Ignacio López-Goñi

Catedrático de Microbiología de la Universidad de Navarra y autor de ‘Microbiota y salud mental’
Ignacio López-Goñi, catedrático de Microbiología de la Universidad de Navarra y autor de 'Microbiota y salud mental' nos explica la conexión entre las bacterias del intestino y las enfermedades mentales y qué tipo de dieta y hábitos ayudan a modificar la microbiota para proteger el cerebro.
Entrevista a Ignacio López-Goñi
Foto: Manuel Castells
"Hay tres compuestos o grupos de alimentos esenciales para cuidar tu microbiota a través de la dieta: la fibra, los polifenoles –que es lo que da color a las frutas y verduras– y los probióticos naturales"

25 de septiembre de 2025

Al intestino se le conoce como el segundo cerebro porque se ha comprobado que existe una relación bidireccional entre ambos órganos. No es de extrañar, por lo tanto, que las alteraciones de la microbiota intestinal –el conjunto de microorganismos como bacterias, virus, hongos, protozoos, etcétera presente en el intestino– tengan un impacto sobre las enfermedades mentales, desde la depresión al párkinson o el alzhéimer, como han mostrado los resultados de diversos estudios científicos. Así lo cuenta Ignacio López-Goñi1, catedrático de Microbiología y director del Museo de Ciencias de la Universidad de Navarra y autor del blog microBIO2, en su nuevo libro Microbiota y salud mental. La conexión entre las bacterias del intestino y el cerebro3 (La esfera de los libros). Hablamos con este docente, investigador y divulgador científico sobre la estrecha conexión entre los microbios intestinales y el cerebro y qué podemos hacer para modificar la microbiota con el objetivo de mejorar nuestra salud mental.

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¿Por qué has decidido escribir este libro y qué es lo más importante que pueden aprender sus lectores?

Portada "Microbiota y salud mental"

Por dos razones: la primera, porque es un temazo (risas); es uno de los temas más apasionantes en microbiología y en medicina, y cuando uno mira la bibliografía y las referencias de artículos científicos todo tiene ya relación con la microbiota. Y la segunda es que siempre me ha parecido muy interesante cómo nuestras propias bacterias –que, en general son unos buenos tipos– influyen en nuestra salud y, sobre todo, en nuestra salud mental.

Hay miles de artículos sobre estos temas y puede parecer que estamos en la ‘edad de oro’ de la microbiota porque todo tiene relación con esta, pero en realidad estamos en la ‘edad de piedra’ de la microbiota y todavía nos falta muchísimo por aprender. Sin embargo, el futuro es apasionante y los lectores descubrirán qué es la microbiota, cómo se comunica con el intestino, cómo el intestino se comunica con el cerebro, cómo influye en determinadas enfermedades, cómo podemos cambiar nuestra microbiota… Aunque la conclusión es que necesitamos más estudios clínicos para entender cuál es el mecanismo molecular que hay detrás y poder proponer algunas modificaciones de la microbiota a determinadas personas y en el caso de ciertas patologías. Creo que es un cambio de paradigma en el futuro de la medicina personalizada, y eso es lo que podemos ir aprendiendo.

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Ya hemos oído hablar del eje intestino-cerebro, pero ¿hasta qué punto puede influir la microbiota en nuestra salud mental?

Se suele decir que es nuestro segundo cerebro y, de hecho, cada vez hay más información y más artículos que demuestran que si comparas la microbiota intestinal de personas con depresión, ansiedad, u otro tipo de enfermedades, como autismo, párkinson, etcétera, con la de personas sanas ves que hay una alteración y un cambio en esas bacterias. Cuando haces experimentos con ratoncitos a los que les trasplantas la microbiota intestinal de una persona con depresión, con alzhéimer o con párkinson, el ratoncito o se deprime, o tiene alteraciones neurológicas; de manera que hay una correlación directa entre nuestras bacterias intestinales y el cerebro.

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Hoy empezamos a saber que las vías de comunicación pueden ser, por una parte, el nervio vago, que es uno de los 12 nervios craneales que conectan directamente el cerebro con el intestino y que puede constituir una vía bidireccional de comunicación, lo que explica a veces que enfermedades mentales produzcan una disbiosis y, al revés, que una disbiosis produzca una enfermedad mental.

Otra vía de comunicación es que las propias bacterias intestinales estimulan o producen neurotransmisores. Las bacterias intestinales son grandes productoras de triptófano, que es un aminoácido que no podemos sintetizar y es el precursor de la serotonina, que a su vez es el precursor de la melatonina. El 90% de la serotonina y la melatonina de nuestro cuerpo se produce a nivel intestinal y ahí influyen nuestras bacterias intestinales. La serotonina es el neurotransmisor de la felicidad y del estado de salud, pero también hay otros neurotransmisores: GABA, dopamina, etcétera, que producen nuestras bacterias. Y también producen ácidos grasos de cadena corta, que son una serie de sustancias del metabolismo de estas bacterias, que afectan a la permeabilidad intestinal, a la permeabilidad de la barrera hematoencefálica y a la inflamación.

“Una alteración de la permeabilidad intestinal y una inflamación crónica y generalizada –que puede llegar a ser una neuroinflamación– se puede relacionar con enfermedades como párkinson o alzhéimer”

Y también hay una manera de conectar nuestras bacterias intestinales con el sistema inmunitario. El sistema inmune, a través de las defensas, también puede producir compuestos que pueden acabar siendo inflamatorios, y una alteración de la permeabilidad intestinal y una inflamación crónica y generalizada –que puede llegar a ser una neuroinflamación– se puede relacionar con estas enfermedades mentales. De manera que vemos que hay una comunicación bidireccional entre el intestino y el cerebro.

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¿Entonces, una intervención sobre la microbiota sí podría favorecer el tratamiento de enfermedades neurológicas, como la migraña o la epilepsia, o trastornos del estado de ánimo como la depresión?

Todavía no estamos en situación de poder tratar estas enfermedades con modificaciones de la microbiota. Estamos empezando a entender cómo funciona ese mecanismo, pero no es que vayamos a curar ni la depresión, ni el alzhéimer, ni el párkinson, con alteraciones en la microbiota. Sabemos que hay una correlación, y entender muy bien esa relación puede que nos ayude a diagnosticarlas mejor, o a tratarlas mejor, pero no a curarlas.

Por lo general, son enfermedades multifactoriales en las que influyen factores ambientales, genéticos…, pero en los que la microbiota también tiene un impacto. Y quizás una intervención en la microbiota puede mejorar la calidad de vida de esas personas. Y creo que por ahí es hacia donde van las investigaciones, más que a curar.

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Otro tema muy interesante es que en algunos tratamientos contra la depresión, el párkinson, e incluso contra el cáncer, se ha visto que la forma en la que responden los pacientes a esos tratamientos depende de su microbiota; es decir, que las bacterias intestinales pueden degradar o modular de alguna manera esos fármacos antidepresivos o, en el caso del párkinson, la levodopa, que es un precursor de la dopamina. En el cáncer hay casos en los que tratamientos de quimioterapia e inmunoterapia pueden ser alterados por la microbiota y eso puede explicar por qué algunas personas responden mejor o peor a esos tratamientos. De manera que en el futuro también nos puede ayudar a personalizar los tratamientos.

¿Qué se considera una microbiota sana y cómo podemos saber si la nuestra lo está? ¿Existen pruebas que lo determinen?

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Creo que el autodiagnóstico no es nada recomendable. Estamos en esta fase, como ocurría hace unos años, cuando decíamos “me tengo que hacer un análisis de mi genoma para ver si…”. Y te secuencias tu genoma y al final la pregunta es: ¿Y qué? Porque imagínate que te dicen que tienes un 30% de posibilidades de tener determinada enfermedad. Muy bien, ¿y ahora qué hago?

Lo que quiero decir es que, sin un contexto clínico, realmente tiene poca validez, y hacerse un análisis de microbiota para ver cómo está, si no es en un entorno clínico y debido a una enfermedad o una alteración concretas, no tiene mucho sentido. Los test de microbiota normalmente se hacen con una muestra de heces, una analítica del final del tramo del intestino, ¿es eso representativo de lo que está ocurriendo en los casi 9 metros de intestino?

Lo mejor para tu microbiota es una dieta mediterránea teniendo en cuenta que no solo son los alimentos, sino también cómo se cocinan en la dieta mediterránea

Además, un análisis de microbiota es una foto fija de una película, porque nuestra microbiota cambia muchísimo a lo largo de la vida, según nos alimentemos, si tomamos fármacos, si estamos sanos o no…, de manera que un análisis te puede dar muy poca información. Por otra parte, los análisis de microbiota te dicen quién está ahí, y muchas veces tampoco tenemos muy claro qué es una microbiota sana.

Tu microbiota y mi microbiota son distintas, pero, aunque tengan distinta composición de microorganismos, pueden tener el mismo efecto en la salud. Pongo un ejemplo para que se entienda: una canción la pueden cantar Julio Iglesias, Rocío Jurado o Rosalía; es la misma canción, pero distintos intérpretes, y con la microbiota pasa lo mismo: puedes tener distintos actores y que el producto final sea salud. La conclusión es que una microbiota sana es una microbiota diversa y numerosa. Todas aquellas acciones que lleves a cabo para tener una microbiota muy diversa y numerosa contribuyen a mantenerla en un estado saludable.

Dieta y otros hábitos para mejorar la microbiota intestinal

Supongo que en esto la alimentación influirá muchísimo.¿Hay algún tipo de dieta especialmente indicada para la salud de la microbiota, o alimentos que deberíamos eliminar para evitar perjudicarla?

Sí. Evidentemente, la mejor manera de modificar o cuidar tu microbiota y que esté sana es a través de la dieta. Y sobre todo hay tres compuestos o grupos de alimentos esenciales: la fibra, los polifenoles –que es lo que da color a las frutas y verduras– y los probióticos naturales. Eso lo consigues con una dieta rica en frutas, verduras, cereales integrales, frutos secos, aceite de oliva, café y chocolate (que también contienen polifenoles), probióticos naturales como el kéfir y el yogur, alimentos fermentados…

Y también se sabe que modificas la microbiota al producir o incrementar la cantidad de bacterias proinflamatorias cuando consumes productos ultraprocesados, un exceso de proteínas animales (carnes rojas), alimentos con mucho azúcar refinado o exceso de sal, así como alcohol y tabaco. Todo esto, por lo tanto, se debería evitar.

A la conclusión que se llega con todo esto es que lo mejor para tu microbiota es una dieta mediterránea teniendo en cuenta que no solo son los alimentos, sino también cómo se cocinan en la dieta mediterránea. En el fondo se trata de llevar un estilo de vida saludable asociado a una dieta mediterránea, evitando los tóxicos y haciendo ejercicio. Todo esto es bueno para tu salud porque es bueno para tu microbiota. Y se ha visto que la dieta mediterránea mejora la calidad de vida y disminuye la ansiedad y la enfermedad mental; y es que todo está conectado.

Supongo que el estrés, la calidad del sueño, etcétera, también influirán en la microbiota, y no solo lo que comes…

Sí, influye, porque es una vía bidireccional. Es decir, lo que tú comas puede alterar la microbiota y se puede producir una disbiosis, una disminución del número de microorganismos o un aumento de bacterias proinflamatorias, y eso te puede acabar produciendo estrés. Y, al mismo tiempo, el propio estrés puede alterar tu microbiota.

Lo que estamos viendo muchas veces es que, en este tipo de alteraciones hay una correlación con el estrés, la ansiedad, el párkinson, etcétera, pero no sabemos si es causa o efecto. No sabemos si estas enfermedades son las que causan la disbiosis o si es la alteración de la microbiota la que causa la enfermedad. Pero es evidente que hay una correlación.

Los probióticos son otro de los temas que tratas en el libro, ¿crees que es conveniente tomar suplementos de este tipo de forma regular?

El mundo de los probióticos es muy amplio y lo primero que tenemos que determinar es de qué estamos hablando, porque cuando alguien te dice que toma probióticos es lo mismo que si te dijera que toma verdura. Es decir, probióticos hay de muchos tipos, y hay que especificar qué bacteria contiene, qué microorganismo y en qué cantidad, si están vivos o no, cómo los tomamos…, y ser conscientes de que su acción depende de nuestra propia microbiota, por lo que los resultados son muy heterogéneos.

La ‘Porphyromonas gingivalis’ es una bacteria que puede estar en la boca y causar periodontitis, y que provoca una infección crónica e inflamación, que acaba por convertirse en una neuroinflamación

De manera que, si hacemos un resumen de todos los estudios, uno puede decir que los resultados sugieren que quizá podrían tener algún efecto en alguna persona. Y esta es la situación actual, aunque creo que el tema de los probióticos tiene muchísimo futuro por lo que he comentado antes, es decir, que sean probióticos personalizados. Pero en este momento los resultados solo sugieren que quizá podrían, en algún caso, tener algún efecto.

Una cosa son los alimentos probióticos naturales, como kéfir, yogur, o alimentos fermentados, que no es que te vayan a hacer más feliz, pero sí son un componente importante de una dieta equilibrada, y otra cosa es tomar probióticos en píldoras, como un suplemento, que, si uno está sano –otra cosa es si sufres una alteración, como una diarrea–, se duda mucho de que tengan un efecto.

Bacterias orales que también afectan al cerebro

He visto que mencionas las bacterias presentes en la cavidad oral, que pueden desencadenar periodontitis que, a su vez, se relaciona con enfermedades cardiovasculares, artritis, diabetes, diversos tipos de cáncer, o incluso alzhéimer. ¿De qué forma estas bacterias patógenas de la boca influyen en el cerebro?

Están más cerca del cerebro desde la boca que desde el intestino. Se sabe que la salud bucal puede influir, por ejemplo, en el alzhéimer. Hay algunas bacterias, como la Porphyromonas gingivalis, que no forma parte de tu microbiota, sino que es un microorganismo patógeno que puede estar en la boca y causar periodontitis o infección de las encías. Esta bacteria provoca una infección crónica que activa el sistema inmune y produce una inflamación, que acaba por convertirse en una neuroinflamación. Se ha visto, por ejemplo, que estas bacterias producen unas proteínas que se llaman gingipainas, que favorecen el depósito de placas amiloides en el cerebro, que son una de las causas del alzhéimer.

Se ha detectado ADN de esta bacteria en el cerebro de personas con alzhéimer, se ha visto que personas con alzhéimer tenían anticuerpos contra esta bacteria… Probablemente, no es que la bacteria esté produciendo el alzhéimer, sino que de nuevo hay una correlación entre la presencia de esta bacteria en la boca y el alzhéimer. Y, probablemente, en personas con mayor edad en las que la permeabilidad de la barrera hematoencefálica –la barrera que protege al cerebro– es mayor a causa del envejecimiento y si a eso le sumas una peor higiene bucal –asociada también al alzhéimer–, eso explica que haya esa correlación.

Aunque todo está conectado a veces es difícil distinguir la causa del efecto, porque las personas con alzhéimer a veces tienen problemas de higiene bucal.

En otro de los capítulos del libro hablas sobre los trastornos del espectro autista. ¿Cuál es su relación con la microbiota intestinal?

De nuevo no es una causa, sino que también se ve una correlación. Si comparas la microbiota intestinal de personas sanas con la de personas con trastorno del espectro autista ves que hay un cambio. Es verdad que las personas con trastorno del espectro autista suelen tener trastornos digestivos y es muy fácil que tengan problemas de estreñimiento o, por el contrario, de diarrea. Y lo que se ha visto es que, cuanto más graves son esos problemas intestinales, más graves son también los síntomas del autismo.

Probióticos hay de muchos tipos y hay que especificar qué microorganismos contienen, en qué cantidad, si están vivos o no…, y ser conscientes de que su acción depende de nuestra propia microbiota

Esas personas también pueden tener deficiencias nutricionales porque tienen preferencias por algunos alimentos y no se nutren bien, y todo eso puede acabar alterando la microbiota. Y esa alteración de la microbiota puede modificar la permeabilidad del intestino y, al final, desencadena una pro-inflamación que puede acabar afectando no solo a nivel intestinal, sino incluso a nivel cerebral. De nuevo no es la causa, pero hay una correlación.

En la medida en la que se estudie esto más y se comprenda cómo se relaciona la microbiota con el autismo, probablemente se puedan mejorar algunos tratamientos incuyendo dietas que mejoren la microbiota intestinal. No es que vayamos a curar el autismo con una intervención sobre la microbiota, pero sí podemos mejorar la calidad de vida de esas personas cuya enfermedad también está asociada a trastornos digestivos e intestinales.

¿Crees que en el futuro podremos personalizar la dieta o los tratamientos psicológicos en función de la microbiota de cada persona?

Probablemente sí. Hace 20 años parecía ciencia ficción que nos fueran a secuenciar el genoma y que dependiendo de determinados marcadores genéticos se fuera a personalizar un tratamiento contra el cáncer, como ocurre hoy en día, que ya no se habla del cáncer de mama, sino de los cánceres de mama, y en función de tu genética te personalizan el tratamiento. Podemos entonces pensar que, en el futuro, dentro de 20, 30 o 40 años, analizarán la microbiota a tiempo real –no solo con una muestra de heces, sino toda la ‘película’– y dependiendo de la genética y el metabolismo del paciente y con los datos de su microbiota podrán diseñar y personalizar quizá un probiótico, o un trasplante sintético con microorganismos que se habrán seleccionado en una biblioteca que incluirá bacterias, virus o levaduras personalizadas para cada tratamiento. De manera que en el futuro estos análisis también se tendrán en cuenta en la medicina personalizada

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  • 1
    «A two‐component Regulatory System Playing a Critical Role in Plant Pathogens and Endosymbionts Is Present in Brucella Abortus and Controls Cell Invasion and Virulence». Molecular Microbiology, vol. 29, n.º 1, Wiley, pp. 125–138+.
  • 2

    Ignacio López-Goñi. “microBIOblog – Noticias y Curiosidades Sobre Virus, Bacterias y Microbiología.” microBIO, https://microbioblog.es/. 

  • 3

    Moreno, Raquel. “Microbiota y Salud Mental.” La Esfera de Los Libros, 21 July 2025, https://www.esferalibros.com/libros/microbiota-y-salud-mental/.

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