La clínica de la leucemia depende, por un lado, de la insuficiencia medular provocada por el crecimiento de las células cancerosas, que impide el crecimiento del resto de células, y por otro lado, de la infiltración de estas células anómalas en órganos y tejidos. Este tipo de cáncer de la sangre compromete a los glóbulos blancos, encargados de combatir las infecciones, impidiendo que funcionen correctamente.

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El comienzo es casi siempre agudo, de forma brusca (excepto en los tipos crónicos), y el tiempo que transcurre entre la aparición de los síntomas de leucemia y el momento del diagnóstico generalmente no sobrepasa los tres meses.

Lo normal es que los pacientes presenten síntomas en el momento del diagnóstico, pero a veces permanecen asintomáticos (sin síntomas) y la leucemia se diagnostica al realizar una analítica de sangre. Aunque depende del tipo de leucemia que padezca el paciente, con frecuencia refieren astenia (cansancio persistente), anorexia (falta de apetito) y pérdida de peso. La mitad de los pacientes presentan fiebre o escalofríos y sudoración, sobre todo nocturna. En el 50% de los enfermos se aprecia diátesis hemorrágica cutánea o mucosa (predisposición a presentar hemorragias y cardenales en la piel o las mucosas).

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Puede haber dolores articulares y óseos, sobre todo en los niños. Lo más frecuente es que las células leucémicas invadan el hígado, el bazo y los ganglios linfáticos, produciendo hepatoesplenomegalia (aumento del tamaño de hígado y bazo) y adenopatías. En ocasiones puede afectarse el sistema nervioso, con parálisis de nervios o aumento de la presión intracraneal (dentro del cráneo). La afectación de otros órganos es rara, aunque en las recaídas pueden afectarse las mamas, los testículos y la piel o las mucosas.

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Creado: 4 de febrero de 2011

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