Maribel Martínez
09/10/2019
Dicen que convertirse en padre o en madre es uno de los viajes más largos que existen porque nunca dejamos de aprender, tanto de nuestros aciertos, como de nuestros errores. También de los hijos, claro, que llegan sin manual de instrucciones bajo el brazo, pero cargados con innumerables retos y aprendizajes. Como compañera de este apasionante viaje se ofrece Maribel Martínez, psicóloga especializada en terapia breve estratégica, que promete guiarnos en la aventura a través de ¿Cuántas veces te lo tengo que decir? (Arpa, 2019), un libro sencillo que ofrece recomendaciones basadas principalmente en su experiencia en consulta acompañando a familias a lo largo de los últimos años. Familias que en muchos casos acuden con preguntas como la que sugiere el título. “El libro aporta ejemplos reales de los problemas clásicos, y muestra una visión crítica y constructiva para que los padres no se desvíen de sus propios objetivos y valores”, cuenta Maribel, para quien está claramente orientado a familias con hijos e hijas de entre cinco y 12 años. No hay recetas mágicas para conseguir que nuestros hijos nos escuchen y nos respeten, pero sí ideas para cambiar lo que hasta ahora no funcionaba.
¿Qué aporta ‘¿Cuántas veces te lo tengo que decir?’ que hasta ahora no haya sido dicho en lo que respecta a la educación de los hijos?
Varias cosas. Por ejemplo, que las familias entiendan cómo se forman los problemas cotidianos de la educación de los hijos, como primer paso para resolverlos. Es decir, la explicación a cómo es posible que estando tan implicados en el rol de padres, el resultado sea diferente al que buscamos.
También recojo pautas concretas para aplicar y solucionar temas como la falta de respeto, las peleas entre hermanos, la baja tolerancia a la frustración, la falta de responsabilidad en los estudios, la gestión de las pantallas, la colaboración en las tareas de casa, la alimentación saludable, los miedos de los niños, su autonomía personal para vestirse, dormir en su habitación, etcétera.
Los padres de hoy en día han profesionalizado su rol: hacen cursillos, leen, se informan, forman parte de asociaciones de padres…
El libro aporta ejemplos reales de los problemas clásicos –con una descripción de la situación y cómo se resolvió definitivamente–, y muestra una visión crítica y constructiva para que los padres no se desvíen de sus propios objetivos y valores –especialmente cuando ya no saben qué hacer–, y demuestra que cuando intentamos conseguir un objetivo y no lo logramos es porque eso que hacemos, no sólo no funciona, sino que, normalmente, empeora la situación.
¿A quién dirías que va dirigido el libro?
Básicamente a los padres con hijos de entre cinco y 12 años. También ayudará a las familias con adolescentes que faltan al respeto y no tienen límites. De hecho, respecto a los adolescentes podemos decir que son casos en los que los problemas no se han resuelto en su momento, y con el tiempo se han hecho crónicos. Por lo que muchos de estos temas son aplicables a hijos de más edad. Sobre todo el de respetar a los padres.
Hay padres permisivos que querían unos niños con unos valores de convivencia y familia, y se encuentran con niños exigentes que creen tener derecho a todo y que no son nada felices
También es muy útil para maestros y otros profesionales que trabajan con niños, ya que en su día a día pueden aplicar estas pautas de forma muy eficaz.
Padres sobreprotectores y permisivos
¿Cuál es la mayor preocupación de las familias que has observado durante estos años?
Los motivos de preocupación son muchísimos. Los padres de hoy en día han profesionalizado su rol: hacen cursillos, leen, se informan, forman parte de asociaciones de padres… Están atentos a todo lo que tiene que ver con sus hijos. Alguno de los temas por los que acuden a terapia son la conducta (desafiante, maleducada, o con falta de respeto), la desobediencia, los miedos, las peleas entre hermanos, los temas académicos (deberes, estudiar, responsabilizarse), que no duermen en su cama, que no comen de forma saludable, que presentan una baja tolerancia a la frustración, etcétera.
En el libro aseguras que en la actualidad los modelos familiares más habituales se dividen entre sobreprotectores y permisivos. ¿Son necesarias estas etiquetas a las familias?
No, no lo son. Intento evitarlas incluso como psicóloga (procuro no utilizar las etiquetas diagnósticas de los trastornos), ya que creo que tienen un efecto de profecía negativa que no ayuda a la persona. Si denomino así a los actuales modelos familiares es porque cuando queremos comunicar algo, finalmente tenemos que definir las cosas, en este caso para tomar conciencia de una forma de actuar bienintencionada, pero poco eficaz.
Para que haya una relación fraternal buena, los hermanos han de aprender a resolver los conflictos que la convivencia implica
No me limito a dar una etiqueta porque la parte interesante y útil es que cada persona vea que tiene unos valores educativos determinados, y compruebe si el resultado es coherente. Tener esta información y esta perspectiva es el primer paso para ser autocríticos y poder valorar libremente si es la mejor opción que tenemos.
Porque, si no, nos encontramos con padres permisivos que querían unos niños felices con unos valores de convivencia y familia, y se encuentran con el tiempo niños exigentes, déspotas que creen tener derecho a todo y ninguna responsabilidad, niños que faltan el respeto a los padres, y que no son nada felices. O padres que no quieren que sus hijos sufran, y los protegen y ayudan en exceso, de manera que les dan un mensaje de que solos no pueden hacer las cosas, convirtiéndose en un apoyo que no sólo no ayuda, sino que invalida.
Uno de los grandes retos de las familias son las peleas entre hermanos. ¿Cómo crees que se puede conseguir que la relación fraternal sea buena?
Para que haya una relación fraternal buena los hermanos han de aprender a resolver los conflictos que la convivencia implica. Pero en general los padres no soportan las discusiones entre sus hijos, por lo que intervienen para poner paz. La idea es buena –que no haya conflicto–, pero el resultado es nefasto porque los hermanos después, en general, están más enfadados entre ellos.
Estoy de acuerdo con la disciplina positiva, porque ser una guía para los hijos no es ordenar, reñir, castigar y obligar; podemos ser firmes y amables al mismo tiempo
El problema no es el conflicto, el problema es no resolver el conflicto. Solo hay una manera de conseguirlo: dejando que se conozcan, experimenten y aprendan a negociar, pactar, acordar. Esa es la garantía a largo plazo. Por lo que a los padres nos toca la difícil tarea de confiar en que ellos podrán resolverlo, evitando intervenir en sus reyertas.
La obediencia como concepto en la educación de los hijos
Dices que los hijos deben obedecer a los padres. ¿Por qué consideras que enseñar a obedecer es un buen recurso educativo?
La obediencia es una palabra que, al igual que otras, se ha connotado de un estigma negativo, ya que se ha asociado a autoritarismo, imposición y dictadura. Los padres dirigimos y guiamos a nuestros hijos. Les damos valores (los que nosotros consideramos buenos), les enseñamos infinidad de cosas, y les educamos para que sean personas autónomas.
Se da la paradoja de que tenemos que guiarlos, pero parece que no sabemos. Por ejemplo, cuando decimos que es la hora de ir a dormir les explicamos todos los beneficios de descansar bien y tener unos ritmos regulares de sueño, entre otras cosas, aunque tengan cinco años. Y claro, los niños en general prefieren seguir jugando, por lo que nuestros argumentos solo abren la posibilidad de que ellos contra argumenten que no tienen sueño. Y la conversación puede alargarse indefinidamente.
A veces las prisas hacen que prefiramos vestir a un niño de seis años porque acabamos antes, a decirle que lo haga él solo aunque tarde más
Es como si quisiéramos convencerles para que finalmente hagan las cosas contentos. Y esto no siempre es factible, porque no suelen decir: “gracias por recordarme que he de ir a dormir, mañana estaré muy descansado”, o “gracias por decirme que me lave los dientes, porque así no tendré caries y mis dientes estarán sanos”.
Nosotros hemos de aprender a mandar y dirigir, porque la manera no es con imperativos, malos modos, chillando, o imponiendo. Y ellos obedecerán, no por imposición, sino porque tienen los hábitos y valores que consideramos mejores para ellos.
Te lo he preguntado porque esa premisa choca bastante con la disciplina positiva que, de manera mucho más empática, anima al niño a aprender a pensar. ¿Niños obedientes, o niños con espíritu crítico?
Por supuesto, niños con espíritu crítico, y muchas cosas más: niños autónomos, capaces, con autoestima, con valores, con responsabilidad, con vínculos afectivos familiares sólidos y saludables. Estoy de acuerdo con la disciplina positiva, porque entiendo que ser una guía para los hijos no es ordenar, reñir, castigar y obligar; podemos ser firmes y amables al mismo tiempo.
Confiar en los hijos es difícil, pero imprescindible para su crecimiento y autoestima
La disciplina positiva, al igual que yo, también busca la obediencia desde el respeto mutuo y el amor. No solo estoy en consonancia, sino que explico a los padres cómo conseguirlo exactamente y, sobre todo, por qué no lo han logrado hasta la fecha. La obediencia de la que hablo implica empatía y educar desde las emociones. De hecho, voy más allá y enseño a los padres a desarrollar la inteligencia emocional de sus hijos. No hemos de tener miedo a la palabra obediencia, igual que no la tenemos a la disciplina.
La autonomía es una de las bases de una educación saludable. ¿Cómo encaja esa autonomía con el concepto de obediencia?
La obediencia bien entendida, no desde la imposición dictatorial, sino desde ser guías amables, facilita que los niños puedan experimentar y aprender todo aquello que les hará ser personas autónomas.
Ser autónomo es un proceso progresivo, y en la crianza todo debería ir orientado en esa dirección y priorizar este concepto, pero a veces las prisas hacen que prefiramos vestir a un niño de seis años porque acabamos antes, a decirle que lo haga él sólo aunque tarde más. Finalmente es una cuestión de práctica que lo consiga en menos tiempo.
Aprender a observar cómo evolucionan, cómo crecen, y reforzar sus progresos con nuestras felicitaciones, debería ser nuestra meta
La manera en la que lo podemos conseguir puede ir desde la imposición dictatorial –que obviamente rechazo totalmente–, a una fórmula motivadora para que el niño sienta cómo supera una dificultad y crezca su autoestima junto a su autonomía.
Confianza y autoestima infantil, un aprendizaje relacionado
Mencionas varias veces a lo largo del libro la confianza de los padres en los hijos. ¿Por qué es importante confiar en ellos?
Porque si nosotros no confiamos en ellos, difícilmente lo harán ellos en nosotros. Confiar es difícil. Como padres quisiéramos siempre la garantía de que todo lo que tiene que ver con los hijos irá bien, pero eso no siempre es posible. Confiar en los hijos es difícil, pero imprescindible para su crecimiento y autoestima.
¿Qué mensajes o actitudes pueden transmitirles que confiamos en ellos?
Todo aprendizaje es un proceso, y hemos de enseñarles y acompañarles. Y, poco a poco, ir retirando la ayuda y darles el mensaje de que confiamos en que ellos podrán hacerlo. Y si ante una dificultad les damos sistemáticamente el mensaje de “confío en ti”, “estoy seguro de que tú puedes”, los niños crecen con ese mensaje que les empodera y les da confianza para sentirse capaces de afrontar las dificultades del día a día.
Por el contrario, ¿qué acciones son las que muestran desconfianza en el niño o la niña?
Un niño que crece sabiendo que en cuanto algo le cuesta sus padres acuden a ayudarle, e incluso a sustituirle, es un niño que recibe un mensaje claro de que necesita ayuda porque él solo no puede. Entonces crecerá con ese autoconcepto de incapacidad.
Los padres hemos de aprender a confiar y a dar ese mensaje de confianza para que el niño crezca. Aprender a observar cómo evolucionan, cómo crecen, y reforzar sus progresos con nuestras felicitaciones, debería ser nuestra meta.
Uno de los objetivos del libro es que si algo no funciona, lo cambiemos en lugar de seguir haciendo lo mismo. ¿Por dónde puede empezar una familia que siente que algo va mal, pero no termina de encontrar el qué?
El primer paso es precisamente ese: reconocer que algo no funciona. Luego hay que ver cuál es el objetivo a alcanzar, y no alejarnos de él, porque muchas veces aquello que hacemos nos aleja. Después, hay que ver qué se ha hecho y no ha funcionado, porque lo más probable es que esa acción, por más que la repitamos, no resultará eficaz, todo lo contrario, nuestra experiencia es que suele empeorar el tema. Y finalmente, hacer algo diferente (habitualmente muy diferente) en la línea de lo que propongo en el libro.