que no son correctas, a teorías que no tienen ninguna base real y que se alejan mucho de lo que realmente dicen los estudios
El problema es que desde ahí se da un salto y se empieza a hablar de que los dos hemisferios son completamente independientes y que hay personas que son hemisféricas derechas o izquierdas, en el sentido de que los que son creativos son hemisféricos derechos, mientras que los que son más lógicos y fríos son izquierdos. Hay una terapia, de hecho, que se dedica a intentar equilibrar los dos hemisferios y eso, obviamente, es una “neuromierda” como un piano de grande.
La neurociencia está aportando, muy poco a poco, cada vez más evidencia sobre ese aparente imposible de desentrañar el funcionamiento del cerebro. Sin embargo, como decías, tampoco escapa a esa tendencia de las “neuromierdas”. Hay quien habla de neuromitos. ¿Por qué se extienden con tanta facilidad esos neuromitos?
El primer y principal problema que tenemos es que existe muchísima información de neurociencia, pero muy mala interpretación de los resultados reales. Al final, somos muy de buscar soluciones fáciles, y cuando algo nos cuadra, pues nos parece perfecto, aunque realmente esas interpretaciones estén muy lejos de lo que realmente dicen los estudios.
Hay un autor que decía que hoy en día, cuando una frase lleva incorporada una referencia a la neurociencia, se hace inmediatamente más creíble. Y el problema es que hay muchas pseudoteorías y pseudoterapias que se revisten de ese halo de ciencia que tiene la neurociencia para ganar prestigio y validez entre las personas.
Por qué se avería la maquinaria cerebral
El título de tu libro viene de una frase que te dijo un día la hija de una paciente, pero ¿podemos afirmar realmente que, al menos a veces, el cerebro se comporta efectivamente como un cabrón?
Hay que dejar claro que el cerebro no hace ninguna cosa voluntariamente para hacernos la vida imposible, sino que tiene un funcionamiento –del cual desconocemos bastante– por el que algunas situaciones que afectan a su forma de funcionar o su reorganización provocan que atente contra nuestros objetivos y nuestros deseos, que es lo que pasa por ejemplo en personas que tienen enfermedades neurodegenerativas.
El hecho de que el cerebro sea un órgano tan tremendamente integrado provoca que cualquier pequeña variación pueda desconfigurar toda su perfecta sincronización
Por la forma de funcionar del cerebro, ante un daño neurodegenerativo, a veces su forma de interpretar la realidad se distorsiona, hasta el punto de que te está haciendo una putada. Pero, obviamente, no es algo consciente, no es que el cerebro quiera putearte, sino que a veces su forma de funcionar atenta contra toda lógica.
Como dices en el primer capítulo del libro, “el cerebro funciona de una forma extremadamente sincronizada”. Es una máquina de precisión. ¿Es más fácil y frecuente de lo que pensamos que esa sincronía y esa precisión se rompan?
Es que el hecho de que el cerebro sea un órgano tan tremendamente integrado provoca que cualquier pequeña variación pueda desconfigurar toda su perfecta sincronización. Un ejemplo muy típico es el mismo proceso de envejecimiento, que tiene unos efectos muy relevantes a nivel del cerebro: una reducción de la conectividad, una leve desincronización… y eso al final se expresa en que tú tienes problemas para encontrar palabras, pequeños fallos de memoria, etcétera. A poquito que el cerebro va cambiando por la propia edad, ya aparecen signos cognitivos.
Además del envejecimiento, ¿cuáles son los motivos más frecuentes que se suelen esconder detrás de esa desincronización?
Padecer un ictus, algún tipo de traumatismo, un tumor cerebral, algunos tipos de infecciones. Cualquier de esas cosas puede desconfigurar el cerebro. A veces de forma muy drástica, rompiendo redes enteras, o áreas fundamentales para una red, que pueden dejar a las personas sin capacidad para percibir visualmente, o para hablar, o para mover una determinada parte del cuerpo. Y otras veces de forma más sibilina. Por ejemplo, infecciones como la COVID pueden provocar una reducción de la capacidad para procesar información, de la velocidad de procesamiento…
Padecer un ictus, algún tipo de traumatismo, un tumor cerebral, algunos tipos de infecciones. Cualquier de esas cosas puede desconfigurar el cerebro.
Hace poco, a un buen amigo le diagnosticaron un tumor cerebral. De repente no recordaba los nombres de personas, le costaba un enorme esfuerzo buscar palabras para mantener una conversación. Viéndolo pensaba que, que falle el cerebro, además de las implicaciones obvias, es también una gran fuente de sufrimiento tanto para las personas afectadas, como para su entorno.
Todo lo que hacemos en el día a día lo hacemos de forma automática, de forma natural, pero detrás hay un trabajo increíble a nivel cerebral que damos por hecho. Sin embargo, cuando tienes un daño cerebral, por leve que sea, te das cuenta de que esos procesos que parecían tan simples y a los que no les dabas importancia, resulta que sí que la tienen, porque no los puedes realizar.
De repente, por ejemplo, tu lenguaje no fluye como debería, las palabras no salen como deberían, tu memoria da fallos…, y eso tú como persona lo vas a vivir y lo vas a sufrir. Sabemos que el cerebro es flexible y que la función principal de esa flexibilidad es ayudarnos a adaptarnos a un mundo que es cambiante. Cuando el cerebro falla, sin embargo, los que nos tenemos que adaptar a él somos nosotros.
Y eso no parece fácil…
Depende de muchos factores y de cuánto de alteración se tenga, pero lo que está claro es que la adaptación tiene que ser tanto del paciente, como de su entorno. A lo mejor, por ejemplo, la mujer de esa persona tendrá que compensar y hacer cosas que normalmente hacía el paciente. Obviamente, el de la compensación es un proceso complejo, pero yo creo que, con ayuda, sobre todo de neuropsicólogos que expliquen con claridad qué es lo que está pasando, se puede conseguir con mayor facilidad.
Qué podemos hacer para proteger la salud del cerebro
Cuentas en el libro que para hacer algo tan simple como leer un libro, hace falta que un montón de procesos cerebrales funcionen correctamente. Se habla de internet como la red de redes. ¿El cerebro es un poco así también?
Sí, se podría decir que sí. En el cerebro hay una estructura, la sustancia blanca, que conecta núcleos cerebrales a través de carreteras enormes. Por ahí fluye mucha información que procesamos. Todo eso está recubierto por una vaina, por una sustancia que se llama mielina y que hace que todo vaya mucho más rápido, a una velocidad tremenda.
Todo lo que hacemos en el día a día lo hacemos de forma automática, de forma natural, pero detrás hay un trabajo increíble a nivel cerebral que damos por hecho
Internet es algo parecido: a través de él se ha creado una conexión entre diferentes núcleos que antes estaban separados. Y las redes sociales vienen a ser un poco como esa mielina, ese conductor que hace que la información a nivel cultural, social y humano fluya mucho más rápido. Se podría decir que el funcionamiento es muy parecido, sí.
Explicas en el libro que hasta ahora, y todavía hoy, la investigación científica ha ido estudiando el cerebro por partes, lo que atenta en cierto modo contra esa idea de funcionamiento en red. ¿Eso sigue suponiendo una limitación a la hora de diagnosticar y tratar la enfermedad neurológica?
Claro, sigue siendo un gran problema. Y aquí hay una parte que es inherente al ser humano: nos gusta organizar, categorizar, separar, para poder predecir. Estudiar el cerebro por partes es una manera lícita de hacerlo, pero que sin embargo no tiene en cuenta la complejidad de la conectividad de las diferentes redes cerebrales. Hacer eso podía tener sentido en el siglo XIX, cuando tú para intentar entender el funcionamiento del cerebro tenías que buscar una lesión concreta y analizarla.
Estudiar el cerebro por partes es una manera lícita de hacerlo, pero que sin embargo no tiene en cuenta la complejidad de la conectividad de las diferentes redes cerebrales
Hoy, sin embargo, pese a que contamos con técnicas de neuroimagen y pese a que podemos ver la conectividad entre las diferentes áreas cerebrales, sigue habiendo ese impulso de buscar zonas concretas que hacen determinadas funciones, cuando realmente aquí lo que tenemos son redes muy complejas, que interactúan entre ellas con conexiones importantes. Y claro, eso muchas veces en los diagnósticos no se recoge, ya que son más de buscar qué falla en el cerebro, qué zona concreta, cuando eso ya sabemos que no va así. Hay que replantearse muchas cosas a nivel diagnóstico y clínico.
Narras en el libro las historias de personas que han perdido el funcionamiento de alguna de las redes cerebrales, lo que denominas en el libro cognición incompleta. ¿Podrías poner un ejemplo a nuestros lectores de esta idea?
Voy a poner un ejemplo del lenguaje, que puede ser también lo más visible. Ahora, mientras hablo contigo, estoy utilizando un montón de funciones cerebrales: estoy usando el conocimiento semántico de las palabras, accediendo a ellas con cierta fluidez, organizando mis ideas con mi memoria de trabajo, organizándolo todo gramaticalmente, moviendo la boca como debo hacer para que salgan los sonidos… Una increíble cantidad de cosas.
Ser personas activas, con metas intelectuales, con relaciones sociales, que se involucran en tareas novedosas, que cultivan nuevos idiomas…, ayuda a que el cerebro se configure de una forma más eficiente
Imagínate ahora que una persona, tras un daño cerebral en ciertas zonas, pierde de repente la gramática. Va a ser capaz de hablar manteniendo el significado, utilizando las palabras, pero no va a ser capaz de darle un correcto orden gramatical. Por ejemplo, no va a saber conjugar los verbos, va a hablar solo en infinitivo, o incluso sin verbos. Es decir, tú sigues teniendo casi todo tu funcionamiento bien, tus ideas bastante claras, sabes lo que quieres contar, pero no consigues organizarlo gramaticalmente. Eso es una cognición incompleta.
Igual esto que voy a decir es una tontería, pero me gustaría preguntarte si hay alguna forma de proteger a nuestro cerebro para que, en la medida de lo posible, no se comporte como un cabrón.
Ojalá hubiera una receta fácil, como las dietas milagrosas para adelgazar, pero ya sabemos que esas dietas no funcionan. De todas formas, sí que hay algunas cosas que podemos tener en cuenta. El cerebro es un órgano plástico, se modifica por la experiencia, así que podemos aprovechar esa neuroplasticidad. ¿Cómo? Siendo personas muy activas, con metas intelectuales, con relaciones sociales, personas que se involucran en tareas novedosas, que cultivan nuevos idiomas… Si a eso le añadimos dormir lo suficiente, no consumir alcohol, o tener el estrés bajo control, todo eso va a ayudar a que el cerebro se configure de una forma más eficiente.
¿Qué significa esto? Que, ante cualquier actividad, una persona que sigue estos principios va a consumir menos recursos a nivel cerebral. Entonces, ante un daño cerebral o ante un inicio de degeneración, su cerebro va a ser bastante más agradecido y va a ser capaz de ser más resiliente y de seguir soportando su funcionamiento cognitivo, lo que se conoce como reserva cognitiva.