José Luis Gonzalo

Psicólogo clínico y psicoterapeuta especializado en trauma y trastornos del apego
El psicoterapeuta José Luis Gonzalo explica la importancia del apego en el desarrollo del niño durante los tres primeros años de vida, y cómo deben actuar los padres adoptivos de menores que han sufrido maltrato.
José Luis Gonzalo, psicólogo experto en trauma y trastornos del apego
“El apego es una necesidad de primer orden, tanto como la alimentación o la sexualidad, y todos los seres humanos necesitamos apegarnos durante nuestra infancia al menos a un cuidador que sea competente, sensible, disponible, y que nos otorgue seguridad”

20/09/2017

Sufrir violencia y maltrato en el seno familiar durante la infancia marca el resto de la vida. Cuando hablamos de menores adoptados, además de una mayor vulnerabilidad a padecer un amplio número de trastornos psicológicos y enfermedades físicas derivados de esos malos tratos, su recuperación y bienestar dependerán de cómo gestionen las familias adoptantes la situación, ya que se requerirá por su parte una parentalidad terapéutica, y también mucha empatía. El psicólogo clínico y psicoterapeuta especializado en traumaterapia y trastornos del apego, y autor de la web Buenostratos.com, José Luis Gonzalo, lleva años investigando sobre estos problemas y cómo afrontarlos, y divulgando sus conocimientos. También trabajando con esas familias para facilitarles el camino hacia la “aceptación” y el cambio de mirada hacia esos hijos, porque para que esos niños y adolescentes hagan procesos resilientes “es imprescindible que a su lado les acompañe un adulto competente que les guíe con afecto, empatía y paciencia”.

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El psicoanalista John Bowlby fue uno de los primeros en preocuparse por el desarrollo infantil, y elaboró los primeros trabajos sobre la teoría del apego. ¿Por qué es importante el apego y cuándo comienza a desarrollarse?

John Bowlby quiso avanzar en las teorías psicoanalistas imperantes en su época y mejorar el psicoanálisis. Demostró, mediante investigación experimental y fruto de años de trabajo con sus colaboradores, que el apego es un sistema y una necesidad de primer orden, tanto como la alimentación o la sexualidad. Bowlby fue testigo de la afectación psicológica que sufrieron miles de niños y niñas que quedaron huérfanos en casas de acogida como consecuencia de la Segunda Guerra Mundial. Él vino a decirle al psicoanálisis que el mundo interno de la persona es importante, sí, pero no se puede estudiar dejando de lado las experiencias reales que ésta ha vivido. En su momento sus teorías fueron despreciadas por los psicoanalistas clásicos de su época, pero hoy en día, en cambio, sus contribuciones se han puesto aún más en valor porque la investigación en neurobiología refrenda sus planteamientos.

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La teoría del apego postula que todos los seres humanos necesitamos apegarnos durante nuestra infancia al menos a un cuidador que sea competente, sensible, disponible, y que nos otorgue una experiencia continuada de seguridad. Esto es extremada y especialmente importante durante los tres primeros años de vida porque el desarrollo viene neurobiológicamente programado para que ese cuidador lo orqueste y lo estimule; para que se sienten las bases de la seguridad, la confianza y la regulación emocional, claves para que el niño geste una representación de sí mismo y de los demás como alguien digno de ser amado, respetado y valorado.

Apegarse no es dependencia emocional, ni equivale a ser consentido, ni mimado, ni tener lo que clásicamente se ha llamado en términos populares 'mamitis' o 'papitis'. Es una experiencia de dependencia inicial porque el bebé nace con un sistema nervioso que necesita completar su desarrollo fuera del útero materno, y en estrecha unión con un adulto que le cuide y proteja. El bebé aprende a usar a la figura de apego principal –sus padres– como una base de seguridad a partir de la cual explorar. Esto le permitirá, como decimos, obtener la calma y la seguridad necesarias para explorar su entorno y desarrollarse con una autonomía segura.

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Bowlby decía que “de la cuna a la tumba, somos más felices cuando la vida está organizada como una serie de excursiones, largas o cortas, desde la base segura provista por nuestras figuras de apego”. O como dicen los psicólogos José Luis Rubio y Gema Puig, parafraseando a Arquímedes: “dadme un punto de apoyo y moveré mi mundo”.

Apegarse no es dependencia emocional, ni equivale a ser consentido, ni mimado, ni tener lo que clásicamente se ha llamado en términos populares mamitis o papitis

¿Y cómo se desarrolla el apego a partir de los tres años?

A partir de los tres años el resto de personas significativas de la vida del niño (como los maestros, los amigos, los abuelos u otros familiares, los monitores…) son también importantes, y las vivencias de buenos tratos favorecen que el menor esté ya preparado para comenzar a socializarse. Si una persona padece malos tratos o violencia de género después de los tres años, probablemente presentará problemas psiconeurológicos, pero en menor medida que si los sufre durante los tres primeros años.

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En el caso de que un menor viva situaciones de malos tratos y violencia de género en el seno de su familia, ¿cómo puede afectar esto al desarrollo del vínculo de apego?

Los malos tratos y la violencia son como un tóxico para el cerebro. Está documentado científicamente que los malos tratos pueden dañar el cerebro en desarrollo, porque un exceso de hormonas del estrés puede ser nocivo para el mismo. Cuando uso el término daño no me refiero a una lesión física ni a una enfermedad neurológica, sino a un cerebro y sistema nervioso alterados funcionalmente, así como a trastornos en el vínculo de apego, experiencias traumáticas sufridas y, en consecuencia, afectación al desarrollo del menor. Incluso la clásica disciplina del uso del castigo físico y las agresiones verbales tienen poder para afectar al cerebro.

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Esto puede afectar a todas las áreas de la persona del menor: cognitiva (retrasos intelectuales, problemas para comprender su propia mente y la mente de los demás), emocional-sensorial (dificultades para regular los impulsos, las emociones, el deseo, los estados internos…), lingüística (retrasos en la aparición del lenguaje oral, alteraciones en el lenguaje comprensivo y expresivo), psicomotriz, y vinculación afectiva con los nuevos cuidadores y otras personas. Todo ello puede generar trastornos de leves a severos en el aprendizaje y en las relaciones, tanto con los iguales como con el resto de su entorno.

El maltrato que sufren algunos niños a veces comienza desde el mismo útero materno, y los malos tratos y la violencia son como un tóxico para el cerebro

El maltrato que sufren algunos niños a veces comienza desde el mismo útero materno, bien porque la madre gestante no se cuidó (o no pudo cuidarse) lo necesario durante el embarazo recibiendo las atenciones médicas y controles necesarios, o bien porque activamente dañó al bebé consumiendo alcohol u otras sustancias nocivas. Aquí hay un maltrato intrauterino que genera una afectación que puede manifestarse en síndromes alcohólico fetales, prematuridad… Por su inmadurez, estos menores pueden tener muchas más dificultades para poder utilizar a la figura de apego y su contacto con la misma como base de calma y tranquilidad y, por lo tanto, comprometen la capacidad de aprender a autorregularse.

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Consecuencias del maltrato infantil

¿Qué consecuencias tiene el maltrato en la salud mental y emocional de los niños a corto y a largo plazo?

Las investigaciones científicas que se han hecho hasta la fecha, como dice el psiquiatra Rafael Benito, experto en neurodesarrollo, demuestran que el maltrato en la infancia se asocia a una mayor vulnerabilidad a padecer no sólo un amplio número de trastornos psicológicos (emocionales, de conducta, en el establecimiento de los vínculos de apego, síndromes hiperactivos, de aprendizaje, etcétera), sino también a padecer un elevado número de enfermedades físicas. La salud física de las personas que han sufrido malos tratos puede ser más precaria en la vida adulta.

Benito refiere un estudio de personas que reportan experiencias adversas en la infancia, que indica que en adultos maltratados en la infancia existe una mayor tasa de enfermedades coronarias, hepáticas, pulmonares y autoinmunes. También era más probable la aparición de depresión crónica y el consumo perjudicial de alcohol, tabaco y otras drogas. Los intentos de suicidio eran más frecuentes, y también los trastornos por somatización, si había abuso sexual. Así pues, el maltrato no es un problema social, que también, sino de salud pública.

Pese a que parece que los niños afrontan mejor que los adultos las adversidades, ¿cómo perciben ellos la violencia de género?

La manera en la que los niños se explican los sucesos adversos y traumáticos supone un aspecto crucial. Barudy y Dantagnan –expertos en trauma y apego, con quienes me he formado– en el libro 'Los buenos tratos a la infancia' (Gedisa editorial, 2005) refieren que el proceso de reconstrucción de una persona que ha sufrido maltrato empieza por sentirse culpable. Los niños suelen sentirse así, porque es muy duro y doloroso reconocer que tu progenitor te daña a ti o a tu madre.

Algunos son capaces de llegar al segundo estadio, víctima. Entonces se ven como afectados y dañados por el progenitor, sabiendo que ellos nos son responsables de nada, que nada malo han hecho ellos para sufrir ese maltrato. Eso es muy sano mentalmente y hay que reforzarlo.

El proceso de reconstrucción de una persona que ha sufrido maltrato empieza por sentirse culpable

Más adelante, si el niño recibe ayuda a tiempo pasará a verse como superviviente, y con la ayuda de adultos sanos y solidarios podrá percibirse a sí mismo y a sus conductas y formas de ser como recursos que le sirvieron para sobrevivir.

Y, finalmente, un buen número de niños son particularmente resilientes y llegan al estadio de vivientes, es decir, a pesar de lo traumático de las experiencias vividas, sienten alegría y ganas de disfrutar de la vida, y consiguen transformarse y reconvertirse a nivel personal.

Trastornos del apego en niños adoptados

Muchos de los niños que son adoptados han sufrido algún tipo de maltrato o violencia en el seno de sus familias de origen. ¿Cómo afronta esta situación y la crianza de ese niño o adolescente la familia adoptante?

No todos los niños adoptados han experimentado maltrato o violencia de género en sus lugares de origen, pero hay un número significativo de ellos que sí lo han padecido. La crianza de estos menores al llegar a la familia adoptiva puede ser un desafío enorme. A las familias adoptantes hay que plantearles con claridad rotunda que el menor que será su hijo es posible que sólo presente dificultades que pueden ir superándose, pero también hay que transmitirles que es probable que el niño presente un daño causado por el maltrato temprano que va a requerir de ellos una parentalidad terapéutica.

Es decir, no van a tener que ser padres o madres, diríamos convencionales, sino padres y madres que van a hacerse cargo de un menor que requiere de una parentalidad que pueda reparar (total o parcialmente) los efectos de los daños que ese niño pueda presentar como consecuencia de los malos tratos. Y que ello puede suponer un trabajo continuado y exigente a lo largo de todo el desarrollo del niño hasta bien pasada la adolescencia, probablemente. El libro 'Indómito y entrañable. El hijo que vino de fuera' (Gedisa editorial, 2010), escrito por un padre adoptivo ejemplar, José Ángel Giménez-Alvira, es un relato esperanzador en este sentido.

La crianza de los menores que han sufrido malos tratos o violencia puede suponer un trabajo continuado y exigente a lo largo de todo el desarrollo del niño, hasta bien pasada la adolescencia

A partir de aquí, hay familias que asumen los problemas o daño del menor y hacen equipo con los profesionales para poder acompañarles en el proceso de reconstrucción durante todo su desarrollo. Por muy competentes que sean las familias adoptivas, el acompañamiento a estos menores, su educación, la tarea de la parentalidad terapéutica que tienen en sus manos, es exigente, puede desgastar mucho, es a veces gratificante, y requiere estar bien acompañados por profesionales que conozcan el ámbito.

¿Qué recursos tienen los padres adoptantes a su alcance para poder afrontar la crianza y educación de los hijos cuando se han dado situaciones de este tipo?

Este es un tema primordial, y te agradezco la pregunta. De lo que vengo diciendo, se desprende que estas familias han de contar con recursos ofrecidos por las administraciones públicas para poder sentirse orientados, apoyados y formados en esta tarea tan compleja que tienen entre manos: sanar psicológicamente a menores con antecedentes de malos tratos en la primera infancia. Los recursos que tienen a su alcance varían según comunidades autónomas, pero en general consisten en seguimientos postadoptivos (limitados en el tiempo), formaciones puntuales que organizan las asociaciones de familias adoptivas, y asesoramientos puntuales de las asociaciones de familias adoptivas y grupos de padres. A partir de aquí, como cualquier otra familia.

Es cierto que un buen número de menores adoptados pueden ir desarrollándose bien en las familias sin demasiados apoyos externos, pero sabemos que otro grupo no, en especial estos menores cuyos antecedentes de malos tratos son graves y continuados en el tiempo, a edades clave para el desarrollo equilibrado de mente y cerebro, y que pueden dejar secuelas permanentes. Estas familias deben recibir muchas más ayudas por parte de la administración pública.

¿Cómo se trabaja con estas familias? ¿Hasta qué punto es importante el trabajo con los padres?

En el modelo de trabajo de la traumaterapia –desarrollada por Barudy y Dantagnan, especializada para el tratamiento de estos menores afectados por los malos tratos– partimos de una realidad: la terapia incluye siempre el trabajo con las familias. Una terapia infantil que deje fuera de la misma a las familias es negligente, como afirma el profesor de la Universidad del País Vasco, Iñigo Ochoa López de Alda.

Hay familias que colaboran con el profesional llevando adelante una serie de tareas educativo-terapéuticas que están diseñadas para trabajar el apego entre el niño y los padres, así como otras áreas importantes. Hay reuniones periódicas con ellos a solas, y con ellos y su hijo, para trabajar aspectos concretos. Existen, en cambio, otras familias, que por sus características precisan, además, de un acompañamiento y una intervención específica sobre sus personas y su historia de vida, y cómo ésta repercute en su hijo.

Una terapia infantil que deje fuera de la misma a los familiares, es negligente 

En las sesiones, les psicoeducamos también sobre la parentalidad terapéutica. Muchos consiguen hacer un cambio de mirada sobre su hijo y, con sólo eso, con reconocerles (¡no justificarles, ojo, es distinto!) que la manera que tienen de comportarse y reaccionar es producto de un sufrimiento y de un entorno temprano anormal, los niños se transforman. Hay muchos menores resilientes, capaces de transformarse desde vivencias traumáticas, pero hay que ayudarles a procesar e integrar eso en sus vidas. Y para que los niños hagan procesos resilientes es imprescindible que a su lado les acompañe un adulto competente que les guíe con afecto y empatía, capacidad de regularles, paciencia, perseverancia, permanencia y normas.

Cómo afrontar el sentimiento de pérdida y abandono en niños adoptados

La psicoterapeuta americana, y madre de dos niños adoptados, Nancy Newton Verrier habló por primera vez en 1993 de la “herida primaria” en su libro 'El niño adoptado. Comprender la herida primaria'. ¿En qué consiste dicha herida? ¿Puede curarse?

Nancy Newton Verrier desarrolla a lo largo del libro que romper la dinámica madre e hijo a nivel relacional, prenatal, perinatal y posnatal, y los intercambios que tienen lugar durante esas fases, supone una pérdida muy difícil, pues representa la separación entre ambos. El niño pierde el contacto con su madre biológica (al separarse para ser adoptado o institucionalizado previamente) física y sensorialmente (táctil, olfativo…), que le calma y regula. Crecerá con una sensación de sentirse abandonado por esta ruptura temprana y, aunque no recuerde nada, su memoria sensorial sí recordará (aunque el sujeto no sea consciente de que está recordando) y será siempre susceptible a separaciones y pérdidas posteriores, y a sentirse rechazado por los demás también.

En mi opinión esto ocurre, ciertamente. Los menores adoptados son muy sensibles en general al rechazo, y a las separaciones y las pérdidas. Es como un conocimiento relacional implícito temprano –en términos de una autora llamada Lyons-Ruth– del que la persona no es consciente, pero que puede escenificar en el futuro ante determinadas personas o situaciones (las familias adoptivas saben de esto mucho cuando hablan de que algunos menores son muy sensibles al rechazo o a las pérdidas). Creo que no todos los niños lo presentan con igual magnitud. ¿Por qué? Pienso que si, posteriormente, tienen la suerte de encontrarse con un cuidador que les dé afecto y les regule emocionalmente bien, conseguirán sanar bastante de esta herida. Y si, después, la familia adoptiva es sensible a esto, le pone palabras, comprende al niño y le nutre adecuadamente en este sentido, los menores evolucionarán aún mejor. Y si, además, algunos niños lo trabajan en la terapia, pueden superarlo.

Si algo nos han enseñado los grandes de la resiliencia es que 'una infancia infeliz no determina una vida' 

Llamarle “herida primaria” no me convence porque me parece demasiado determinista. Y si algo nos han enseñado los grandes de la resiliencia (Cyrulnik, Barudy, etcétera) es que “una infancia infeliz no determina una vida”. Un cuidador competente y un entorno adecuado, afectivo y solidario, pueden sanar total o parcialmente esta “herida primaria”.

La experiencia de ser separado, no solo de la madre biológica, sino de todo aquello conocido, y el sentimiento de pérdida del entorno personal, ¿pueden también vivirse de manera traumática?

Es algo tremendamente duro, y cuando además se ha sido maltratado, todo se vive con confusión de identidad, ambivalencia de sentimientos y sufrimiento. Porque a los niños les duelen los sentimientos y les duele el cuerpo. O, en ocasiones, no sienten nada porque usaron la defensa del distanciamiento y la desconexión para protegerse de un dolor insoportable. Un desarrollo cerebral sano es necesario para sentar las bases de un sano desarrollo adulto. Si hay daños tempranos, prolongados y severos (maltrato físico y emocional) al cerebro le costará mucho revertir la situación, porque los niños vienen muy condicionados por reacciones que se producen en ellos y que no dependen de su voluntad.

La herida se puede sanar, parcial o totalmente, la resiliencia es posible, pero necesitamos que estos menores tengan un entorno afectivo, incondicional de su persona, solidario y de apoyo. Si encuentran adultos competentes, pueden desarrollar la resiliencia. Pueden ser, citando una metáfora, como la botella de plástico que la arrugas y después puedes hacerla retornar a su posición original; se recupera, sí, pero quedan algunas marcas en la misma. Algunas de estas marcas pueden desaparecer, otras se pueden transformar en algo constructivo, y otras…, hay que aceptar que quedarán para siempre, como las cicatrices en la piel tras las quemaduras. Si ayudamos al niño a darle una lectura constructiva a las cicatrices, podrá aceptarlas, y hasta reconvertirlas en algo constructivo.

La empatía y el apoyo serán aún más importantes en estos casos pero, ¿es difícil no caer en la sobreprotección?

La empatía es una competencia parental que te capacita como padre y madre. Por lo tanto, padres y madres adoptivos empáticos son padres y madres que van a contribuir a que su hijo sane, porque eso contribuye a reparar el daño en el vínculo de apego, y además crea o estimula los circuitos neuronales que se asocian al cerebro social. La empatía supone no reemplazar al sujeto, es ponerse en la piel de la otra persona, responder emocionalmente reflejando con sensibilidad el sentir del otro; es esa capacidad de hacerle sentir a alguien sentido. Sin embargo, la empatía no es actuar por el otro suplantándole, ni resolverle los problemas a los niños, ni impedirles experimentar para que puedan aprender. La sobreprotección es frenar la autonomía del niño, y responde a necesidades y motivaciones inconscientes del adulto, cuando éste no ve al niño y sus necesidades, sino que el menor se convierte en un apéndice de él.

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