Carme Valls Llobet
27/11/2020
La doctora Carme Valls Llobet publicó por primera vez Mujeres invisibles para la medicina en 2006. Ella misma reconoce que llegó a pensar que su libro, junto a otros muchos publicados en diversas partes del mundo abordando la perspectiva de género en la medicina, podría cambiar pronto las cosas. 14 años después, revisado y reeditado su imprescindible trabajo por Capitán Swing, reconoce que algunas cosas han mejorado, pero que estos cambios estructurales van más lentos de lo que personas concienciadas como ella habían soñado. Hoy, en 2020, la ciencia y la medicina siguen olvidándose muchas veces de la mitad de la población: las mujeres. De sus problemas de salud y de su participación en estudios científicos. La prueba es que en el ámbito de la cardiología, uno de los campos que Valls Llobet señala como ejemplos de cambio, aún hoy el 62% de los estudios no incluyen a mujeres. “No hay que olvidar que hablamos de una disciplina que estudia dos de las enfermedades por las que van a morir más mujeres en el mundo: la cardiopatía isquémica y el accidente cerebrovascular”, apostilla la doctora. En ese contexto de desigualdad permanente, la reedición de este libro adquiere más importancia si cabe en un momento de auge del movimiento feminista porque, como explica su autora, “sigue siendo un reto incorporar y aplicar todos los aspectos de la ciencia de la diferencia en todos los campos de la ciencia de la salud”.
‘Mujeres invisibles para la medicina’ es una revisión y actualización de un libro publicado por primera vez en 2006. En estos catorce años, ¿han cambiado algo las cosas, o las mujeres siguen siendo tan invisibles para la ciencia como entonces?
En algunos aspectos ha mejorado. Especialmente en cardiología, donde la mujer era totalmente invisible. Antes de 1995 no había trabajos de investigación donde hubiese mujeres como parte del estudio. Todos eran hombres. Ahora en los trabajos en los que se estudia mortalidad en cardiología, en un 38% las mujeres están incluidas. Eso, no obstante, quiere decir que en un 62% todavía no, cuando no hay que olvidar que hablamos de una disciplina que estudia dos de las enfermedades por las que van a morir más mujeres en el mundo: la cardiopatía isquémica y el accidente cerebrovascular. Teniendo en cuento esto, la lógica dice que en todos los trabajos de investigación tendría que incluirse a mujeres.
En estos tiempos del ‘Me too’ y de visibilización del feminismo, los y las estudiantes de medicina y enfermería (que son mayoritariamente mujeres) están empezando a exigir cursos con perspectiva de género
Vamos avanzando, pero muy lentamente. Y seguimos teniendo además el caso de las enfermedades crónicas, que son de predominio femenino y son las menos estudiadas y las que no acaban de tener muchos trabajos. Intuyo que porque no causan una mortalidad inmediata, sino que fastidian la vida: te hablo de las carencias de vitamina D, de las enfermedades tiroides, de las autoinmunes, etcétera. Todo eso sigue estando muy poco estudiado. Y la sexualidad femenina ni te cuento.
Vivimos un momento de feminismos y de empoderamiento femenino que poco a poco está cambiando cosas en muchos ámbitos. ¿Cuestan más esos cambios en el mundo de la ciencia y la medicina?
Yo diría que sí, porque tenemos evidencias buenas desde hace tiempo de las diferencias entre hombres y mujeres y de la importancia de estudiarlos a ambos, pero en cambio cuesta más modificar la manera de verlo en aquellos lugares donde se crea la ciencia: en la investigación y en las universidades. También te digo que en estos tiempos del Me too y de visibilización del feminismo, los y las estudiantes de medicina y enfermería (que son mayoritariamente mujeres) están empezando a exigir cursos con perspectiva de género. En ese sentido sí que hay un cambio, porque estas estudiantes de Medicina, cuando lleguen a la práctica clínica, ya lo harán de otra manera, con otra perspectiva. Yo quiero creer que las médicas jóvenes van a provocar un cambio.
“Al menos, sabemos que ahora podemos tener un mayor control sobre nuestra salud y cuestionar los diagnósticos presuntamente inofensivos, los tratamientos que nos enferman y el trato que recibimos. Empezamos a dejar de ser pacientes sumisas para tener por fin voz propia”, escribe Anna Freixas en el prólogo. ¿Ha sido ese uno de los principales avances en los últimos años, ese empoderamiento de las mujeres ante la institución médica?
Sí, pero Anna es muy optimista, quizá porque ella nunca ha sido sumisa (risas). Pero en la población en general sigue habiendo mujeres que no tienen recursos para estar bien informadas. Lo hemos intentado. Durante 20 años publicamos una revista titulada Mujeres y salud que nos consta que ha servido, pero sigue faltando transmitir a las mujeres información, seguridad, y la conciencia de que tienen derechos, entre ellos el derecho a no ser calladas con una pastilla de ansiolítico o antidepresivo ante cualquier síntoma.
Falta ciencia de la diferencia en atención primaria para poder atenderlas mejor. Y falta que esto se incorpore en la Universidad. Es acientífico olvidarse de la mitad de la población
Voy a hacer hincapié en el “trato que recibimos” porque me sorprende que ese trato provenga también muchas veces de personal médico mujer. ¿Cree que ese sistema patriarcal y de invisibilización de la mujer está tan bien engrasado que hasta muchas mujeres médicas acaban siendo parte de él sin casi darse cuenta?
Ser mujer y tener vagina no cambia el estereotipo de género que te hayan podido enseñar; tienes que hacer un trabajo personal. No todas las mujeres médicas por el hecho de serlo son críticas con el tema. Muchas ni siquiera han hecho un trabajo de empoderamiento ellas mismas y acaban ejerciendo también hacia las mujeres la misma violencia y la misma invisibilización que los hombres.
Cardiología: paradigma de cambio en considerar a la mujer
“¿Cómo es posible que un mundo que se cree científico haya olvidado los problemas de la mitad de la población y, por el contrario, haya medicalizado casi todas las etapas de la vida de las mujeres?”, se pregunta en el libro. Entiendo que ese olvido se debe en gran medida a la ausencia de las mujeres en estudios científicos, como si los datos obtenidos en los mismos con los hombres pudiesen reproducirse en las mujeres…
La ciencia médica nació androcéntrica y en los hospitales. Y en los hospitales acostumbra a haber más hombres porque presentan más enfermedades agudas y, además, viven mucho fuera de su cuerpo y por tanto no se ocupan de él hasta que no tienen ya un síntoma muy grave. En cambio, la mujer tiene una unión mucho más directa con su cuerpo desde los 12-13 años, cuando empieza a menstruar, así que tiende a demandar más por problemas crónicos, en atención primaria. Falta ciencia de la diferencia en atención primaria para poder atenderlas mejor. Y falta que esto se incorpore en la universidad.
Hay condiciones sociales que afectan mucho más a las mujeres que a los hombres porque a las mujeres se les cargan todos los trabajos de la vida, y el estrés físico y mental altera el ciclo menstrual o aumenta el riesgo de hipertensión
Es acientífico olvidarse de la mitad de la población. Y eso sigue pasando. Hace un año, por ejemplo, para estudiar un fármaco nuevo de cardiología, primero se estudiaron los efectos del fármaco en ratas de laboratorio. Sólo se utilizaron ratas macho, como ocurre en un 75% de los casos. Sólo en un 2,5% se estudia con ratas hembra. Eso continúa pasando.
Pese a este estudio que menciona, usted ha señalado al campo de la cardiología como un campo en el que sí se ha avanzado en ese sentido en las últimas décadas. ¿Qué pueden aprender otras disciplinas y campos de la medicina de la cardiología en su intento por visibilizar a las mujeres?
Pueden aprender a colocarlas en los trabajos de investigación y a diferenciar por sexos siempre. Eso es fundamental en todas las estadísticas, incluso en las que miden con qué transporte se mueve la gente. Además de decir, por ejemplo, que un millón de habitantes se mueven cada día en motos, hay que desgranar qué porcentaje de ellos son mujeres y qué porcentaje hombres, porque eso ya te va a dar datos de cara a las políticas que tienes que poner en marcha. Pues en la medicina pasa lo mismo.
Otro paso importante sería analizar los resultados con perspectiva de género. Es decir, estudiar qué condiciones de vida y trabajo tienen aquellas personas que refieren dolor y cansancio, porque no siempre va a ser biológico el problema. Hay condiciones sociales que afectan mucho más a las mujeres que a los hombres, porque a las mujeres se les cargan todos los trabajos de la vida. Y todo eso estresa y el estrés físico y mental altera el ciclo menstrual, por ejemplo, o aumenta el riesgo de hipertensión.
Como no había habido ningún trabajo de investigación que incluyese a las mujeres, se extendió la idea de que no padecían enfermedades cardiovasculares
A todas las ciencias les pediría que incorporasen esta perspectiva de género, que por cierto es algo que no se está haciendo en muchos estudios sobre la COVID-19, lo que supone un paso atrás. Luego es cierto que la vida tiene matices y que las estadísticas del Ministerio de Sanidad sí diferencian por sexos. Allí puedes ver que quienes mueren más son los hombres, pero quienes se infectan más son las mujeres, y eso se debe a razones biológicas y sociales, ya que la mayoría del profesional sanitario son mujeres.
Hoy se reconoce que las enfermedades cardiovasculares son la principal causa de mortalidad en mujeres en el mundo pero, como explica en el libro, hasta hace tan solo 15 años se consideraba que las mujeres no podían sufrir este tipo de enfermedades.
Esta fue la primera denuncia que hizo la cardióloga Bernardine Healy cuando dirigió el Centro Nacional de Salud de los EE.UU., lo que derivó en una ley por la que se dejaron de sufragar investigaciones que no diferenciasen entre mujeres, hombres y minorías étnicas. Eso que pasaba entonces no era por mala fe de los médicos y médicas, sino por ignorancia. Como no había habido ningún trabajo de investigación que incluyese a las mujeres, se extendió la idea de que a las mujeres no nos podían pasar este tipo de enfermedades.
Estamos dando a las mujeres cinco veces más antidepresivos que a los hombres y el doble de ansiolíticos, cuando no es un problema biológico, sino un tema social
Luego la vida nos demostró que no era así, pero por desgracia hasta entonces lo único que pasaba es que las mujeres recibían atención más tarde porque nadie había pensado en que pudiesen tener un infarto. Y ese llegar más tarde es crucial, porque si llegas más de tres horas tarde ya no te pueden poner el mismo tratamiento descoagulante, con lo cual las consecuencias de ese infarto van a ser peores.
La salud mental femenina no se aborda correctamente
El ámbito de la salud mental es un arma de doble filo para la mujer. Por un lado, la propia configuración patriarcal de la sociedad (violencia machista, doble jornada laboral, presión social, etcétera) genera en la mujer el sufrimiento de determinados problemas psicológicos. La pandemia de la COVID-19 lo ha vuelto a demostrar.
En la mujer hay muchos condicionantes sociales que pueden derivar en problemas de ansiedad. La mujer tiene que hacer todos los trabajos juntos y esto genera mucho estrés, que se vaya a la cama con la adrenalina a tope. Eso impide un buen descanso y que luego por la mañana se despierten con contracturas y dolor de cervicales. Todo eso forma parte físicamente de la vida de muchas mujeres. Además, con ansiedad. Esto, que es un problema social, se suele solucionar con ansiolíticos o antidepresivos. Eso explica en parte que estemos dando a las mujeres cinco veces más antidepresivos que a los hombres y el doble de ansiolíticos. Y esto, insisto, no es un tema biológico, es un tema social.
Por otro lado, está la agresión desde el ámbito médico. Comentaba ahora mismo la diferencia en la receta de psicofármacos entre mujeres y hombres. Parece que es más fácil dar una pastilla que cambiar el mundo.
Por supuesto. Además, hay que tener en cuenta que los médicos tienen cinco minutos para una consulta, así que es muy fácil que se les vaya la mano para recetarle a una mujer algo que le quite la angustia. Yo he sido la primera que lo he hecho. Con esto quiero decir que no acuso a los profesionales médicos, porque muchas veces te encuentras en una encrucijada, pero sí que es cierto que ha habido muchos que han contribuido a esto.
Estaría bien que los médicos tuvieran en sus consultas un listado de asociaciones de mujeres a las que enviar a las pacientes, porque trabajar con otras mujeres les ayuda a empoderarse, a mejorar su autoestima y su ansiedad. Y eso es fundamental para que las mujeres pasen de ser sumisas a ser protagonistas de su salud, a ir al médico con serenidad, defendiendo el síntoma.
Para acabar con esta lacra y para acabar con esos diagnósticos reduccionistas y estereotipados que acaban sufriendo las mujeres, usted aboga por un “necesario abordaje biológico, psicológico y social”.
Y añadiría medioambiental, porque te quedarías sorprendido de la cantidad de dolor que están generando algunas condiciones de trabajo con sustancias químicas. Todos los estudios deberían abordar las condiciones de vida y trabajo de las personas e incluir algún test psicológico para ver hasta qué punto los estereotipos de género se han colado en la mente de la mujer.
Sigue siendo un reto incorporar y aplicar todos los aspectos de la ciencia de la diferencia en todos los campos de la ciencia de la salud
Y luego hay que estudiar bien la biología diferencial. Ya tenemos suficientes evidencias que demuestran que, por ejemplo, el hígado de hombres y mujeres no es igual, que los psicofármacos y los opioides no se metabolizan igual en el hígado de la mujer, que ésta los absorbe más rápido y por lo tanto tendrías que darle menos cantidad, etcétera. Hay que incorporar y aplicar todos los aspectos de la ciencia de la diferencia en todos los campos de la ciencia de la salud. Ese sigue siendo el reto.