Aguas mineromedicinales

Actualizado: 21 de septiembre de 2022
Las aguas mineromedicinales deben cumplir una serie de requisitos para adquirir esta denominación, y ser declaradas de utilidad pública por los organismos competentes en la materia. Para ello, deben estar dotadas de propiedades concretas (especialmente su mineralización y temperatura), que les confieran la capacidad de ejercer una acción terapéutica, y sus características han de mantenerse constantes.
Se pueden clasificar de diversas formas; algunas clasificaciones atienden a sus características físicas, y especialmente a su temperatura, y en ese caso se comparan con la temperatura del cuerpo humano. La clasificación más aceptada en relación con la temperatura considera mesotermales a aquellas cuya temperatura oscila entre 35 y 45 ºC, hipotermales (entre 20 y 35 ºC) e hipertermales (por encima de 45 ºC). Sin embargo, la clasificación más habitual es la que se basa en la mineralización predominante y especial que pueden contener, y los principales grupos en que se dividen las aguas mineromedicinales de acuerdo a su composición son:
- Aguas sulfatadas: el anión sulfato es predominante. Favorecen el peristaltismo intestinal y protegen el hígado, por lo que se utilizan habitualmente para aliviar problemas digestivos y trastornos biliares.
- Aguas cloruradas: el anión cloruro es predominante, aunque contiene una proporción similar de sodio. Sirven para tratar procesos respiratorios y cutáneos, y se consideran antiinflamatorias y desinfectantes. Si se administran por vía oral facilitan la secreción y motilidad gástrica e intestinal.
- Aguas sulfuradas: contienen sulfuro y sulfuro de hidrógeno, y materias orgánicas. Son desintoxicantes, antialérgicas y antirreumáticas. Se emplean principalmente en procesos respiratorios crónicos, reumáticos, dermatológicos y otorrinolaringológicos.
- Aguas bicarbonatadas: el anión bicarbonato es predominante, se suelen administrar por vía oral, y actúan como antiácidos y alcalinizantes. Son beneficiosas en caso de gastritis, acidez de estómago, hernia de hiato, trastornos de la vesícula biliar...
- Aguas cálcicas: tienen propiedades sedantes, antiinflamatorias y antialérgicas.
- Aguas carbónicas o carbogaseosas: contienen gas carbónico, bien de forma natural (el agua brota así del manantial), o bien porque ha sido añadido. Su consumo estimula la secreción de jugos gástricos y facilita la digestión, aunque está contraindicado para aquellas personas que padezcan gases.
- Aguas radiactivas: su acción terapéutica se debe al radón y, a pesar de su nombre, no suponen riesgos para el paciente porque la dosificación habitual presenta concentraciones entre mil y cinco mil veces inferiores a las que implican efectos nocivos causados por la radiación. Son sedantes y analgésicas, y actúan sobre el sistema inmunológico, neurovegetativo y endocrino, por lo que se utilizan en el tratamiento de enfermedades respiratorias crónicas, trastornos psicológicos, problemas reumatológicos...
- Aguas oligominerales u oligometálicas: su mineralización global no supera 1 gr/l. Estimulan la función renal, son diuréticas y modifican el pH de la orina, volviéndolo más alcalino y reduciendo el riesgo de formación de cálculos (litiasis biliar).
- Aguas ferruginosas: tienen propiedades reconstituyentes, y están indicadas en casos de anemia ferropénica y fragilidad de uñas y cabello.
Las aguas mineromedicinales tienen distintos efectos sobre el organismo, dependiendo de sus componentes mayoritarios, y también pueden provocar en ocasiones efectos secundarios indeseados, como consecuencia de la propia composición del agua, la forma de administración del tratamiento, un error en la prescripción, o incluso una reacción inesperada del organismo del paciente. Por eso es tan importante que los tratamientos sean indicados y supervisados por profesionales sanitarios, atendiendo a las características individuales del paciente.
Creado: 13 de junio de 2011