Dra. Rosa Molina
04/11/2021
El cuerpo y la mente mantienen un vínculo indisoluble que se traduce en que nuestros pensamientos y emociones son capaces de desencadenar síntomas físicos. Entender y cuidar las emociones se hace por tanto indispensable para disfrutar de una buena salud, tanto física, como psicológica. La Dra. Rosa Molina, especialista en psiquiatría en el Hospital Universitario Clínico San Carlos y máster en Neurociencias, acaba de publicar Una mente con mucho cuerpo (Paidós), con el objetivo de dar a conocer las sensaciones físicas que experimentamos cuando estamos nerviosos, tristes, alegres o preocupados, como tener 'mariposas en el estómago’ o 'un nudo en la garganta', y por qué son tan reales como los síntomas de una gripe. Y es que, como nos explica esta experta, las emociones influyen en mayor o menor medida en la forma en la que evolucione una enfermedad, pero también hay “problemas físicos detrás de los cuales no hay ninguna enfermedad que podamos identificar como tal, sino dificultades psíquicas que manifestamos en nuestro cuerpo”.
¿Cuál ha sido tu objetivo al escribir este libro y a quién está destinado?
El libro está dirigido a todos los públicos porque está escrito con un lenguaje sencillo y alejado de los tecnicismos habituales que solemos utilizar en salud mental. La idea principal es trasladar conocimiento sobre este tema, desestigmatizar las enfermedades mentales, y recordar conceptos con una finalidad fundamentalmente preventiva, porque en medicina siempre decimos que lo que menos gasto supone y lo que mejor resultado da es prevenir, que la mejor medicina es que el paciente no llegue a la consulta, y eso se consigue con prevención y con conocimiento, sobre todo en un campo tan castigado y tabú, que ha sido como el hermano pobre de la medicina.
Y este libro busca sobre todo conectar con cosas cotidianas que esconden muchas experiencias emocionales, porque hablamos mucho de sensaciones físicas y decimos: “tengo mariposas en el estómago” o “un nudo en la garganta”, y son metáforas en las que nombramos partes del cuerpo, pero que luego conectamos poco con nuestro mundo emocional. Son frases hechas, pero no prestamos atención a lo que estamos diciendo en realidad: y es que nuestro cuerpo manifiesta nuestros conflictos psíquicos y nuestros miedos y preocupaciones.
No nos olvidemos que somos seres en movimiento en todos los sentidos: somos dinámicos y no nos tenemos que aferrar a que “yo soy así”, porque siempre hay posibilidades de cambio
Creo que los pilares más importantes del libro son: la conexión mente-cuerpo, porque separar lo que ocurre en el cuerpo y en la mente es difícil, y en muchas ocasiones es una separación artificial; recalcar el papel de lo social, la importancia que tienen las demás personas en nuestra vida, tanto en lo bueno como en lo malo, porque en casi todas las cosas bonitas que nos han pasado y las situaciones importantes que hemos vivido han estado implicadas otras personas, y lo que más valoramos a efectos prácticos es lo social y también es, por tanto, lo que más nos afecta. Y, por último, el movimiento, que es otro capítulo del libro que destacaría: cómo el movimiento nos ayuda a pensar. Que no nos olvidemos de que somos seres en movimiento en todos los sentidos, en el sentido más físico, pero también de cambio: somos dinámicos y no nos tenemos que aferrar a que “yo soy así”, porque siempre hay posibilidades de cambio.
¿Es posible que un acontecimiento traumático, como la pérdida de un ser querido, un accidente, una enfermedad, una separación sentimental, un grave revés económico…, puedan desencadenar un trastorno mental, o ‘despertar’ un problema psiquiátrico que permanecía ‘dormido’ hasta ese momento?
Efectivamente; de hecho, muchos de los cuadros que manejamos en psiquiatría ven un poquito la luz de la mano de un factor estresante. Por ejemplo, en el trastorno obsesivo compulsivo (TOC) en un porcentaje elevado de pacientes suele haber un factor estresante y coincidiendo con esa etapa de estrés empiezan a aparecer síntomas del TOC como rituales, obsesiones, compulsiones…, y a lo mejor era un cuadro que estaba ahí, porque el TOC no es solo cuestión de estrés, pero sí puede actuar como un precipitante. Otro ejemplo es el de la esquizofrenia y el cannabis, porque algunos cuadros de esquizofrenia permanecen silentes y cuando alguien con 20 años empieza a fumar cannabis tiene su primer cuadro psicótico, y esto a lo mejor no hubiera visto la luz, o no lo hubiera hecho tan pronto, de no ser por ese factor añadido.
Sin duda influye. No como causa única, pero sí como desencadenante. Ahora bien, no es que todos podamos tener un trastorno mental que pueda dar la cara bajo determinadas circunstancias, no creo que todos tengamos la potencialidad de desarrollar un trastorno, pero sí es cierto que el estrés continuado puede dar lugar a cuadros depresivos o cuadros de ansiedad si se mantiene en el tiempo.
Me ha llamado la atención que explicas en el libro que solemos asociar la depresión a la tristeza, la apatía, alteraciones emocionales…, pero que hay numerosos síntomas físicos que pueden indicar que la padecemos. ¿Cuáles son los más habituales?
Las manifestaciones más típicas suelen ser las molestias gastrointestinales, las dolencias múltiples –que nos duela el cuerpo en diversas partes–, las cefaleas, y el cansancio o agotamiento. Para explicar la depresión solo pensamos en tristeza, pero tiene tres partes fundamentales: el componente emocional, que sería esa tristeza, la apatía, la anhedonia…; el componente cognitivo, que sería la falta de atención y de concentración, la dificultad para llevar a cabo lo que llamamos funciones ejecutivas, para tomar decisiones, etcétera; y luego ya estaría el componente físico.
Ocurre que hay un tipo de depresión, que denominamos depresión enmascarada, en la que predominan los equivalentes depresivos, que serían esos síntomas físicos que a lo mejor el paciente no reconoce como un problema psicológico, pero que están tapando un cuadro depresivo porque tienen mucha más intensidad que lo emocional, y para eso estamos los profesionales, para explorarlos y ver qué otros síntomas los acompañan.
En un porcentaje elevado de pacientes con TOC coincidiendo con una etapa de estrés empiezan a aparecer síntomas como rituales, obsesiones, compulsiones…
En una situación así para el afectado es muy difícil saber qué le ocurre. Generalmente, si esos síntomas se mantienen en el tiempo y son molestos, le limitan…, el paciente termina yendo al médico y ahí se pone en marcha el engranaje: el médico de cabecera le manda pruebas y, si no encuentra nada, le deriva al psiquiatra, que realizará otra evaluación, etcétera.
Influencia de las emociones en la salud y la enfermedad
En el libro insistes precisamente en la relación entre nuestro cuerpo y nuestras sensaciones físicas y los problemas emocionales. Dices, por ejemplo, que “todos los órganos y sistemas están íntimamente conectados con el cerebro”, ¿eso significa que nuestras emociones pueden influir negativamente sobre la salud?
Sin duda, y esto lo vemos continuamente; de hecho, yo me atrevería a decir que en todas las patologías médicas, desde una arritmia, a un cuadro de psoriasis, o una EPOC, aunque haya un componente de patología, como un corazón alterado, el estrés va a modular la forma en que evolucione esa enfermedad. A lo mejor influye solo en un 10% o un 20%, pero desde luego en toda la medicina hay un porcentaje no despreciable en el que están presentes el estrés y las emociones. En función de la patología de la que estemos hablando ese componente o ese porcentaje será mayor, o menor. Y vemos cuadros así, como los cuadros psicosomáticos: problemas físicos detrás de los cuales no hay ninguna enfermedad que podamos identificar como tal, sino dificultades psíquicas que manifestamos en nuestro cuerpo.
Las manifestaciones físicas más típicas de la depresión suelen ser las molestias gastrointestinales, las dolencias múltiples, las cefaleas, y el cansancio o agotamiento
Y sin llevarlo al campo de las patologías, hay un ejemplo que recalco en el libro y que hace que nos resulte fácil hacer ese salto de cómo algo mental –que aparentemente es abstracto y no es palpable– se traduce en algo físico, y es que cuando tenemos un examen o algo nos pone nerviosos o nos preocupa, automáticamente nos entran ganas de ir al baño y se acelera nuestro tránsito intestinal. Esa es una escena muy cotidiana y fácil de entender, así que imagínate si encima tenemos conflictos mayores, o hemos tenido experiencias traumáticas en el pasado.
Todo eso, por supuesto, se manifiesta en el cuerpo. Y de múltiples maneras. Siempre digo que la ansiedad es camaleónica y que puede manifestarse en forma de cualquier cuadro o síntoma que podáis imaginar: desde dolor en el pecho como si tuvieras un infarto, a una ceguera –gente que de repente pierde la visión y que es de origen psíquico, porque los síntomas son los mismos–, a una pérdida del cabello…
¿Y al contrario?, quiero decir, ¿es posible que una persona que tenga una enfermedad diagnosticada también pueda mejorar sus síntomas o la evolución de la enfermedad aprendiendo a relajarse, a controlar los pensamientos negativos, haciendo terapia psicológica, etcétera?
Claro. Sin duda, y es lo que hay que hacer. Yo diría que hay que tomar contacto con ese mundo emocional, aprender a identificarlo, y eso significa poner nombre a esas emociones, saber cuáles son, porque muchas veces la gente dice “estoy mal”, pero ¿qué es estar mal?, ¿es dolor de cabeza, es que estás triste, es que tienes falta de fuerza de voluntad, que estás desmotivado, que sientes culpa, frustración…? Es necesario aprender a poner nombre, porque eso ya produce una regulación per se, y aprender a conectarlas con esas sensaciones corporales.
Dices “¿Qué sentido tiene que un niño aprenda matemáticas e historia, hable varios idiomas o saque las mejores notas si no es capaz de regular sus emociones ni de manejarse en sociedad? ¿Cómo podemos enseñar a los niños a reconocer sus emociones y a regularlas?
Yo creo que una de las mejores herramientas que tenemos para la prevención en salud mental es la educación, introduciendo esa enseñanza a través del sistema educativo, en los colegios. Hasta ahora, por ejemplo en las evaluaciones de las demencias, nosotros evaluábamos el lenguaje, la memoria, la atención/concentración, la capacidad visuoespacial y la visuoconstructiva, pero no evaluábamos la convención social. Y es evidente que la convención social es una parte que también se daña, porque captar la ironía, la abstracción, el sentido del humor…, requiere mucho esfuerzo intelectual.
Los cuadros psicosomáticos son problemas físicos detrás de los cuales no hay ninguna enfermedad que podamos identificar, sino dificultades psíquicas que manifestamos en nuestro cuerpo
El tener tablas para relacionarnos con los demás, saber qué decir en el momento adecuado, distinguir una situación laboral de una situación con un amigo… Todo eso es muy exigente a nivel cognitivo, pero nos olvidamos de que es una facultad tan importante o más para garantizar el éxito. No me gusta emplear los términos éxito/felicidad, pero si tuviéramos que pensar en ese bienestar, más que en éxito/felicidad, en ese bienestar que aúna ese equilibrio entre el mundo laboral, el mundo personal, etcétera, tiene más que ver con ese mundo emocional.
Esas cosas se tendrían que enseñar a los niños, y creo que ya se está empezando a hacer, porque cada vez hay más libros destinados al público infantil que hablan de las emociones. Y es importante que los padres escuchen más a sus hijos y no nieguen las emociones, que no digan: “eso no es nada, no llores”, sino que ayuden a ese niño a reconocer qué está sintiendo, para que no se desligue, para que en un futuro no manifieste síntomas físicos que van flotando por ahí por libre y no sabemos de dónde vienen.
Vamos a aprender que cuando siento ira se me quita el apetito y me siento frustrado, y entonces me dan como náuseas. Y a lo niños hay que enseñarles a identificar esto porque no lo traen de fábrica. Igual que aprenden matemáticas, vamos a enseñarles a conocer su mundo emocional y a hablar más sobre ello, porque eso es preventivo per se.
Salud mental en tiempos de COVID y redes sociales
La pandemia por COVID-19 ha puesto de manifiesto que es imprescindible tener una buena salud mental para conservar la salud física y poder afrontar situaciones de crisis como la provocada por el coronavirus. ¿Cómo se debe gestionar a partir de ahora la salud mental de la población tras una prueba tan dura y que ha afectado a todo el planeta?
Yo creo que ya hemos dado un paso de gigante. A mi modo de ver la pandemia por COVID nos ha parado en seco cuando íbamos a toda velocidad. Nos ha obligado a parar y la salud mental está en auge porque se está hablando muchísimo en redes sociales, hay un montón de campañas similares a la de ‘me too’, en las que muchas personas reconocen que van al psicólogo o al psiquiatra y hablan de sus emociones.
Por culpa del estigma los pacientes con un trastorno mental sienten miedo, rechazo, se sienten cuestionados, inferiores, vulnerables…, y eso hace mucho más daño que la enfermedad
Yo abrí mi cuenta de Instagram hace poco más de un año y ahora hay más de 60.000 usuarios en ella, que muestran un interés alucinante en el campo de la salud mental, y eso que cuando abrí la cuenta pensaba que la salud mental no tenía cabida en redes sociales porque no tenía fotos para poner sobre el tema. Mi hermana que es dermatóloga ponía un montón de fotitos de la piel, pero en mi caso no era posible, y sin embargo ha habido un auténtico boom.
Contestando a tu pregunta, creo que una de las labores más importantes que tenemos que conseguir es desestigmatizar la enfermedad mental y todos los cuadros que tengan que ver con la salud mental, porque el estigma es uno de los factores que más daño hacen. Siempre pongo el ejemplo del trastorno bipolar, la esquizofrenia, u otros cuadros en los que a los pacientes les hace más daño el estigma que su propio trastorno, porque el trastorno a lo mejor cursa en fases y aunque tienen una temporada en la que están mal, luego pueden llevar una vida adaptativa, con relaciones satisfactorias, su trabajo, etcétera, pero por culpa del estigma sienten miedo, sienten rechazo, se sienten cuestionados, inferiores, vulnerables…, y eso hace mucho más daño.
Por eso considero clave desestigmatizar, que se hable abiertamente, que podamos expresar nuestras emociones sin sentirnos juzgados, hacer como psicoeducación en la población. Yo creo que esa es una de las labores más importantes para prevenir, y que espero y creo que vamos a aprender de esta pandemia.
Las redes sociales son otro de los temas que abordas en el libro, y explicas que en ellas se ve multiplicado y amplificado tanto lo bueno como lo malo, por lo que si no supervisamos con sentido común corremos el riesgo de ‘quemarnos’. ¿Cómo aprovechar eso bueno que ofrecen, evitando sus peligros, sobre todo en el caso de los adolescentes, que son mas vulnerables a la opinión ajena?
Los adultos de cierta edad tenemos un pie puesto en una época en la que no existían las redes y creo que tenemos referencias que nos permiten contextualizar y tomar referencias que ellos no tienen porque han nacido con la tecnología.
Menciono las redes sociales precisamente porque tienen sus partes negativas, pero también sus bondades. Creo que también se puede enseñar a hacer un uso responsable; enseñar a seguir cuentas que realmente aporten algo y enriquezcan el conocimiento, no centrarlo todo en la imagen. Y es importante que en las campañas hechas por los propios jóvenes, los influencers, mencionen y recalquen que se puede estar triste, que nos podemos permitir sentir nuestras emociones y que podemos experimentar síntomas físicos, ya sean de origen psíquico, o ya sean por un Helicobacter pylori.
Es importante que en las campañas hechas por los propios jóvenes, los ‘influencers’, mencionen que se puede estar triste, que nos podemos permitir sentir nuestras emociones
Creo que son herramientas con mucho potencial y que si usamos bien nos pueden beneficiar, y ese es el gran reto frente a las redes sociales, cómo darles la vuelta para quitarnos de encima toda la parte negativa y aprovecharnos de la positiva, porque son un medio de comunicación brutal, ya que la divulgación a nivel de libro está mucho más limitada, porque no dispones de audio, de vídeo, ni de tanta imagen, y no te permite un formato tan amigable, que quizás es más necesario para los usuarios más jóvenes.