El profesional médico es el que, conforme progresa el parto y ante las circunstancias concretas de cada caso, decide la aplicación de la ventosa obstétrica, valorando en todo momento los riesgos que puede conllevar (aunque se informa a la mujer, siempre que sea posible). Eso sí, se requieren una serie de condiciones para su aplicación, como que el bebé venga en presentación cefálica (pero no de cara o de frente), que las membranas estén rotas, y que la mujer esté dilatada completa o casi completamente.
Asimismo, existen contraindicaciones al uso de la ventosa en un parto, como que el bebé sea prematuro (menos de 34 semanas), o que haya una desproporción entre la cabeza del feto y la pelvis de la mujer.
En lo relativo a las complicaciones o riesgos del parto con ventosa para la madre, en realidad son bastante bajos y, de hecho, son muy similares a los de los partos sin instrumentar. Es decir, se pueden producir lesiones vaginales como desgarros o alteraciones del esfínter anal (con más incidencia que en el parto vaginal por la rapidez y la manera “no fisiológica” de salir del bebé), aunque también se pueden dar casos en los que la campana atrape partes blandas del área.
Sin embargo, un buen uso de esta herramienta obstétrica minimiza los daños. Según el ginecólogo valenciano Antón Millet, “si la ventosa está bien colocada no tiene por qué haber ningún riesgo significativo para la madre. En principio puede ser necesario hacer una episiotomía, pero hay ventosas que se aplican con la cabeza del bebé ya prácticamente fuera que no obligan a efectuarla”.